“Quiero a Matanzas. A pesar de estar en el extranjero durante muchos años, la ciudad tiene para mí una gran importancia. Cuando parta, lo haré dejando mis cenizas aquí”, estas fueron las palabras del pintor y coleccionista Lorenzo Padilla, invitado especial del Café Mezclado de este viernes 27 de octubre en la casa social de la Uneac.
En la intimidad del espacio que conduce el poeta y editor Alfredo Záldivar, el maestro se animó a hablar sobre su regreso después de 37 años viviendo en París, su amor por el terruño y lo que ha sido la pintura para él.
El público congregado en el Patio de la fuente de Vulcano se sitió inmerso en la atmósfera parisina, cuando Lorenzo tomaba su caballete y se iba a trabajar al aire libre en la plaza Tertre del barrio bohemio de Montmartre. “Vendía mis cuadros a los turistas. A las galerías les interesaban los artistas solo para vivir de ellos y a mí no me gustaba que me explotaran”.
Espoleado por la escritora Maylan Álvarez, quien fungió como entrevistadora, contó sobre sus intercambios con Wifredo Lam en la capital francesa. Recientemente Padilla donó unas gubias de escultura, pertenecientes al autor de La silla, al Museo de Arte yumurino. También de la amistad e intensa correspondencia que mantuvo con el pintor vanguardista Ángel Acosta León.
“No quería que él regresase en barco, le dije lo hiciera en avión. Tenía ese mal presentimiento”. Acosta León se suicidó arrojándose al océano Atlántico desde la embarcación que lo traía de vuelta a Cuba en 1964.
Padilla recordó cómo, siendo estudiante de la academia Tarascó, anhelaba tener en la urbe un espacio para el disfrute de las artes plásticas y no tener que trasladarse a la capital para ver obras originales. “Desde entonces me dije: si un día tengo la oportunidad haré un museo en Matanzas”.
Y lo cumplió con creces, él ha sido el principal benefactor de nuestro Museo de Arte, al cual cedió lo recopilado durante cuarenta años de coleccionismo: “Cada vez que vendía un cuadro mío, compraba una nueva pieza. Deseaba mucho darle ese regalo a mi ciudad natal”.
Las donaciones incluyen más de mil grabados, entre ellos de Alberto Durero, Rembrand, Antón van Dyck, también carteles, pinturas y una fabulosa colección de arte tradicional africano única de su tipo en Cuba. En justa retribución la institución yumurina ha adoptado el nombre de Lorenzo Padilla Díaz.
“Su coleccionismo ha estado siempre en función de la comunidad por eso resulta imprescindible que la ciudad le agradezca eternamente”, declaró la especialista Yamila Gordillo, quien durante su intervención hizo un resumen sobre la vida, obra y legado de este genial matancero. “Esta colección — más de 500 piezas del África Subsahariana, fundamentalmente Congo, Ghana, Mali y Nigeria—se valida por su antigüedad, tenemos terracotas de los siglos 5 al 3 antes de nuestra era, y también por la variedad: esculturas, máscaras, textiles, objetos utilitarios y rituales. Según los estudiosos se encuentra entre las mejores de Latinoamérica”.