No me hagas caso a mí, pero en este país, que según me dijo fulanito, un tal Colón, es la tierra más hermosa que ojos humanos (porque los taínos eran marcianos) hayan visto, el chisme es un entretenimiento nacional.
No es que nos cueste cerrar la boca, sino que cada historia nueva que aprendemos es una hormiga, una brava con un poco de loca, y cuando tienes la boca repleta no queda más remedio que hablar.
A veces no quieres contarlo, porque resulta demasiado fuerte, como se diría por ahí, es de infarto: tu pobre corazoncito no puede soportarlo y reventaría como granada de mala lengua.
La información, dicen ellos, constituye el poder, pero en este país donde no hay nada oculto a la vista del Señor, o la señora que entreabre las persianas y entonces sabe quién entra o sale de una casa, qué entra o sale de una casa, cómo se entra o se sale de una casa, estamos jodidos.
Siempre hay un ojo que te ve y si no te ve se lo imagina. Si dependiera de esas pupilas que te persiguen calle abajo y arriba, yo tendría una vida sexual más sexual de la que llevo y me hubiera llegado el parole cuatro veces.
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Creo que no somos chismosos ni que nos importa quién está con quién (aunque saberlo no me molestaría), pero nos chocan mucho los relatos con suspense. Queremos estar al tanto del que se roba la merienda escolar, y del que dice que está en una reunión y saca los billetes para pagar un cuarto de alquiler, o del que el sobrino le puso la reunificación familiar.
En verdad, no nos sentiremos más realizados, pero por lo menos la verdad no quedará incompleta y qué hay más triste que una verdad a medias. Nos inventaremos lo que nos falta: la cantidad de preservativos, el color de las medias, las hojas de ruta desviadas.
No imaginamos solamente lo que sucede, eso hablaría muy mal de nosotros, de nuestra capacidad imaginativa; también de lo que sucederá, en fin, «echamos chisme» en futuro. Pensamos en lo que ocurre y lo que puede ocurrir. ¿Para qué conformarnos con una posibilidad si dicha en el tono correcto puede ser una posibilidad?
Así, con el hecho en la punta de la lengua o por lo menos lo que creímos, me puedes arrancar los dedos o prometerme un potaje de frijol negro por semana, yo no te diría nada. Así de pesado soy.
Además, lo que no sé quiero crearlo, por eso en esta pequeña Isla tantos escritores tenemos, porque nos cuesta cerrar la boca, decir «hasta aquí llegaron» o «están locos, a quién se le ocurre hacer eso».
En esta Isla siempre habrá un chisme por contar, aunque te creas la Mata Hari, James Bond o Edward Snowden. Ninguno de los tres vino a mi CDR, ninguno de los tres quiso saber de mi vida, sino infartados estuvieran.
Con tal motivo y porque las hormigas bravas repletan mi boca y sí echaré p’alante a todo el que se ponga en el medio, diré que el problema no es que seamos chismosos, sino que quedan muchas historias que contar.