Todos sabemos lo difícil que es socializar y relacionarse en la escuela, por lo tanto, no queda de otra que subsistir. A veces quieres pasar desapercibido y lo logras. Existen ocasiones en que no, todo da un giro de 180 grados y la vida se vuelve una pesadilla, claro, si lo permitimos. Desgraciadamente todos no tenemos la misma fortaleza psicológica para soportar tanta vileza, hay a quienes es más fácil hacerles difícil la existencia. Todo esto gracias a los inmaduros que llegan con superioridad y piensan que son los más capacitados para “dar chucho”.
No hace falta decir que el bullying o acoso escolar es una de las problemáticas sociales más abarcadoras en las instituciones educacionales cubanas y no está visibilizado del todo, aunque no ocurra con el mismo nivel de gravedad que en otros países, está claro. Al principio suena como algo de telenovelas, pero no es así, ha traspasado más allá de la ficción para llegar a la realidad y convertirse en un infierno sin salida que sufren miles de niños, adolescentes y jóvenes a diario.
Las expresiones de hostigamiento son tan diversas que a veces se hacen imperceptibles. Las burlas llueven a cántaros si estás pasado de peso, tienes alguna discapacidad, provienes de una familia poco adinerada y no existe la posibilidad de andar a la moda con el último modelo de tenis Nike que salió al mercado, o darse el lujo de llevar todos los días a la merienda un refresco de lata que cuesta “un ojo de la cara”. Al ser humano le resulta sorprendentemente fácil ofender y decir: muerto de hambre, cuatro ojos o puntualito.
En muchos casos ocurre de varones hacia hembras, supongo que por influencia de esa crianza patriarcal que confiere el equívoco derecho al sexo masculino a hacer comentarios en público para avergonzar a sus compañeras. No obstante, es obvio que el sexo femenino tampoco se queda atrás. El acosador, en sentido general, siempre sobresale en su esfuerzo de acaparar toda la atención para ser el centro, pero cuando alguien tiene las agallas para enfrentarlo posiblemente sea el más cobarde.
La apatía de los padres potencia esta problemática, muchas veces ni le hacen caso a sus hijos o le dicen: “Tú eres hombre, defiéndete, a mí no me vengas con la lloradera”. Un niño, cuando escucha a sus padres juzgar y maltratar a otra persona, está aprendiendo que se puede agredir a alguien con un estatus diferente al suyo, por lo que buscará a niños con baja autoestima, inseguros, diferentes, para hacerlo.
“Es normal, así son los niños de su edad”, palabras típicas de un profesor que no se quiere involucrar en la situación. Aquí es donde está el error, el bullying ocurre la mayoría de las veces porque los mismos maestros o incluso cualquier personal a cargo del cuidado de los infantes se comportan de forma irresponsable, haciéndose los de la vista gorda. Incluso en muchas ocasiones es el profesor quien se burla de sus estudiantes y los amenaza con darles una baja calificación o desaprobarlos, así por pura diversión o maldad, nadie sabe. Es un tema cada vez más complejo.
¿A dónde se quiere llegar con todo esto? ¿Qué pasaría si tomamos una hoja de papel, la arrugamos y pisoteamos; luego la desplegamos e intentamos que vuelva a ser como antes? Está claro que es imposible, y por más que se intente arreglar, jamás volverá a ser la misma. Similar ocurre con el bullying, así de simple, las marcas que deja a quienes lo sufren jamás se pueden borrar.
Ningún niño tendría por qué quitarse la vida ni preocuparse por nada más que jugar, comer, dormir y aprender. No tienen la necesidad de sufrir la burla despiadada de otro niño, de un profesor o de un padre. Nadie merece sentirse aislado sin tener a quién acudir, desprotegido y vulnerable. Prácticamente hay especies enteras de animales que viven en comunión, en manadas, y cuidan de las crías sin importar si son suyas o no. Lejos de involucionar y comportarnos como los animales, mejor aprovechemos que hemos evolucionado para dejar atrás ese comportamiento agresivo, irritante y provocador.
El silencio estimula el círculo de la agresión, por ello todos los actores de la comunidad educativa deberían saber que el bullying no es “chévere”; al contrario, hace mucho daño en la vida de las víctimas y también de los agresores. En conclusión, todas las personas tenemos un grado de responsabilidad, el saber vivir y convivir libre de violencia, la práctica de una sana convivencia en el hogar, una educación basada en el respeto y, por último, la obligación de denunciar toda forma de maltrato.
¿Para qué sirven tanta evolución, cultura y bienestar si no es para erradicar el sufrimiento y la violencia en la vida en comunidad? Conduzcamos toda la furia que sentimos en rabia constructiva, dirigida a acabar con el bullying. (Por: Lauren Quirós Alonso)