En 2014 murieron más de 2 mil palestinos, víctimas de los bombardeos israelíes. Hombres, mujeres, ancianos y niños. Las bombas no discriminan: una vez explotan, el fin es el mismo para todos, creas en lo que creas, seas culpable o no.
Pero que por aquel tiempo muriera un palestino ya no era noticia para los grandes medios occidentales, las audiencias llevaban años «acostumbrándose». Daba lo mismo si en decenas o cientos, daba lo mismo si explotaban por voluntad propia o ajena.
Mientras la muerte se volvía una especie de destino inevitable para todo un pueblo, quienes los exterminaban eran presentados como las víctimas del terrorismo, el pueblo pacífico y oprimido, los elegidos por Dios para cargar con nuestros pecados.
Recientemente el grupo Hamás lanzó una ofensiva contra Israel, asesinando a más de mil personas. Una vez más morían cientos de hombres, mujeres, ancianos y niños, presas de las balas, sin que les preguntaran su credo, sin que nadie midiera su culpa.
Esta vez los grandes medios occidentales sí mostraron el dolor en todas sus dimensiones, y mientras le ponían rostro a cada víctima israelí, allanaban el terreno para que, una vez más, las bombas que cayeran sobre Palestina en represalia dolieran mucho menos.
Sería ingenuo exigir que el conflicto se resuelva pacíficamente en un instante, puesto que el daño, el odio y el dolor se han acumulado en demasía y la historia en sí misma es mucho más compleja. Sin embargo, lo menos que podemos exigir es que no sea manipulado ni utilizado el sufrimiento real de tantas víctimas.
Alguien acertadamente dijo que, en la guerra, la primera víctima es la verdad. Pero como un prestigioso intelectual también acertadamente nos acota, en esta y muchas otras guerras que ha iniciado, directa o solapadamente, el Imperio, ya han matado la verdad y nos han fabricado una alternativa que justifique ante nuestros ojos la guerra, en la que el agredido será siempre el culpable, de traición, de alevosía, de genocidio, de fabricar armamentos letales o prohibidos, en fin, de amenazar o al menos rozar los intereses del gran capital; y en esa conflagración, logran que participe a al menos le dé el visto bueno las Naciones Unidas.
Así, por ejemplo el mundo se «informó» de que los iraquíes, en su invasión a Kuwait habían «asesinado» a unos bebés en un hospital, gracias a una «enfermera» norteamericana, testigo casual del incidente. Y, aunque mucho después, se conoció que la «testigo» ni era enfermera, ni había visto nada; ya se había justificado la Guerra del Golfo y condenado a Sadam Hussein. Más tarde, al propio presidente de Irak lo «pusieron» en posesión de armas de destrucción masiva, lo que todo el mundo creyó, incluso la ONU. Aún no se han encontrado las famosas armas, pero ya Hussein fue destruido e Irán desvastado, al costo «colateral» de millones de personas, muertos, heridos, desplazados, un gran número de niños y jóvenes; cuyas vidas no son «mediáticas» para los grandes controladores de la información mundial.
En este conflicto, el único «mérito» de Naciones Unidas ocurrió en 1947 cuando, por la Resolución que conocemos, ¨aprueba¨ la creación de dos estados en el territorio de Palestina, para darles a los judíos, dispersos por el mundo desde el primer siglo de nuestra era y víctimas del fascismo alemán en los territorios bajo la égida hitleriana, una tierra, que coincidiera con sus aspiraciones ancestrales, en lo fundamental de corte religioso. Alguien acertadamente recuerda que no se les ocurrió a la ONU «regalar» un territorio a otras nacionalidades o grupos étnicos, como los kurdos, o los gitanos, igualmente en diáspora por el ancho mundo, pero con un grave hándicap, no tienen un kilo. Se exige, no sólo por el acatamiento de lo establecido en la Resolución de la ONU, sino por el retorno a la situación anterior a 1967, incluidas las fronteras que conformaban el llamado Estado de Palestina, previo a la «guerra de los seis días». Ese es el punto principal de cualquier solución al conflicto.
En todo este tiempo, la estrategia de Israel ha sido ocupar, colonizar y luego refrendar y lograr el reconocimiento del hecho consumado. Después, los países occidentales, con EUA a la cabeza y su derecho al veto, logran que la ONU ignore el problema, y pase la página. A la par, la pérdida paulatina del ideario nacionalista y unitario de los países árabes y el puntillazo, el disenso entre los propios palestinos.