Nacida el 12 de julio de 1815, en la ciudad oriental de Santiago de Cuba, a Mariana Grajales Coello se le reverencia hoy como Madre de la Patria por su heroica trayectoria muy propia, aun cuando en gran medida se le agradezca su rol preponderante en la formación de la insigne familia de patriotas que forjó.
De la cuna más humilde posible, con antepasados que fueron esclavos, esta mujer se hizo notar desde muy joven por su entereza y rectitud espartana.
Siempre renegó públicamente de las lágrimas, y pudo probar su valentía y adhesión a los principios y a la causa por la libertad de la Patria, hasta el fin de su vida, suceso ocurrido el 27 de noviembre de 1893 en Kingston, Jamaica, tras años de exilio a que se vio obligada al finalizar sin los resultados esperados por los patriotas la Guerra de los 10 años (1868-1878).
Pero el “corazón coraza” de esta cubana entera se había tramado también con la honda sensibilidad y virtudes de quienes conciben el hogar, la familia y la tierra natal como un todo, y se ufanaba por hacerlos crecer sanos, limpios, en el cumplimiento del deber, la honestidad, la verdad y en el trabajo de sustento creador.
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Fomentó entre los suyos ideales de igualdad y ansias por la libertad que el sistema esclavista imperante les negaba a los de su clase, aun cuando su familia de origen, formada por padre y madre dominicanos con recursos desahogados, tenían pequeñas propiedades rurales que les permitían ganar dignamente el sustento. Ellos iban más allá en las aspiraciones sociales y morales.
Esa pequeña síntesis demuestra claramente el alcance del valor de las luces intelectuales de Mariana, presumiblemente analfabeta debido a su condición y época. No pocos estudiosos han dado el veredicto de que sí pudiera haber estado vinculada al alfabeto, por el grado de desarrollo de su pensamiento lógico y conciencia.
Es verdad evidenciada que Mariana Grajales no espantó jamás la ternura y su hogar fue prolijo, cálido y ordenado como ninguno para dejarnos muestra de ello.
Sus virtudes se acrisolaron cuando partió con la prole a la manigua donde se luchaba por la libertad a los pocos días del inicio de la primera guerra redentora, el 10 de octubre de 1868.
Era una mujer madura, curtida por el trabajo y la maternidad fecunda, cuando ocurrió aquel acontecimiento. Pero en lo adelante sus acciones evidenciaron el crecimiento interior y la evolución político-social que ocurrió en ella, junto con la de numerosos compatriotas, sin ser detenida por su condición de mujer casada, en un mundo patriarcal, y mestiza, presumiblemente iletrada.
Junto a las labores asistenciales, concretamente de enfermería, que desempeñaba en las huestes del Ejército Libertador la fue distinguiendo su proceder radical, basado en la educación ética y cristiana, a la usanza de aquellos tiempos. Los valores de la libertad e independencia también eran primordiales para la familia de origen y la creada en matrimonio, pues, aunque nunca conoció la esclavitud en carne propia vio sus crueldades muy de cerca e igual padeció efectos discriminatorios.
Mucho antes del estallido de la llamada Gesta del 68, a los 15 años, Mariana se había casado con Fructuoso Regüeiferos, fundando su primera familia, en la que nacieron cuatro descendientes. Pero enviudó luego de nueve años. Tiempo después conoció a Marcos Maceo y se unió a él en 1843. Decidieron vivir en la finca propiedad de Marcos en Majaguabo, San Luis. Antonio, el primer fruto de este enlace, nació en 1845.
La vida le dio luego a José, Rafael, Miguel, Julio, Tomás y Marcos Maceo Grajales, además de tres niñas.
Todos sus descendientes tomaron parte en esa campaña, algo a lo cual su madre los había exhortado desde el principio, incluso bajo juramento ante la Cruz.
Felipe, otro de sus descendientes, cayó ante un pelotón de fusilamiento, en tanto Fermín murió en la acción de Cascorro. Le siguió Manuel, quien pereció en el combate de Santa Isabel; luego Justo fue capturado y ejecutado cerca de San Luis, Oriente.
El esposo, Marcos, feneció en combate en mayo de 1869, y algunos historiadores plantean que su muerte ocurrió meses después en un hospital de campaña de la Sierra Maestra.
Es cierto que los intensos dolores sufridos como madre y esposa se esforzó en guardarlos para ella con una entereza que hoy la convierten en legendaria e incluso inspira la devoción de sus compatriotas.
Tantas veces se mantuvo erguida y altiva, animando a los dolientes que la rodeaban, que se perdió la cuenta. También curó heridas de campaña, dio alimento y remedios y animó al coraje y a la vida, sin rendirse, de la mañana a la noche, sin mirar de frente al cansancio ni al desánimo.
Al terminar la primera campaña en 1878, solo sobrevivían cuatro de los hijos de Mariana, entre ellos Antonio y José, los más destacados y también Generales en la Guerra del 95, en la cual ofrendaron ambos sus valiosas vidas.
A raíz de los históricos acontecimientos del 68 no tardó, no lo pensó dos veces y partió a la manigua redentora, acompañada por su nuera María Cabrales, la esposa de Antonio, donde trabajó intensamente como enfermera improvisada ayudando a la cura y recuperación de los heridos.
Cuba también le rinde homenaje por haber concebido y formado a los grandes Antonio y José Maceo, dos soldados y jefes militares brillantes, dos cubanos fieles y ejemplares situados en el Altar de la Patria.
Mariana y María salieron para Jamaica en mayo de 1879. Allí, la venerable fundadora del clan heroico de los Maceo comenzó a pasar la vejez llena de dignidad, patriotismo y orgullo, hasta que murió a los 78 años.
A los 30 años de su deceso, pudieron finalmente ser repatriados los restos sagrados de la amada Mariana. Hoy reposan con honores en Santiago de Cuba, cerca de padres fundadores excelsos como Carlos Manuel de Céspedes, José Martí y Fidel Castro. Así todos guardan el sueño eterno de la heroína que se encontró siempre al lado de los que aman y fundan.