La transición de centro de información a documentación, y luego a Casa de la Memoria Escénica, además de las circunstancias, pasa por la conceptualización teórica y práctica de qué es cada cosa, qué ha sido en sus diferentes etapas y qué pretende ser, sin dejar de suponer un archivo.
Pero todo transcurre por la ética, sin cuya esencia, desde mi punto de vista, no sobreviven los archivos –y en este caso me refiero al escénico, definición fugaz, inatrapable, por ser casi inexistentes en nuestro archipiélago, al menos como proyecto institucionalizado–, y con ellos el patrimonio que se conserva, que desafía a las bacterias, las temperaturas, el espacio inexistente o inadecuado, la ineptitud.
Para que resulte eficaz, es vital en ocasiones la localización de lo patrimonial, la activación del rescate que debe caracterizarse por la sensibilidad, la confianza mutua, la credibilidad y la estrategia para una orgánica conservación, que sintetice lo histórico, la memoria, el conocimiento y también el márquetin, algo que aparece en las bibliografías más audaces sobre el tema y que fue desde el 2003 un objetivo esencial de nuestro proyecto, porque pensamos que la promoción de lo que está en los laberintos archivísticos renueva y a la vez enriquece la perspectiva histórica, los elementos del patrimonio, la memoria y el conocimiento.
Y por eso, la riqueza de los archivos se potenció con zonas de la memoria como la música, el circo, las artes visuales, la radio y el cine.
Creo que un centro de información, adjunto a una organización, institución o empresa, es un signo de evolución. En Matanzas han proliferado de manera acertada en varios de nuestros colectivos; pero sin ser una unidad viva, transgresora, soñada, algo que desafía los límites de un nacimiento, y busca crecer desde la cientificidad solidificada en la práctica y la investigación de los caminos de la archivística contemporánea.
Y en cada aspecto mencionado, la ética de los archivos adquiere una connotación especial. Es el sedimento del trabajo, la batalla contra los molinos de viento, simbolizada en el Quijote, que nos ofrece la bienvenida en Milanés 28007.
La ética es la adarga. La utopía. Las aspas, que no se ven pero tienen energías espirituales destructivas, siempre están activas. La ética del archivista tiene que ver con la responsabilidad y con el respeto a los documentos, a la historia, al donante y a los usuarios; pero también al trabajo de especialistas e investigadores. Y la protección está relacionada con la conservación, pero también la confiabilidad.
Los documentos (fotos, audiovisuales, diseños originales…) entregados por personas o instituciones, se basan en la credibilidad y la confianza; en el adecuado uso, en la confiabilidad de la ética del archivista.
Por ejemplo, al ser un archivo vivo, que ha crecido en el presente, y no solo en la escena, contiene cartas o información que el donante no quiere que sean revelados por solicitud personal, y esa condición debe ser respetada.
Por eso, durante años firmamos un Código de Ética, adecuado a las experiencias del desafío que impone vivir entre la historia del pasado y el presente.
Porque el respeto al archivo, también tiene que ver con el celo con el que se le cuida, que en la realidad cubana tiene sus particularidades, de todos los peligros, que son bastantes, incluso el intrusismo, la negligencia y la desidia. Vivir con el archivo es andar con el tiempo a cuestas.