Planes de año nuevo, la utopía consciente de soñar

Los balances del año que concluye y las metas para el que recibimos suelen ser bastante comunes por estas fechas. Diciembre, con su acostumbrada “prisa”, no solo nos cambia la percepción del tiempo en que transcurren sus 31 días, sino que a medida que avanza deja sobre casi todos una estela de nostalgias, inconformidades y gratitud que nos convida, al menos, a pensar en cómo hemos vivido los últimos 12 meses.

Hacer planes siempre ha sido lo mío, aunque la realidad me devuelva casi siempre cambios de última hora, versiones mejoradas o transformadas cien por ciento en la mayoría de los casos. Para bien o para mal, la lista siempre está ahí, recordándote que hay que permitirse frenar de vez en cuando y también que el descanso no puede traducirse en pérdidas de tiempo.

Los planes a largo plazo y mi costumbre de querer controlarlo todo no siempre se han llevado bien, ya lo he dicho. La realidad es siempre mucho más interesante que lo que podamos prever. Sin embargo, de manera más formal o simbólica, motivados por la pausa de los días de fin de año o no, en algún momento de la vida nos detenemos para hacer balance y tomar nota, por escrito o mentalmente, de qué anhelos no pueden faltar para que el período entrante resulte no solo gratificante sino también enriquecedor, personal y profesionalmente.

Asumir de forma positiva este reto, porque ciertamente lo es, modifica buena parte de nuestras metas y también la forma en que asumimos estos nuevos derroteros personales, quizás los más complejos de cumplir.

No se trata de confiar a ciegas en la positividad tóxica que nos infunden las redes sociales, esas que nos convidan a no detenernos porque absolutamente “todo es posible si nos empeñamos en ello”. Tampoco de dejarnos condicionar por frustraciones y limitarnos ante un fracaso puntual. Se trata de ser realistas, tomar en cuenta nuestras potencialidades y capacidades individuales y trazar entonces la ruta hacia ese horizonte que queremos alcanzar.

Hay que tener muy claro, además, que lanzarnos a cumplir una meta no es un proceso lineal, todo lo contrario. Incluye propósitos a corto plazo, retrocesos y quizá replantearse no pocos caminos, pero es un viaje al que no podemos ni debemos renunciar, por más difícil que resulten las circunstancias.

Soñar hoy en un proyecto de vida en Cuba es, cuanto menos, valiente. Estamos muy distantes de satisfacer como nación las aspiraciones más comunes de cualquier ciudadano en materia económica o social, y la crisis desatada por la pandemia junto a los efectos del reordenamiento monetario han hecho que los últimos años hayan sido particularmente angostos.

Sin embargo, “colgar los guantes”, hablando en buen cubano, tampoco es una opción que nos conduzca a mejoras inmediatas. La confianza en que podemos cambiar nuestra realidad no puede desaparecer por más carencias que acechen la cotidianidad y mucho menos inhibir nuestra capacidad de soñar, eso sí, con los pies sobre la tierra, con el país que queremos sostenido por nuestras propias manos.

Para el 2024 conviene arriesgar, redoblar esfuerzos, abandonar donde ya no se pueda crecer y, sobre todo, confiar. Encontrar un puente que nos conduzca siempre al diálogo y nunca a la violencia. Entregarnos a lo que creemos y asumir que el próximo diciembre habremos tachado de la lista la mayoría de esas metas. 

Lo dijo Galeano en una cita que ha quedado grabada en mi memoria: “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos, y el horizonte se corre 10 pasos más allá. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar». (Foto: Raúl Navarro)

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Sobre el autor: Lisandra Pérez Coto

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