Nostalgias de un mochilero: El cañaveral

Nostalgias de un mochilero: El cañaveral

Cuba, sin duda alguna, puede ser catalogada como la isla de los innumerables paisajes. Rodeada de mar, bendecida por montañas y llanuras, dotada de un verde con miles de matices y abrasada por un sol beligerante, sus dotes naturales centellean a la vista y seducen a los mortales.

Entre esos paisajes que rutilan en la pupila destacan los cañaverales. No por gusto en una famosa canción del grupo Calle 13 se describe a la Isla en un solo verso: “Un cañaveral bajo el sol en Cuba”.

Un campo de caña recién cosechado se asemeja a una sabana cubierta por una gran alfombra de color ocre. 

Aún después de retirada la gramínea del campo siempre quedará su espíritu: ese olor a guarapo que inunda la tierra durante días.

Para muchos el Astro Rey es un castigador inclemente que alancea a los hombres desde el cielo, pero para los obreros en zafra representa una bendición, más aun a las puertas de la primavera. Cuando chamusca los cuerpos, endurece la tierra y los equipos pueden trabajar mejor.

Nada resulta más cotidiano en un campo de caña en pleno corte que la bandera cubana que oscila en la novia, como le llaman a las carretas donde guardan las herramientas. 

En el horizonte, las combinadas avanzan junto a los camiones como en un abrazo. Entre el camionero y el operador debe existir mucha coordinación, como en un baile donde la precisión es exacta. De no ser así, la caña cae fuera, sobre los surcos del cañaveral.


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Cuando me “trepé” a una KTP hace algunos años, los casi mil metros de una punta a otro del campo se hicieron insoportables. El calor, el ruido, y la constante pajilla, junto a la caricia filosa de las hojas de la gramínea, me hicieron desistir y pasarme a un camión, a pesar de la bondad de aquel operador que apenas reparó en mi presencia, ante la constante atención que debe prestar al brazo que lanza la caña.

Recuerdo que en el Kamaz todo era más tranquilo, y hasta el conductor escuchaba la música de Álvaro Torres. 

Desde allí pude presenciar cómo una garza engullía a una rana. Esas aves blancas se desentienden de la cercanía casi amenazante de los grandes equipos.

Los obreros hablaban de cosas terrenales, como la pelota, y yo les miraba casi perplejo porque ninguno mencionaba el fuerte calor que desprendía el cañaveral. Permanecían en total tranquilidad, como habituados a aquellas ásperas condiciones.

Desde entonces les admiré mucho más, y de aquel encuentro surgieron estas notas imperfectas.

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Sobre el autor: Arnaldo Mirabal Hernández

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