A Roberto Vázquez están dedicadas estas palabras. A tres años de su partida inesperada de entre nosotros, resulta imposible olvidarlo, porque aquí mismo se sentaba, el primero, a la espera del habitual encuentro de viernes.
Todavía converso con él, nos encontramos, le pregunto como era de costumbre alguna duda acerca del idioma, porque siempre estaba actualizado sobre ese particular asunto. Por supuesto que la nostalgia me aguijonea, pero entre nosotros había mucha fidelidad para recordarlo sin un ápice de tristeza.
Para mí era El Maestro en muchos órdenes de la vida, no solo en lo profesional. Por eso, amén de la confianza, el respeto hacia él imponía ese calificativo que aceptaba sin rubor.
Vázquez fue además un revolucionario cabal, íntegro, que siendo muy joven se incorporó a la Campaña de Alfabetización. No podremos desligar jamás al pedagogo primero, periodista después, de los procesos políticos que en torno a él se desarrollaron y su toma de partido hacia la emancipación social. Jamás traicionó a los suyos ni a su patria. Por eso, y por otras muchísimas actitudes que avalan su verticalidad de principios, fue un patriota de estos tiempos.
Su última misión de envergadura, donde demostró una vez más la probada responsabilidad que lo caracterizaba, fue el diseño de los actos conmemorativos por el aniversario 60 de este periódico. Ahí está como testimonio la foto de nuestro colectivo en el escenario del Teatro Sauto, una suerte de epílogo, de callada despedida a su fecunda trayectoria.
Como buen pedagogo, disfrutaba instruir en la más amplia acepción de la palabra. Aquí agigantó su historia porque supo aquilatar el valor del relevo, los jóvenes profesionales que ya comienzan a hacer época en el periodismo.
Vázquez era mi habitual contertulio, presencial o a través del hilo telefónico. Siempre lo veía feliz, y cuando la bruma de los días, con algún que otro problema se proponía entorpecernos, enseguida hallaba la salida más salomónica: “Vamos a hablar de lo que nos gusta”: las faldas. La madurez –que no la vejez- elevó a grado superlativo su realización personal, porque el amor al sexo opuesto le fue dable hasta las últimas consecuencias. Era el momento para que el camarada Villalonga, a quien Vázquez admiraba desde niño, no pasara por alto la cofradía y expresara con sorna: “¿De qué habla la yunta?”
¿Quiénes de cuantos lo conocieron no atesoran una anécdota, pública o secreta? Tendría muchas cosas que decir sobre Roberto Vázquez, pero estaríamos aquí demasiado tiempo, y él no lo admitiría por el elemental sentido práctico que tenía de la vida.
Yo solo le preguntaría: Maestro, ¿qué usted cree de esto?