Alguien atraviesa un puente para llegar a ti

Alguien atraviesa un puente para llegar a ti

En esta ciudad buscamos la felicidad, o esos parches para la desgracia que llamamos felicidad, al cruzar un puente: abrir un hueco con nuestro relieve en un colchón ajeno; comprar una cerveza a 130 pesos la lata; visitar a tu madre para que te prepare el potaje como te gusta a ti, con bastante comino y los ajíes pimientos que floten por encima del caldo…  

Aquí no puedes escaparte de ellos. Si lo intentas, por testarudo, comprenderás aún mejor la claustrofobia de los isleños; esa de estar alejados de todo, porque el agua le impone fronteras a la tierra firme, te impone fronteras a ti. Quizá por tal motivo atravesarlos sea una de las más hermosas maneras de sentirse libres. En ese momento, al colocar el primer pie en ellos, sabes que nada te puede detener. Lo único que queda es avanzar. 

Todo matancero o aquel que ha visitado esta urbe, donde los poetas pasean campantes al lado de los vendedores de frituras, tiene una historia pendiente con un puente. Puede ser una vibrante como cuando un camión, muy orondo, pasa por encima de los viejos huesos de hierro del de Tirry; vertiginosa como cuando desde la baranda del de Canímar observas el río allá abajo como un pequeño majá que serpentea en medio de lo verde; o rápida e intensa como el tren cañero que sobrepasa el Giratorio entre pitidos y el sonido del metal que roza el metal, como si fueran dos cuerpos que se frotan en una habitación con las luces apagadas. 

Los sentimos tan nuestros que ni les decimos sus nombres de pila. Y no es por olvido, más bien es porque los queremos tanto que les ponemos un apodo para que no nos suenen muy formales cuando nos referimos a ellos. Por eso no decimos “el Calixto García”, tan regio, tan heroico. En vez de ello lanzamos un “Tirry”, como si habláramos del socio de toda la vida, del que te puso la piedra con la muchacha aquella, el que se aparece de repente en tu casa y lo primero que te suelta es “¡Dame café!”. 

A alguien con quien compartes todos los días, que une tus partes rotas, no podemos tratarlo con tal seriedad. Por ello, Calixto García es Tirry; Sánchez Figuera, La Plaza; Lacret Morlot, Versalles. Quizá deberían enseñarnos a comprender a los héroes como a los puentes, como gente cercana, sin tanto mármol, sin tanto pedestal. 

Ellos constituyen ritos de iniciación para los mataperros. La frase canónica de las madres regañonas de “¿Si tu amigo se tira de un puente tú lo harías también?” no funciona aquí. Cuando te comenta eso la vieja, miras hacia el piso en un intento de demostrar vergüenza, pero en realidad ocultas la sonrisa. Tropezamos los menos valientes que se lanzan desde lo más bajito; pero otros, esos que no han visto aún a la vida mostrar sus puñales, lo hacen desde lo alto y, si pudieran subir más, como si encontraran las escaleras de caracol para ir al cielo y tocarle la puerta a Dios y luego irse corriendo, lo harían.  Los he visto en el punto máximo del arco del puente de la Plaza, justo encima, donde se halla en relieve el Escudo de la República, doblarse y afilarse para arrojarse al vacío. 

Te regalan momentos simpáticos. Intenten alguna vez observar cómo atraviesa el de Tirry alguien que calce tacones de aguja. Van pegados al borde. Apoyan los pies en un trocito de plancha del metal, él único pedazo que no tiene agujeros y lucen, al igual que en las películas de aventuras, como la gente que debe caminar por un desfiladero y al final los espera la muerte segura. 

Alguien atraviesa un puente para llegar a ti 6

Alguien allí también enganchó en la baranda un candado, como el que pudieras tener tú para asegurar la puerta del cuartico de desahogo; tal vez a la usanza del Puente de Solferino en París, donde los enamorados realizan el mismo gesto para simbolizar que el amor te atranca y entrampa y luego lanzan la llave al río Sena. Quizás en el fondo del San Juan, junto a los Krim 218 y las botellas de Habana Club, esté la llave del cuartico de desahogo de un amante de ciudad. 

Encontramos algunos puentes secretos o que, sencillamente, olvidamos. Son aquellos que no has visitado, porque no debes sobrepasarlos para ir al trabajo para fajarte con las hojas de ruta o con el cliente incómodo o a comprar la cajita a ver si puedes echarte con buena señal la serie española de las dos o ir a buscar el niño a la escuela porque empezó a sentirse mal o por pequeños los obviamos al asumirlos como otro tramo de nuestro camino. 

Uno de estos casos es el que une La Marina con Versalles, ese tramo de cemento encima del Yumurí que te ofrece una de las mejores vistas del Abra, donde el río como una lanza raja las montañas. Otro es el cortico de al lado del de Versalles, con su gran tubería, que luce de la época de la Colonia, como si el tiempo fluyera por allá adentro.  

La ciudad no permitirá que te enclaustres en un rectángulo de agua o que te sientas solo, encerrado en ti mismo, que te sumas en los oscuros pensamientos del hombre apartado en una Isla. En estos momentos una persona cruza un puente para llegar a ti. En estos momentos un puente cruza una persona para llegar a ti. 


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1 Comment

  1. Hermosa crónica, Guille.
    Estos puentes centenarios, dado el tiempo en operación, y en casi todos los casos, la sobre explotación a que se han sometido, con cargas muy por encima de sus capacidades de diseño, a lo que se une lo dificultoso y cada vez más costoso mantenimiento, que por demás ha sido de inexistente a poco eficiente cuando se ha podido realizar, acumulan achaques que requieren cirugías reconstructivas más o menos profundas. Existe el criterio academicista de que si se sustituye un determinado porciento de la estructura original, el puente pierde su historicidad, pierde parámetros y condiciones que le hacen perder puntos en ciertas valoraciones subjetivas, etcétera, etcétera, pero le digo a estos académicos de que si no lo hacemos, se cae, desaparece y, entonces no tendremos ni puente, que cumpla, no ya su función social de unir ambas orillas de un punto matancero, sino ni siquiera de una imagen que legar a las generaciones futuras de “X” puentes de los que daban patronato a la Ciudad.

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