Cuando era niño soñaba con un país de maravillas como el de Alicia. Los niños pensamos que todo es posible. Hay adultos que crecieron con su corazón de niño, y cantan y bailan, adultos que saben que el país de maravillas no existe en realidad, que no hay parques, ni juguetes, ni caramelos… ¡Pero hay música! Y la música en los oídos de un niño se vuelve magia, o sonrisas que es lo mismo.
Entonces se inventan un taller de maravillas, donde el conejo blanco puede salir manchado de disímiles colores en cualquier momento. Dicen que cuando un niño sonríe, la esperanza se mantiene viva, como un enorme gato que aunque lo veamos de manera intermitente, sabemos que ahí está. Hay adultos que se aferran a un país de maravillas, así no pase de diez metros cuadrados, donde la reina de corazones enojona no gobierna ni manda a cortar cabezas.
Adentro parece olvidarse el sinsentido de un sombrerero loco condenado a «matar el tiempo», porque la imaginación en un espacio de arte impulsa la creación y esto en cualquier lugar, es el principio de todo.
(Por: Anabel del Río Viamonte / Fotos: Raúl Navarro González)