El Cinematógrafo: Mi crimen

Mi crimen deja una sensación intercambiable con la de esas películas donde la guerra de clases y sexos se intercambiaban los tortazos.

Ficha técnica:

Título original: Mon crime

Año: 2023

Nacionalidad: Francia

Dirección: François Ozon

Guión: François Ozon, Philippe Piazzo

Fotografía: Manuel Dacosse

Música: Philippe Rombi

Reparto: Nadia Tereszkiewicz, Rebecca Marder, Isabelle Huppert, Fabrice Luchini, Dany Boon, Edouard Sulpice, André Dussollier, Félix Lefebvre,  Régis Laspalès, Daniel Prévost

Duración: 102 minutos

Ozon, como un experimentado asesino de alcoba, es capaz de estrangularnos y de acariciarnos, cosquillas incluidas, con igual naturalidad y eficacia en su trato.

Es un autor que, siempre con la misma disposición, se lanza a sugerir o mostrar esas cosas que nos aterran y por pudor difícilmente admitiríamos, y por otra parte, aquellas que no dudamos en aceptar de buena gana, que nos relajan o nos hacen reír. Mientras seguimos sin determinar cuándo nos parece mejor director, si entre luces vitalistas o sombras psicológicas, esta vez toca relajarnos y reír, aunque es innegable que, como sociedad, Mi crimen nos lleva a mirarnos al espejo varias veces, mérito de actualidad para la edad de la obra teatral en que se inspira (data de 1934).

El reparto es sencillamente espectacular, y a la manera de los grandes repartos, la elección de intérpretes para cada personaje es tan acertada como el desempeño posterior a nivel individual u orgánico, o el vestuario empleado en sus caracterizaciones; dan la talla en todo, empezando por el prototipo físico acorde a cada matiz de dignidad, torpeza, perfidia o patetismo.

Las prometedoras Tereszkiewicz y Marder, una Huppert perfecta, un divertidísimo Luchini (Germain en En la casa, de 2012), Boon, Sulpice, Dussollier, Lefebvre, Broche… Los variados grados de intensidad verbal y extraverbal con que se proyectan, el tono de farsa en general que adoptan y la sensación de que lo están pasando de maravilla mientras les vemos, son factores que los convierten en un entrañable y memorable plantel medio ficticio y medio real, al servicio de una batuta con no menos sentido del humor y habilidad para manejarlo fuera del escenario.

No digo escenario en aras de sugerir estériles comparaciones entre el medio teatral (muy presente en la trama) y el fílmico, sino en saludo al interesante ejercicio acometido para jugar con las apariencias, la manipulación y el artificio, desarrollado con dos tipos de interés: el lúdico, en apoyo a las situaciones de enredos tan gustosas de seguir (hasta el punto en que llega a costar) cuando se enhebran sólidamente; y el esencial para la trama, donde la opinión pública acaba siendo tan moldeable como las pasiones de melodrama y llegamos a temer que un alegato feminista acabe siendo un paripé de victimización.

Lea también: El Cinematógrafo: La trilogía de un crack

Una vuelta, por todo lo alto, a lo que en una época muy lejana se entendía como la comedia, o al menos la más elevada: Lubitsch, La Cava, McCarey, Sturges (Preston, no un John de igual apellido y otra clase de talento), Capra, Cukor, Leisen, y no me refiero a directores como estos por ceñirme a la screwball comedy, sino porque le confirieron como pocos al divertimento cinematográfico un carácter de necesidad oxigenante, de bocanada de aire fresco frente a las reglas de la sociedad, que le vino tan bien a aquellos años como le vendría a los de ahora. Ojalá más gente tuviese la valentía de Ozon, quien lo mismo osando un remake dramático de Lubitsch que denunciando perfidias sociales constituye, entre autores ya reconocidos al menos, uno de los que más plácidamente y con mayor seguridad ruedan, en contraste con la febrilidad de su producción.

Además de los graciosos flashbacks en blanco y negro, determinadas posiciones de la cámara o una celeridad técnica poco concebible cuando el aparataje era más pesado, Mi crimen deja una sensación intercambiable con la de cualquiera de esas maravillosas películas donde las guerras de clases y de sexos se intercambiaban los tortazos. Y no la separaría de ellas, en nuestro recuerdo, ni el seno al descubierto en ese plano tan sensual y divo que le regala Ozon a Nadia Tereszkiewicz: hasta siendo explícito logra un erotismo igual de juguetón, una picardía igual de sonrojada, un movimiento igual de mesurado entre lo naif y lo terrible.

Isabelle Huppert, secundaria estrella en un reparto espléndidamente cohesionado.

No es que por distanciarse de la herencia screwball hayan estado mal muchas comedias contemporáneas, influidas por disímiles formas de abordar el género que han surgido y se han estandarizado a lo largo de la historia del cine; solo que en el panorama actual pocas resultan tan exquisitas, vigorosas e inteligentes como esta, y esas tres características retroatraen al período de esplendor, cuando la creatividad brillaba como chispas a ritmo de escena tras escena y hasta varias veces en una, cuando el don de los lúcidos estallaba como el champán y el cine a menudo era una fiesta, plena de sofisticación, casualidades magistralmente coreografiadas y vidas insólitamente ajenas en las que podemos reconocernos sin ser millonarios excéntricos ni falsos culpables en prensa sensacionalista, por el módico precio de una entrada.

Para pertenecer a otra industria y pese a no haberle dado a la manivela en ese entonces, François Ozon nos lo hace vivir muy bien. En las más de dos décadas que lleva entregado a la causa del cinematógrafo abundan las pistas de que un cine como el expuesto en Mi crimen le es imprescindible. Por tanto, dada la calidad de su ejecución, me levanto a aplaudir con un ¡bravo! en tanto surge una próxima sorpresa en su mente y quién sabe si no la esté ya filmando.

Recomendado para usted

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *