Nostalgias de un mochilero: Romanza por una secundaria en Ceiba Mocha

Nostalgias de un mochilero: Romanza por una secundaria en Ceiba Mocha

Esta sección nació hace casi un año ya, por el peso de la nostalgia. Surgió por ese poder extraño e indescriptible de los recuerdos, que se van agolpando con el paso de los días para entrecruzar momentos, rostros y lugares, a veces de manera arbitraria.

Y es que el tiempo nos lo prefiguramos desde las ausencias, o desde esos sitios que marcaron nuestra existencia y evocamos una tarde cualquiera, con el deseo de regresar al menos un segundo a donde solo mucho después entendimos que rozamos la felicidad.

La nostalgia puede pesarnos demasiado en el alma, y crecerá mucho más si caemos en la trampa de mirar una foto para rememorar un olor o un sonido, o revivir la sensación de ese momento detenido tras el flash de una cámara.

Una vieja fotografía posee una fuerza extraña y mística, puede llevarte a redactar una crónica desde tus vivencias personales en un lapso concreto, y conectar misteriosamente con otras personas que sintieron lo mismo por ese lugar, pero casi medio siglo atrás.

Y fue eso lo que aconteció al escribir sobre el Preuniversitario Horacio Rodríguez, de Ceiba Mocha, tras observar una foto de aquella zona. Fue como un latigazo de la memoria que me trasladó a finales de los 90, cuando cursé el 12 grado. 

Nostalgias de un mochilero: Romanza por una secundaria en Ceiba Mocha

Por las bondades de las redes sociales aquel texto llegó hasta un estudiante de la misma escuela, que lo compartió con otros compañeros de su promoción, quienes me invitaron a un encuentro de los primeros egresados de aquel centro, hace 48 años.

SENSACIONES DE UN REENCUENTRO

La cita se pactó para el 23 de noviembre en un lugar próximo a la escuela, precisamente en Cabañas del Río, centro de alojamiento ubicado en Paso del Medio. Hasta allí se trasladarían estudiantes de varias regiones de Matanzas y Mayabeque, e incluso del exterior del país, para confraternizar con sus antiguos compañeros de clase.

Según fue levantando la mañana, el lugar se fue colmando de asistentes como en un pase de lista, con el paso del tiempo impregnado en sus rostros, pero con el mismo brillo de su niñez en los ojos y hasta los mismos giros al hablar, que los hacían reconocibles ante sus amigos más de cuatro décadas después. 

Los abrazos muchas veces iban acompañados de lágrimas, o de esa mano que se pasa por el rostro de un ser querido como gesto cariñoso. 

“Estás igualito”, se escuchó decir más de una vez en aquella especie de conjura contra el tiempo, porque si bien este logra golpear con saña, existen personas que se resisten a ser simples reservorios del paso de los días, y le plantan cara e intentan asir el pasado y traerlo de vuelta para sentir las mismas sensaciones de antaño, cuando desandaban los pasillos de una escuela con uniforme azul bajo la mirada atenta de los profesores.

Casi medio siglo después esas personas se reúnen en otra formación, bajo la mirada de los mismos profesores, esta vez con canas, espejuelos y más de un achaque, pero que no les impiden jaranear con la misma frescura y lozanía con la que arribaron por primera vez a la Escuela Secundaria Básica en el Campo (ESBEC) Horacio Rodríguez, un miércoles 13 de septiembre de 1975.

Con esa exactitud rememora la inauguración de la escuela Ángel Montejo, profesor de Geografía entonces, aunque apenas frisaba los 20 años. En aquel primer curso matricularían 520 niños con un promedio de edad entre 10 y 12 años, provenientes de asentamientos de la provincia Habana Campo, como se conocía.

Desde Madruga, Canasí, Santa Cruz del Norte, Cabezas o Unión de Reyes llegaban muchachos que dormirían por primera vez fuera de casa. Más allá del idilio con que la nostalgia a veces arropa al pasado, algunos de esos estudiantes, sexagenarios hoy, recuerdan el llanto ante esa primera separación de la familia.

Mas, también reconocen que el idilio sí existió y remarcan una y otra vez los años en la Horacio Rodríguez como de las mejores etapas de sus vidas. Por eso siempre defienden el próximo reencuentro, que ya suma la tercera edición, y aunque la situación se torne compleja más de uno hará lo indecible para salvar y proteger ese momento.

Tal es el caso de Vladimir Velazco, quien reside en el exterior y de su bolsillo sufragó parte de los gastos para el reencuentro, porque quizá conoce como pocos el significado de la distancia y cuánto pesa la añoranza por el abrazo de un amigo.

Y allí, como los colegiales que llegaron un día y se vieron obligados a limpiar y extraer los escombros constructivos de una escuela apenas terminada, estaban allí reunidos, casi medio siglo después, alegres y sensibles, al borde siempre de la risa y el llanto.

Se trata sin dudas de un grupo especial, y uno intentará indagar si esa grandeza de alma responde a los valores intrínsecos de una generación, que como bien el profe Montejo se empeña en reiterar, se caracterizaba por el compromiso tan grande con que asumían las tareas.

