Luego de solo cuatro funciones a finales de julio, regresa Carnaval, el más reciente estreno de Teatro de Las Estaciones, a la Sala Pepe Camejo, donde se mantendrá en cartelera los sábados y domingos de septiembre.
La nueva obra de la compañía yumurina estuvo de gira por Europa durante el mes de agosto. Primero llevaron a cabo nueve presentaciones en distintas poblaciones de Francia, después pasaron a Suecia, a dos ciudades tan importantes como Estocolmo y Gotemburgo, respectivamente recibidos en el Alias Teatro y el Teatro Sesame.
Descrita como fantasía de amor para actores y figuras en tiempos solitarios, Carnaval reúne a los caracteres arquetípicos de la Comedia del Arte: Colombina, Pierrot, Arlequín y Don Pantaleón, en una historia de amor en la que el ingenio y la perseverancia vencen a la avaricia.
Se trata de un musical sin diálogos que sustenta buena parte de su fluidez comunicativa en una banda sonora integrada por El Carnaval de los Animales, del compositor francés Camille Saint Saëns, y piezas de Gabriel Fauré, Félix Mendelssohn y Robert Schumann, en los hermosísimos diseños de Zenén Calero, la coreografía de Yadiel Durán y la calidad interpretativa de los actores de Las Estaciones.
“Desde que hicimos La Caja de los Juguetes, en 2003, no teníamos un espectáculo sin texto –explica Rubén Darío Salazar, director de la agrupación–. Creo que era el momento ideal para este proyecto, que se había frustrado en dos ocasiones anteriores, pero soy muy tozudo, puede que pasen dos años o seis, siempre insisto en lo que tengo fe.
“La productora gala Artisans nos había invitado para hacer un recorrido por campamentos de niños y jóvenes. Junté a tres actores afines a mi estética, con los que sabía que podíamos montar la obra en cuatro meses porque tenemos ese feeling creativo: María Laura Germán, Iván García y Yadiel Durán.
“Algunos de estos personajes, Pierrot, Arlequín, habían aparecido ya en nuestras obras aunque nunca antes abordamos la Comedia del Arte como tal, con su comportamiento típico, ese lenguaje extra verbal, el sentido de la improvisación y los colores que la caracterizan”.
Aunque este tipo de teatro popular, nacido en Italia en el siglo XVI, tiene claves bien definidas y protagonistas reconocibles como “la damisela”, “el pillo” o “el avaro”, el genio de Estaciones consigue dialogar con ellos en un contexto y circunstancias diferentes, proponiendo nuevas lecturas de los clásicos.
“Nuestra manera de ser, jacarandosa, aguda, irónica, muchas veces estrambótica, uno se la pasa a estos personajes. Se rompen los límites y es posible ver a un Don Pantaleón, codicioso por excelencia, conmovido con su historia personal, y que él se pregunte: ¿qué estoy haciendo con mi hija y su amor? Eso tiene que ver con la sensibilidad del cubano, con ese sentido melodramático de ver la vida que nos conecta con el universo de lo latino”.
Por su parte, Zenén Calero busca en sus diseños de vestuario y maquillaje esa energía de los contrastes que resulta tan característica de los colores en el trópico. Si Don Pantaleón viste de rojo, aquí todos sus accesorios tienen un tono encarnado, si Colombia siempre va de rosa, él la lleva al violeta, exacerbando toda la pasión de la dama. Su Arlequín tiene rombos móviles que simulan un leve plumaje en medio de los saltos y piruetas de Yadiel Duran, su Pierrot, entre el blanco y el negro, se arropa de texturas.
Hay un disfrute muy particular en esta obra que tiene que ver con Estaciones y esa mezcla de música, danza, teatro y artes plásticas que constituye su poética, pero también con otro regreso esperado, el de Rubén Darío Salazar a las tablas.
“Me gusta mucho actuar. Mi historia, desde la niñez, tiene que ver con la interpretación, sea en televisión, radio o teatro aficionado o de profesional, después de estudiar en el ISA.
“Como hijo legítimo de Eleguá, me proveo de todos los recursos posibles que me hagan gozar y hacer maldades en escena. Siempre en buen plan, nunca para equivocar a nadie, pero me encanta no ser esperado.
“Hay varios fragmentos del espectáculo que pertenecen al mundo de la improvisación, que uno la tiene pactada, pero no sabe cómo va a ser. En ese momento nos hacemos bromas, en un idioma que nadie entiende, que es onomatopéyico, sobre cosas que pasan en el día a día y que solo nosotros podemos descifrar.
“Ese es el hechizo de la Comedia del Arte: disfrutar y hacer al espectador partícipe del disfrute, de la sorpresa. Sí, se trata de una historia de amor, pero… ¿Sucederá en medio del mar o en el espacio exterior, a caballo o en un cohete?”.
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