La Solidaridad. Caricatura por Miguel Morales/Tomada de Archivo
Dijo un sabio que casi todas las cosas buenas nacen de una actitud de aprecio a los demás.
Supertanqueros fue una auténtica prueba de fuego, que incluso hoy pone en evidencia ante nosotros los valores más humanos, y no solo de los matanceros.
Bastó la nube de humo en el cielo para que se activara un ejército, en función de una de las catástrofes más grandes vividas en la Isla, que solo pudo superarse por el trabajo en equipo.
Así lo demostró el arribo de bomberos de otras provincias y de los hermanos países de Venezuela y México, que colaboraron en la extinción hasta la última llama.
Esto se llama solidaridad, y no solo se hizo evidente en el tan necesario personal de apoyo, sino también en el envío de insumos, desde polvos químicos para combatir el fuego hasta medicamentos para curar a los lesionados, que llegaron de diferentes lugares de Cuba y el mundo.
Pero coincidirá conmigo en que, si imprescindible fue el actuar en la “zona caliente”, el papel jugado en las instituciones médicas resulta igual de meritorio.
En esa lista sobresale el Pediátrico, que se salió de sus rutinas habituales con infantes para atender a los primeros heridos, incluso con lesiones severas, como las de Floro, el bombero jubilado, accidentado mientras apoyaba como pipero. Y por supuesto, el Faustino Pérez, cuyo Cuerpo de Guardia recibió en escasos minutos a más de 50 lesionados. Supone un reto imaginar las exigencias de aquel momento.
En el Hospital Provincial prevalecieron muchísimos valores. Desde el sacrificio del personal de la Salud, que esa madrugada se reincorporó a trabajar sin importar si recientemente habían culminado sus jornadas; el humanismo de donantes de sangre; hasta la excelente conducción de su directora y demás administrativos en la organización del trabajo, tratando de minimizar las pérdidas de vidas humanas.
Desde entonces quedó como experiencia la necesidad de un Cuerpo de Guardia más funcional, con el espacio adecuado para ampliar en camillas en casos extremos y para desplazarse el personal con facilidad dentro del salón. Con satisfacción comprobamos que un propósito de fines tan prácticos está cumplido un año después de la catástrofe.
Los terribles días de los Supertanqueros nos hicieron más temerosos de los fenómenos atmosféricos, pero asimismo más fuertes y seguros en el actuar.
Muchos gestos positivos de solidaridad nacieron del aprecio al prójimo que decía aquel sabio. Desde una enfermera escapada de su rol, abanicando a un paciente quemado, hasta quienes realizaron donativos para los que lo perdieron todo a raíz del incendio.
Por encima de la destrucción, la angustia y el dolor, primó la solidaridad, como máxima expresión de amor ilimitado y constatado de diversas maneras.
Como prueba fehaciente de que ante las adversidades no nos amilanamos, nos crecemos y desbordamos lo que nos identifica como los seres que somos: el humanismo.