Jesús, cenaguero de pura cepa

El encuentro fue pactado días antes. Existía especial interés por conocer a Jesús Matos Carvajal (Chuchi), cenaguero de pura cepa, para saber de su extensa y difícil etapa de supervivencia infantil y la de su familia en el mayor humedal del Caribe insular: Ciénaga de Zapata, ese ecosistema de alrededor de 300 mil hectáreas, muchas de ellas inhóspitas, crudas, surcadas de canales.

Romper el hielo, como se dice en buen castellano, no le resultó fácil. En su mente se agolpaba un torbellino de emociones. Parecía indeciso en el comienzo al abordarse un tema, por lo general, atractivo, pero a la vez doloroso para el habitante en los tiempos de la seudorepública. 

Su mirada, fija en el piso de la agradable y pequeña residencia, en el barrio del Naranjal Norte, en la ciudad de Matanzas, ascendió hasta su interlocutor, luego de creado un clima que abrió las puertas del diálogo.   

¨La vida del cenaguero es otra luego del primero de enero de 1959. Debemos agradecerlo a esta Revolución. Desde los primeros momentos recibimos las atenciones que merecemos los seres humanos. Era como nacer y comenzar a vivir de verdad.

¨Estábamos en un estado de olvido, ignorados. Fidel y Celia, como si fueran nuestros padres, asumieron un papel protagónico en ese renacer inolvidable y maravilloso. En lo adelante mejoramos  las condiciones, no debemos olvidarlo. Éramos piedra y polvo en el camino. Mejor dicho, maleza, lodazal y canales. Estábamos en un estado silvestre. Peor que aves y cocodrilos.

¨Recuerdo con mucho dolor la pérdida de numerosos seres humanos, sobre todo de madres al parir, junto a sus hijos, al no contar con asistencia médica ni medicinas.

¨Por esa causa perdí a tres de mis hermanos. Uno de ellos, Manuel, a los siete años. Mi madre, a la hora del parto, no contó con la ayuda de Matea Gómez, mi bisabuela materna y comadrona de la comunidad Santo Tomás, donde residí en los primeros años de mi vida. Quien la asistió no sabía bien y, al extraer al niño, a este se le afectó la columna vertebral. 

¨Cumplidos los siete, empeoró. Mamá y mi padrastro Julio Sierra lo sacaron por mar en un bongo, especie de bote auxiliar –en el que se traslada madera, polines, carbón, etc.–, remolcado por una lancha, en busca de un médico en el poblado de Güines, pero no apareció nunca. Falleció en la localidad costera de La Máquina. Lo sepultaron allí mismo, como ocurría regularmente cuando alguien moría por enfermedad en el camino hacia ese u otros lugares. Por ese motivo en la Ciénaga de Zapata hay numerosos restos humanos en tumbas desconocidas. Muchas, olvidadas donde están.

¨Ese recorrido era más corto que venir a la ciudad. Total, si no teníamos dinero alguno, porque de lo que se ganaba, muy poco, el dueño del monte donde se talaba y preparaba la madera se quedaba con ello porque a su bodega le debíamos los mandados (alimentos u otros artículos). Lo poquito que quedaba era para cubrir escasamente las muchas otras necesidades. 

¨Fíjese, yo no tuve juguetes en los primeros años, como no fuera un palo amarrado como si fuera una carreta, y a mi hermana Mercedes nuestro papá biológico, Alberto, le hizo su primera muñeca a mano, rústica, ya grande. ¨Mi abuelo, Pablo Carvajal, gallego, nos compró los primeros juguetes al viajar a  Güines, muchas veces pudo hacerlo porque allá iba el político Juan Padilla y en cinco pesos le compraba el voto para las próximas elecciones.

«¿Quién iba a aspirar a jugar con juguetes reales con tanta miseria? Mejor pensar en trabajar, hacer carbón o realizar otras labores para ayudar al sustento. Todos vivíamos en una casa de cartón, cinc, yagua, lo que pudiera conseguirse, en una sola habitación, cocina destartalada y patio fangoso. Y el servicio sanitario, ni mencionarlo.

¨No pocas veces el corte de leña estaba distante del horno. Había que levantarse a las cuatro de la mañana, caminar, a menudo entre el agua. Luego, arrastrar la madera por terraplenes, en barcazas dentro de canales, y cuidar el horno las 24 horas para lograr el carbón, ganar quilos, porque si explotaba y ardía se perdía todo».

