Regalos navideños desde el Pediátrico

Era el 23 de diciembre. Algunos ultimaban los detalles de la cena del día siguiente, porque con lujos o no, son de esas fechas pretexto para reunir a todos en casa y sentir el calor familiar. Pero a ellos les tocó trabajar. 

Cuando apenas despuntaba la mañana una sirena rompió la tranquilidad de la guardia. Con sumo cuidado se bajó el caso, pero con agilidad porque lo requería el momento. Los segundos contaban para el infante lesionado en el accidente de tránsito ocurrido en las cercanías de Limonar esa misma mañana.

La ambulancia mantuvo sus luces encendidas, había que ir al Materno, y realizar el TAC. Se necesitaban precisar las dimensiones de los daños. A priori, había pérdida significativa del cuero cabelludo, y una hemorragia casi incontrolable amenazaba con robarle la vida.

«Chequea el potasio, no descuides el sangrado», decían las doctoras por la ventanilla del carro a quienes desde adentro hacían maravillas para mantener a Fabián respirando. «Ustedes ni se muevan de sus posiciones que ese caso regresa en 10 minutos», orientaban a enfermeros, camillero, operador del elevador y todo cuanto personal se necesitaba para salvar aquella vida.

«Periodista, déme un cinco», un cinco para quitarse las lágrimas de los ojos, para tomar un sorbo de aire y recordar que era la doctora de guardia y no se podía romper. «Es que vino solo, imagine, sin acompañantes. Nada más sé que se llama Fabián, porque está consciente y lo repite. Está demasiado grave», y mientras daba el dictamen volvía a inhalar aire a la fuerza. A los 10 minutos el paciente regresó de hacerse las pruebas, y no estaba equivocada: estado crítico.

Apenas unas horas después, otro caso: una niña de 11 años que se montó en un motor de carnavales y se impactó contra un muro. Otro reto de 23, otra lucha de tú a tú contra la muerte. Otro niño crítico que salvar.

24, 25, 26… los días siguientes la pelea sigue. Nadie dijo que fuera fácil. Inestables, estables, inestables de nuevo… Mientras los cuerpos luchan, en el Pediátrico reza hasta el portero. El camillero va al cuartico de familiares de pacientes de terapia y se preocupa por cómo evolucionan. El guardia de la escalera ya conoce hasta sus historias familiares, cada jornada me actualiza antes de subir: «Es que son niños, eso conmociona a cualquiera».

Fuera del hospital hay fiestas de fin de año, festival de música alternativa, cervezas, rones y ánimos navideños. Dentro de la institución médica solo se anhela vida y se lucha por ella.

El día 28 Fabián da señales favorables. ¡Está grave! La palabra que normalmente asusta significa mejoría: ya no está crítico. «La niña está estable, periodista, ahora sí parece que va a mejorar». 

Y mientras da el reporte médico su rostro se ilumina, y el de los enfermeros, camilleros y hasta el portero. Un hospital completo ha estado al pendiente. Por fin el regalo de fin de año que todos esperan: otras dos vidas arrancadas a la muerte.

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