Crónicas citadinas: Sopita

Crónicas citadinas, Sopita por las calles de Pueblo Nuevo en Matanzas

Se le veía deambular por las calles de Pueblo Nuevo, donde vivía, creo que en la calle de San Carlos o San Vicente, en esta ciudad. Posiblemente entre La Merced y San Juan de Dios. Sí, por ese entorno.

Era un hombre delgado, siempre con la camisa por dentro del pantalón ajustado fuertemente con un cinto que le estrangulaba la cintura. Su peculiaridad consistía en que siempre hablaba en inglés, consigo mismo o para quienes quisieran escucharlo. No le imprtaba si le entendían o no. Lo suyo era darle rienda suelta a su incansable verborrea en el idioma de Shakespeare.

Lo conocí por los inicios de los años 60 y su edad ya rondaba esa misma cifra, quizá menos, quizá más.

Dicen quienes lo conocieron que su mente se trocó durante el aprendizaje de la mencionada lengua, y que su alimentación era precaria. Eso sí, le gustaba mucho tomar sopa, de ahí el apodo que heredó durante toda su vida.

Como siempre en toda ciudad, en todo barrio existen “chistosos de grupo” que buscan a toda costa un motivo para mofarse de otros. Cuando el protagonista de esta crónica pasaba por ese “malcriado” colectivo, en cuanto el hombre hacía aparición le soltaban un sonoro “¡Sopita!”.

Él detenía su paso y la emprendía contra la muchachada: unos guardaban silencio, sonrientes, y otros, más insolentes, soltaban sonoras carcajadas. 

Y Sopita les respondía, en inglés. Liberaba toda su ira lanzándoles frases hirientes, como las que oí en alguna ocasión: “Son of a bitch!” (“¡Hijo de perra!”), “Go to Hell all of you!” (“¡Al Infierno con todos ustedes!”), “Street dogs!” (“¡Perros de la calle!”), “Mother fuckers!” (“¡Cabrones!”)….

El guía del grupito de impertinentes decía: “La tuya, por si acaso”. Mientras Sopita expresaba esa andanada de insultos también gesticulaba con sus manos, pero no los agredía físicamente, solo verbalmente.

Satisfecho con la respuesta que les había dado, continuaba su paso murmurando en voz baja, quizá declamando una obra del poeta Walt Whitman, o tal vez a Edgar Allan Poe, autor del antológico poema The Raven. O recreándose en la letra de la bellísima canción de los Four Seasons titulada I’ve got you under my skin (Te llevo bajo mi piel).

El cuerpo estrecho de Sopita se alejaba, ya apaciguado su malestar, pero no dejaba de expresarse en inglés, posiblemente rememorando a William Shakespeare. 

Nunca le oí una expresión en nuestro idioma, el castellano o español. Iba dispuesto a arremeter una vez más contra los burlones si le salían al paso, cual si fueran molinos de viento que derribaría con su indetenible parrafada en inglés, pues a toda costa defendería su honor, su intelecto…

A pesar de su necesidad de pensar y hablar en ese idioma, con todo el caudal de conocimientos de esa lengua que desplegaba, seguiría siendo, en buen español, Sopita. (Por Fernando Valdés Fré)


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1 Comment

  1. Soy Matancero de nacimiento, de alma y de corazón. He vivido en La Habana desde los cinco meses pero Matanzas es Mi provincia, incluso en la pelota. Sobre personajes pintorescos matanceros recuerdo varios de cuando era muchacho y ya de joven. Una de las más famosas era Aya La Loca. No creo que exista un Matancero que haya vivido en esa ciudad entre finales de los 60 y hasta los 80 que no haya conocido a esta pintoresca señora, negra, que andaba por toda la ciudad con su minifalda y su carterita colgada y su maquillaje exagerado y su locura maravillosa y extremadamente graciosa. Todos los años le hacían un muñecon en los Carnavales, que tenían la peculiaridad de ser fijos, como una estaría. Recuerdo uno enorme que le hicieron frente al Sauto. Debe haber muerto hace muchos años. Merece una crónica.
    Recuerdo también al Cucu, no sé si le llamaban así siempre, lo que si recuerdo es que tenía el silbido más sonoro que he escuchado en mi vida. Andaba en su bicicleta por toda la ciudad y la gente le gritaba: «Sopla Cucu» y allá iba eso, un silbido que te dejaba sordo y seguros oía en todo Matanzas. Me gustaría leer crónicas de estos personajes por personas que los conocieron más que yo, que solo los veía en mis muchos viajes a Matanzas.

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