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El rostro se le ilumina, muestra cierta sonrisa al abordar el nuevo asunto, y refiere entonces lo expresado en párrafos iniciales, al llegar la luz de la esperanza con la Revolución: «Un sol diferente, en especial para nosotros, los más humildes.

¨Pero antes de seguir, debo decir lo siguiente. Era de los que sabía leer y escribir algo, porque a los 10 años –nací el 18 de septiembre de 1947– comencé a ir a la escuela al aparecer por aquellos lugares un maestro nombrado Patrono Chirino (El Chino). 

«Muchos cenagueros partimos para La Habana a estudiar y a aprender diferentes faenas, en mi caso cerámica. De esto tengo dos recuerdos mientras exista, dos hechos que marcaron mi estancia en la capital…

«Al caerme en la piscina de la escuela, resbalé al caminar por ella vacía y húmeda, me dañé las manos en las muñecas y golpeé en la cabeza. Sucedió que Fidel visitó el centro, en el reparto Siboney, y al enterarse enseguida de mi accidente fue a verme. Preguntó dónde yo estaba. No sé qué le contaron de mí, porque al ponerme una mano en el hombro me dice: ‘Tienes que ser valiente, no te acobardes. La próxima vez saltarás más alto y no se te partirán las manos’. Al marcharse deseó mi recuperación¨. 

¨En otra oportunidad la afamada escultora Rita Longa Aróstegui –autora de la aldea taína en Guamá– estuvo con nosotros y, al verme, dijo: ‘Eres el jazmín del aula’. No comprendí sus palabras, y todavía me pregunto por qué lo dijo. Sería porque no era un muchacho mal parecido entonces, callado, noble… aunque cuando llegamos a la escuela no sabíamos cómo agarrar los cubiertos. 

¨Estaba en La Habana cuando la invasión a Playa Girón. Aquello nos impresionó mucho. Allí quedaban nuestras familias, las de los cubanos que acudieron a luchar por la Patria, ofrendado su sangre.

¨Cuando le llevaron a mamá un documento sobre la Operación Peter Pan, maniobra dirigida y financiada por el gobierno de Estados Unidos y la contrarrevolución interna y externa, ella estuvo a punto de sacarme de la escuela por la sarta de mentiras que escribieron. Que le quitarían la patria potestad sobre sus hijos, que nos mandarían para Moscú… Mi padrastro Julio lo impidió, le hizo ver la verdad y nada sucedió con nosotros¨.

Al regreso de Siboney, el protagonista de estas líneas, como no era su vocación, no ejerció la labor artesanal: volvió al plan de hornos de carbón, tarea humanizada, mejor pagada y sin que nadie lo explotara inhumanamente. 

¨Pasé otro curso, en Bahía de Cochinos, sobre preparación política e ideológica, que no terminé. Echaron jalapa en la comida y enfermamos. Mi madre no me dejó volver. Estando en el plan de carbón de El Vínculo pasaron captando jóvenes de 16 años que quisieran incorporarse a la escuela de preparación militar y, por ser menor de edad, debieron aprobarme en casa, y así fue. Al regreso estuve en guarniciones y puestos de mando de Jovellanos, central Australia y en la pista circundante, como parte de la Lucha Contra Bandidos y en protección de esos territorios.

¨Me convertí en fundador de las Milicias Nacionales Revolucionarias siendo muy joven, al llamado di el paso adelante. Y, también respondí al internacionalismo cuando partí para la República Popular de Angola en 1982. Regresé tres años después. Estuve en Huila y Lubango.

¨Siento sano orgullo de haber participado en estas y otras misiones dentro y fuera de Cuba. Esto hace feliz mi vida, pero recuerdo con tristeza la caída de compañeros valiosos, heroicos, inolvidables¨, añadió este merecedor de incontables lauros, incluida la medalla de fundador de la UJC y los CDR, Servicios Distinguidos en las Fuerzas Armadas Revolucionarias y el Ministerio del Interior, LCB, entre otras.

Junto a sus hijos Sayliys y Lázaro Alejandro, a los cuales lega incalculables conocimientos y experiencias.

¨Cuanto he hecho es incomparable con lo realizado por quienes hicieron posible que mi Ciénaga de Zapata cambiara, que sus habitantes fueran como los demás cubanos, por ser todos, juntos, dignos de esta Patria».

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