Quizá sea la explicación del porqué hablan casi con alegría de las labores en los naranjales y los campos de café, que hoy ya no existen, pero que hace 48 años acopiaban hasta dos carretas del grano en un día. 

Son los mismos jóvenes eternos que se saludan tan efusivamente en una mañana que también pasará a formar parte del recuerdo de una escuela; los que plantaron los pinos que hoy marcan la entrada a un centro que, si bien con los años se convirtió en un complejo de viviendas, mucho antes representó para estos alumnos su segundo hogar, donde conocieron la camaradería, el cariño, la complicidad, pero también la muerte.

Y aunque no alcancen a decir o descifrar las razones de la unidad y compenetración de aquella muchachada que ya rebasa los 60 años, se podría mencionar aquel 12 de mayo de 1976 como de las razones de esas amistad, cuando la partida repentina del director de la escuela estremeciera el alma y hasta los propios cimientos de la edificación.

Rolando Linares se nombraba el primer director de la ESBEC Horacio Rodríguez y, con apenas 24 años y escasos meses al frente del plantel compuesto por niños y jóvenes profesores, alcanzaron sobresalientes resultados académicos, ubicándose como el mejor centro de la provincia y entre los más destacados del país.  

Todo auguraba el porvenir deseado, rozando casi la perfección, hasta que una mañana aquel ímpetu del joven Rolando quedó trunco en un accidente, justo cuando organizaba una fiesta colectiva para sus estudiantes. La mañana del 13 de mayo quedó grabada para siempre en esos educandos, que se derrumbaron en la plaza al escuchar la noticia.

Cuentan que todos exigieron asistir al sepelio, y desde entonces su nombre y recuerdo forman parte de la vida de sus discípulos, que ya veteranos, incluso con hijos de más edad, hoy se reúnen con pulóveres donde se aprecia una foto del director.

Porque los que partieron antes también asisten al convite, y sus nombres permanecen justo a la entrada en un mural, donde cada cierto tiempo alguien se detiene unos minutos para rendir tributo.

La partida imprevista e irremediable de Rolando fue un momento que aglutinó hasta solidificar el vínculo irrompible entre alumnos, profesores y una Secundaria en Ceiba Mocha. Desde aquel día quizás aprendieron a convivir con los rigores y las malas pasadas que la vida propina, pero conocieron también el valor de la amistad y la necesidad del reencuentro como antídoto para no ser víctimas indefensas de la nostalgia y los años. 

Por ello, las risas juveniles se escucharon más estruendosas que de costumbre; los ritmos contemporáneos los lanzaron al centro de la pista para bailar como si se tratara de una de esas noches de recreación donde disfrutaron y rieron, ante la vista de sus profesores, que hoy ayudan y protegen en retribución a tanta entrega.

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Sobre el autor: Arnaldo Mirabal Hernández

5 Comments

  1. Gracias vivimos las pocas horas del encuentro como los tres años de secundaria .en ese tiempo recordamos lo más importante de nuestras vidas .nos abrazamos .nos besamos con todo el amor que siempre hemos sentido. Gracias a mis compañeros .a mis profesores .a todos .los que estuvimos. A estos reporteros que nos ampollas para que el mundo sepa que una buena educación forma hombres de bien. Que es lo que somos hoy …cruce 90 millas para estar presente .y lo haré todas las veces que sea para volver a darles un abrazo más……

  2. GRASIAS PERIODISTA ARNALDO POR PARTICIPAR EN EL.ENCUENTRO DE LA ESBEC COMANDANTE HORACIO RODRIGUEZ HERNANDEZ DE CEIBA MOCHA ME HAS SACADO LAS LAGRIMAS DE LEER ESTE HERMOSO PERIODICO SOY FUNDADORA DE ESA BELLA ESBEC NUESTRO COLECTIVO DE TRABAJADOES SE MERECEN EL FRUTO DE SUS ALUMNOS SEMBRARON Y RECOJIERON SU COSECHA NUESTROS TITULOS SE LO DEDICAMOS A ELLOS

  3. Muchos no pudimos estar presentes por varias razones ajenas a nuestra voluntad, por ejemplo, yo con mi esposa en la fase final después de larga enfermedad. Mi hermano, Carlos Alberto Paulet Cándano fallecido el 17 de mayo víctima de cáncer de garganta. Sin embargo, espero que para una próxima ocasión poder estar presente.

  4. Es más que emocionante está maravillosa crónica echa por este magnífico periodistas fue capaz de describir no salamente las emociones vividas en este encuentro sino describió lo que fuimos capaces de vivir en los años en que fuimos estudiantes de esta ESBEC sus palabras me llenaron del mejor sentimiento que existe el del amor al prójimo a aquellos que en mi niñez formaron una buena parte de mi vida y que Dios permita que nos volvamos a encontrar en un corto tiempo
    Gracias Arnaldo por esta maravillosa crónica echa a nuestra ESBEC gracias a profesores y alumnos que con los que pude compartir mi época de estudiante los llevo siempre en mi corazón❤️❤️❤️❤️❤️

  5. Buenos días, gracias por la reseña de aquellos tiempos donde yo también participé siendo una alumna más de los primeros que tuvimos el honor de ser los primeros , Nancy.

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