Un viaje a la playa con la familia (versión postordenamiento)

Este domingo mis papás y yo fuimos a la playa y eso me hizo muy feliz. Tengo muchos deseos de volver otra vez.

Este domingo mis papás y yo fuimos a la playa y eso me hizo muy feliz. Mi mamá, que amo mucho, se despertó muy muy temprano para preparar todo, más temprano que cuando tengo que ir a la escuela y ella viene y me regaña por dormilón.

A mí me levantó el ruido de los calderos en la cocina y el olor de los frijoles cuando están a medio hacer, que se parece a cuando en el aula huele mal y todo el mundo empieza a señalarse con el dedo y gritar que fue el otro, hasta que Carlitos, muy payaso como siempre, dice que el que tenga las orejas más “colorás” y calientes es el culpable. Yo, que siempre caigo, me las toco, aunque sepa que no fui, y todo el mundo empieza a reírse y me llaman apestoso.

Salto de la cama y veo a mi mamá romper unos huevos y echarlos en la sartén, y el aceite salta por todo el fogón como fuegos artificiales de carnavales, aunque de los carnavales no me acuerdo muy bien, porque me llevaron muy chiquito y solo recuerdo eso: los bonitos fuegos artificiales y la cantidad de gente que estaba por la calle.

Mi papá, que parece que también se despertó por el olor de los frijoles a medio hacer en un pepino de agua, que siempre me he preguntado por qué le dicen así, pepino, y nadie sabe responderme, echa el polvito de refresco Zuko. Ese nombre me suena a villano de muñequito, y mi mamá se vira y le dice que no gaste todo el paquete, que después no hay para mi merienda el lunes y que si se acaba habrá que “mandarlo con milordo”. Pregunto qué es milordo, pero ninguno de los dos me responde.

En una jaba mi mamá echa unos pozuelos con arroz congrís y unos pedacitos de tortilla, el pepino de refresco Zuko y unos panes con tortilla que… ¡wákala!, no me acaba de gustar, incluso lo prefiero con aceite y sal, pero ella cuando se lo digo me mira de arriba a abajo y me pregunta si yo creo que tiene una mata que da dinero en el patio.

Cuando salimos de casa mi papá parece un robot, un transformer: carga en una mano la jaba con la comida; en la otra, una sombrilla grandísima que se la pidió a un vecino, porque dice que allá, en la playa, seguro que la sombra debe costar un ojo de la cara; y en la espalda lleva una mochila con unas toallas viejas, de cuando yo era un bebecito, y ropa para cambiarnos después del chapuzón.

En la parada hay cantidad de gente, como si fueran unos carnavales, lo que ahí no vi por ningún lado fuegos artificiales. Mi mamá me agarra de la mano y me dice que en lo primero que aparezca nos tenemos que ir, así que no me duerma. Aparece un camión y todos se tiran sobre él como cuando se me cae un pedacito de dulce en el suelo y las hormigas comienzan a salir por todas partes.

Logramos subir a trompicones, por lo menos mi mamá y yo; luego por la ventanilla mi papá nos alcanzó la mochila, la jaba y la sombrilla, y logró montarse de último ahí ahí, casi la puerta le pellizca cuando la cierran.

Llegamos a la playa y había mucha gente, como el poema de Martí que nos aprendimos en la escuela. Mis papás clavaron la sombrilla en la arena y abajo pusieron las toallas. Mi mamá sacó protector solar, pero quedaba tan poquito que había que deslizar los dedos desde la cola a la cabeza y cuando salía hacía un sonido como de pedito pequeño. Al final solo alcanzó para mí y me lo regaron por todas partes.

Yo, que estaba desesperado por meterme en el agua, corrí para la orilla con mi papá, entre gritos de mi mamá que no me fuera para lo hondo. Nadé. Jugué con mi papá a las pistolas de agua y me quedé mirando unos pececitos que me hacían cosquillas en los pies; primero me asustaron, pensé que venían a comerme o algo así, pero después me di cuenta que eran inofensivos.

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Mi mamá se tiró en la arena a coger sol y mi papá, riendo, desde el agua le gritaba que parecía una caguama. A eso del mediodía fuimos a almorzar. Mi mamá repartió los pozuelos con el arroz congrís y más tortilla. Un señor con una mochila se dirigió a mis papás para preguntarle si les gustaría comprarle una Cola o una naranjita al niño y yo que sí, que sí quiero, y mi papá que no, que no, que estábamos a fin de mes, y que para eso había traído el pepino de refresco Zuko. Por la Cola que nunca me tomé, el almuerzo me cayó mal.

Tuvieron que salir conmigo a buscar un baño y caminamos y caminamos, yo y mi papá, y no aparecía y la barriga me apretaba más y más. Cuando encontramos uno, había mucha gente y mi papá me agarró el brazo y me pidió que aguantara como el hombre que era.

Después de hacer kaka regresamos a la playa con mi mamá y esta vez me dediqué a jugar con la arena. Hice un hueco hondísimo y un castillo, aunque en mi cabeza iba a quedar menos viroteado de lo que realmente quedó. A eso de las tres de la tarde merendamos pan con tortilla y más refresco. Mi mamá me dijo que esperara a hacer la digestión, antes de meterme en el agua, porque si no me pasmaba.

Cuando el sol comenzó a bajar, recogimos todo y mi papá volvió a convertirse en un transformer y fuimos para la parada. Como por la mañana, había un montón de gente para regresar a casa. Mi mamá y mi papá estaban rojos rojos como camaroncitos duros. Este domingo mis papás y yo fuimos a la playa y eso me hizo muy feliz. Tengo muchos deseos de volver otra vez.

PD: Esta crónica es ficticia, aunque posea paralelismos con la realidad. La intención era escribirla como una de esas redacciones de primaria que muchos de nosotros en su debido momento hicimos.

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