El 26 de noviembre se celebró el Día del Economista, una profesión poco valorada, me escribió alguien, a quien felicité en las redes.
De alguna manera el homenaje a los economistas, me lleva a varias reflexiones, pero especialmente la dedicada a los de la cultura, y fundamentalmente a los de la escena
Pienso en cuantos he conocido en el transcurrir vertiginoso del tiempo, algunos fugaces y otros memorables.
Recuerdo a los que se integraron a los procesos de la política cultural y a los que la entorpecieron, a los que se dedicaron a entender y respetar el programa cultural y cómo funcionan los eventos, las producciones artísticas, los teatros con su dinámica y necesidades, y asimismo a los que de alguna manera son economistas sin entender necesariamente la cultura, ni el cómo funciona, en su dinámica y necesidades.
Concretamente pienso en los buenos economistas de la cultura, y a ellos va este homenaje, a los caracterizados por la sensibilidad y el talento para experimentar los procesos, eliminar los obstáculos y destrabarlos en las complejas situaciones del país, que varían según el contexto.
Los mismos para quienes los conceptos del significado, esencia e importancia de la cultura funcionan a favor del desarrollo artístico de agrupaciones, instituciones, eventos.
La economía es esencial, el sustento de todo lo que se proyecta y, a la vez, se consolida en la práctica. Solo que conocer su dinámica, que va desde el funcionamiento de una institución, es importante, para ser parte visceral de ella.
Escribiendo este texto pienso en Manuela Domínguez, veterana economista y parte esencial del Teatro Sauto.
Ella imbrica la economía con sus vivencias de la emblemática institución, que está en la mayoría de las funciones, y conoce la razón de los gastos de la energía, del transporte, la alimentación, las necesidades del coliseo yumurino, la producción de cada programación, mezclada con los artistas, los procesos, los ensayos; trabajando los números en su oficina y entre las butacas y el escenario.
Manuela sabe por qué paga cada cosa, porque hay una diferencia entre un espectáculo y otro. No se los imagina únicamente a través de los números: los vive, con su parsimonia y lucidez.
La economía de la escena tiene su sustento en la práctica de la creación, en lo que particulariza a las artes escénicas, como artes de la representación, incluso a lo que diferencia al teatro, el circo, la danza…
Hay en la economía, en lo espiritual y a la vez en lo sensitivo de sus conexiones con lo artístico, hasta una belleza en las cifras, que se convertirán en un acto estético, algo que se relaciona con una tradición y una historia, con el patrimonio material e inmaterial de la cultura cubana.
Los documentos que en la Casa de la Memoria Escénica se guardan con estadísticas económicas muestran esas relaciones, que de alguna manera contribuyen al bienestar de la gente.
En ocasiones, los números se convierte en un acto poético o tienen el dilema dramático de las historias de cada época y de los que la hicieron posible.