El 21 de septiembre de 1953 se abrieron las sesiones del juicio que se seguiría, en la Sala Plenaria del Palacio de Justicia de Santiago de Cuba, a los prisioneros sobrevivientes de los asaltos a los cuarteles Moncada, de esa ciudad, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, en el cual era acusado principal el líder de las acciones, el joven abogado Fidel Castro Ruz.
Los organizadores de aquella farsa judicial, cortada a la medida del estilo represivo de la tiranía, estaban muy lejos de imaginar cuán insólito les resultaría tal proceso en el que, finalmente, al transcurso de los días, se vieron obligados a aceptar la autodefensa que haría el abogado juzgado.
Esa circunstancia legal denegada injustamente al principio, lo convirtió a la vista de todos en Acusador -con mayúsculas y moral-, en nombre de la Patria, mediante un alegato que hizo historia.
Con los nombres de La Historia me Absolverá y más tarde Programa del Moncada, la vibrante autodefensa expuso datos irrefutables y estadísticos, evaluaciones de una conciencia patriótica y política, sobre las razones que asistían a los patriotas y revolucionarios cubanos para luchar contra la tiranía y el oprobio.
Argumentos basados en la verdad, pues su autor no mentía jamás, se abrieron paso frente a la ignominia, mostrando el porqué los jóvenes integrantes del movimiento revolucionario habían decidido honrar al Apóstol en el año de su centenario.
No se trataba de actos violentos o de una indignación pasajera, eran acciones bien concebidas inspiradas en los padres fundadores, en la historia y en ideales firmes donde valores como la libertad y la justicia eran preponderantes. Todo un programa de altura política y humanista.
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A partir del 16 de octubre de 1953, cuando tocó el turno a su alegato, Fidel expuso con contundencia y obtuvo una victoria moral, incluso a los ojos de quienes lo juzgaban.
Él nunca se engañó, pues sabía de antemano que sería condenado, pero usó su palabra como tribuna de denuncia y de incriminación a los verdaderos culpables de crímenes de lesa humanidad y de violación de los derechos humanos del pueblo.
Es claro que allí asumió con dignidad y valentía su responsabilidad principal en la concepción y organización de los asaltos, y en el entrenamiento previo de los jóvenes participantes, fuerza de la cual fue segundo al mando el inolvidable Abel Santamaría, torturado salvajemente y asesinado tras su captura.
Unos mil 200 estudiantes, obreros y empleados públicos, y en su mayoría afiliados al movimiento ortodoxo que encabezó el prestigioso Eduardo Chibás, fueron la base inicial de la fuerza patriótica dispuesta a dar el paso al frente en la lucha, dentro de lo que también se llamó la Generación del Centenario del Apóstol.
Al formarse el destacamento final, con unos 160 combatientes, había jóvenes de diversas procedencias de La Habana, Santiago de Cuba, el poblado de Artemisa y otras partes de Cuba, así como dos corajudas mujeres Haydée Santamaría y Melba Hernández, también procesadas y luego encarceladas. Todos dispuestos a vencer o morir.
Fallas tácticas repercutieron en que el escenario se tornara muy difícil en el teatro de operaciones y no alcanzaran sus objetivos: tomar los cuarteles y dar las armas al pueblo. La tiranía batistiana reaccionó a tiempo para desatar una masacre que mató a combatientes en el campo de batalla, y también a reos indefensos, una vez desarmados.
Hecho prisionero pocos días después, a Fidel se le mantiene confinado durante 76 jornadas.
Hay que decir que el ardiente alegato del líder alertó aún más al dictador Fulgencio Batista sobre la hondura y determinación de ese opositor y del movimiento que representaba, y como todos los de su calaña el tirano supo que era un enemigo que no podía perdonar, aunque tampoco matar en esa ocasión, ya vería cómo hacerlo en lo adelante.
El 21 de septiembre bajo el nombre de Causa 37, comenzó el proceso penal a 122 encartados, causa que contemplaba su desarrollo en escenarios y fechas diferentes.
La primera audiencia tuvo lugar ese día en el Palacio de Justicia. Otro enclave era el Hospital Saturnino Lora, sitio donde juzgaron a Fidel Castro el 16 de octubre, en una pequeña habitación. Allí fue objeto de vejaciones y arbitrariedades en el debido proceso. Pero, aunque lo intentaron, no pudieron impedir el ejercicio de su autodefensa.
Con una sesión atestada de público, pues así lo exigía la norma jurídica, la dictadura emplazó numerosos soldados que intentaban atemorizar a los presentes con sus bayonetas. Se autorizó la presencia de 26 periodistas pero prohibieron la entrada de fotógrafos.
Las bases jurídicas sustentadoras de su defensa, fueron marcadas por él como integrantes de presupuestos esenciales del derecho.
Y así el jefe del movimiento y los demás sobrevivientes fueron condenados. La pena del líder estipulaba 15 años de reclusión en el Presidio Modelo, en la entonces Isla de Pinos.
Con La Historia me Absolverá -nombre emanado de la famosa frase: Condenadme, no importa, la Historia me absolverá-, los cubanos vieron nacer lo que también se llamó posteriormente el Programa del Moncada, el cuerpo de objetivos más importante a cumplir por la Revolución, una vez alcanzado el anhelado triunfo, ocurrido años más tarde.