Crónicas citadinas: Avioneta, la mujer de los colores

Crónicas citadinas: Avioneta, la mujer de los colores

Hace muchas décadas, «Avioneta», el personaje central de esta crónica recorría

de forma habitual la barriada de Pueblo Nuevo.

Varios son los personajes que han adornado esta ciudad a través del tiempo. Algunos serios, otros no tanto. Los hubo bromistas y quienes se enojaban si la muchachada no se burlaba de ellos. Como uno que conocí que, cuando pasaba por un grupo sin ser víctima de pitorreo, se dirigía a los circunstantes y expresaba: “¿No se van a meter conmigo hoy, cacho de c…?”.

Entre los alias más conocidos, décadas atrás, se hallaban los de Piro Potaje, Rompetejas, El Chama, Tomás la k.k., Mano que aprieta, El Loro, Gorila, Machete, Mandarria, Quiere Keke, Panchín, Bueno y qué, La China, Ofelia, el Guayabo y Agustín el ciego. Sin embargo, el apodo que titula esta crónica resultó uno de los más populares.

Avioneta era una vieja dama que cada día recorría a pie parte del barrio de Pueblo Nuevo, principalmente por la calle de Santa Rita, en camino hacia La Playa. Hablo de ese recorrido porque yo vivía en la mencionada calle. Quizás ella anduviera, además, por otros lares citadinos, como me dijo un amigo.

Siempre vestía una amplia saya y una blusa de variados colores. Su rostro, arrugado (en la década de los 60 ya tendría alrededor de 60 agotadores años), mostraba exceso de maquillaje: labios pintados de escarlata, en contraste con la negrura de sus retocadas cejas, ya casi desprovistas de vello, y en sus mofletudos cachetes, el infaltable colorete, de tonalidad anaranjada. La cabellera, correctamente dividida al medio, peinada hacia atrás, algunas veces la cubría con un pañuelo, de vivos colores a su vez.

Cuando la malcriada muchachada del barrio la veía pasar, no faltaba quien le gritara “¡Avioneta!”. Y de la boca de la malcarada vieja salían improperios a raudales, sumamente ofensivos, casi imposibles de ripostar, porque ella siempre tenía un inagotable repertorio de palabrotas.

Como su mote indicaba, sus enojos tomaban altura y comenzaba a disparar ráfagas de insultos sin parar.

Se acabó la risotada. Solo bajos murmullos y dispersión del grupito, hasta que ella se alejaba, satisfecha con haberles puesto los puntos a las íes a esos mentecatos, como solía decir después de su escandalosa y ejemplarizante refriega. 

Ese episodio acontecía casi todos los días. Parece que sus enjuanetados pies se cansaron de soportar el peso de su cuerpo, y sus pasadas por el barrio se hicieron cada vez más esporádicas. Hasta que dejamos de verla, definitivamente: “Avioneta levantó el vuelo”. 

De estar viva, ya rondaría poco más de un siglo de existencia. (Por Fernando Valdés Fré)


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