Hace algunos días, mientras esperaba para recoger la cuota del mes, me sorprendió ver a la administradora de la bodega doblando sábanas y acomodando almohadas sobre el buró. “Anoche dormí aquí”, me respondió, seguramente al ver mi cara de asombro por el ajetreo inusual. “Hay que precaver”, espetó para cerrar la frase, como quien acaba de decir una obviedad.
Y en parte lo es, porque para nadie es un secreto que desde hace meses los robos, no solo a las bodegas, sino a otras instituciones estatales, han puesto sobreaviso a las autoridades y vecinos.
No se trata de un fenómeno regular pero tampoco de un caso aislado, por lo que el llamado a redoblar la seguridad resulta hoy más necesario que nunca.
Se supone que cada local cuente con un sistema de protección definido y personal encargado, sin embargo, si bien existen en muchas de estas entidades las plazas “en papeles”, la realidad es que no siempre son suficientes y los salarios, por otra parte, tampoco resultan del todo estimulantes.
Dicha situación provoca que buena parte de estos establecimientos permanezcan con irregularidades en este sentido.
Las autoridades del sector no han permanecido, sin embargo, de brazos cruzados. Se ha reforzado la seguridad de algunos locales y se han buscado alternativas que involucran a todo el personal. No son precauciones suficientes, pero al menos garantizan que los bienes estatales, que son a fin de cuentas los bienes del pueblo, estén debidamente custodiados.
Ante esta circunstancia podría parecer extremo el ejemplo de la administradora que asume, junto al custodio de turno, la tarea de proteger la cuota de los consumidores. En realidad, no debería ser una práctica habitual que tras ocho horas de trabajo un administrador o directivo tenga que velar, además, por la seguridad del centro.
No obstante, se trata de un ejemplo que pone al descubierto que, además de las carencias y las condiciones de trabajo no siempre adecuadas, hay un sentido de pertenencia intrínseco en nuestra gente, un valor que no debemos perder por más complejos que sean los tiempos.
Repensar estrategias para evitar los robos, actuar con rapidez y penalizar severamente a quienes cometen estos delitos es esencial en este proceso. Pero lo apremiante, lo impostergable, es evitar que suceda.
Junto a ello también urge erradicar las irregularidades o negligencias internas, que muchas veces facilitan estos lamentables sucesos, y elevar la conciencia colectiva.
Cuidar lo ajeno en muchos casos suele ser relegado a un segundo plano si se equipara a la protección de los bienes propios, lo personal. Pero no puede ni debe suceder así en nuestro país, donde se ha procurado, incluso en los peores momentos, el bien colectivo y la equidad social.
Por tanto, asegurar los locales estatales y velar por la seguridad de los mismos no puede pasar a un segundo plano.