Pasión por el metal

No se sabe cuándo a los amantes del género rock les endilgaron el término “friki”, porque si asumimos al dedillo las definiciones de la Real Academia Española, nos encontraremos palabras como estrafalario, extravagante y excéntrico.

Desgraciadamente, durante muchos años así han tildado a los amantes del rock en Cuba. Mas, basta entablar una simple conversación en un banco de esta ciudad con los cultores de ese género, para entender los valores que se esconden bajo sus vestimentas oscuras, o los piercings y tatuajes.

Lo primero que llamará la atención es la pasión hacia esta música, que les motiva a viajar largas distancias desde diferentes puntos del país para el reencuentro con las bandas asistentes.

Un festival de rock, como el que se celebra en esta ciudad por estos días, funge como una especie de cofradía, o hermandad, que convoca a seguidores apasionados que durante días se empeñarán en pasarla bien y disfrutar, sin prestarle apenas atención a los comentarios negativos de algunos que no entienden el fenómeno que ha caracterizado al género durante varias generaciones.

Pero si alguien dudó del poder de convocatoria de este festival, bastará con conocer a los jóvenes Renier Díaz, Alberto Quintana, Aléxandros Muro y Pavel Marín, quienes tomaron un tren a las 3:00 a. m. en la ciudad de Santa Clara y sobre las 7:00 a. m. ya desandaban la ciudad de los ríos y puentes. Justo a orillas de uno de estos símbolos tan matanceros, el San Juan, lograron dormitar unas horas ante el sueño acumulado.

A media mañana ya se encontraban prestos a recorrer la urbe y disfrutar de las actividades organizadas para esta nueva edición del Festival Atenas Rock, quizás el más afamado entre los de su tipo en el país.

Sobre el mediodía descansaban unos instantes en un parque muy próximo al Puente de Tirry. Recostados a sus mochilas, que servían como espaldar, comentaban que hubieran preferido que los conciertos se celebraran en áreas distantes del centro de la ciudad, ante la incomprensión que todavía existe hacia el movimiento rocanrolero.

Al menos así piensa Renier Díaz, quien esconde bajo sus toscas botas y pulóver metalero las vivencias de los días aciagos del incendio en el Supertanquero que asolara a la ciudad de Matanzas tiempo atrás. Quizás a los ojos de muchos su imagen despierte recelo, pero aunque no lo diga, podemos afirmar que se trata de un héroe que estuvo en la primera línea de fuego en agosto pasado, y casi un año después regresa para visitar el cuartel de bomberos, sin apenas desprenderse del olor a metal calcinado del tren.

Le acompaña Alberto, un músico que también maneja un bicitaxi para ganarse la vida; y Aléxandros y Pavel, estudiantes de Ingeniería Mecánica de la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas.

Si algo siempre caracterizó a este tipo de evento fue precisamente las decenas de jóvenes con sus típicos atuendos, dispuestos a acampar en cualquier espacio.

Durante el ameno diálogo, dos muchachas, al parecer también roqueras, se aproximan al grupo y surge un vínculo espontáneo. La conversación gira en torno al evento, y las palabras surgen con tal fluidez como si se conocieran de siempre.

Mientras los muchachos jaranean entre ellos, en la calle Nárvaez aparece una imagen singular que los deja boquiabiertos. Al menos así se sienten los chicos villaclareños al observar en una arteria yumurina a un rostro muy conocido para ellos: “Angelo, el abuelo del rock en Cuba”.

Un personaje singular que todos conocen en Santa Clara y que llegó quién sabe cómo a esta ciudad, la más roquera del país por estos días. Cuentan que viene con cierta frecuencia a vender culantro, pero lo cierto es que se siente a sus anchas, como si estuviera bajo las farolas del Parque Vidal, o a pocos metros del Niño de la Bota. Pero no, intenta cantar una canción, que a veces sí lo consigue, a orillas del San Juan, y se siente dueño y señor del entorno.

Nadie le rehúye, lo toman por loco o por un borracho sano, de esos que no agreden ni causan molestia, más bien despiertan simpatía, y hasta risas. Incoherente por momentos, Angelo representa una especie de emblema legendario dentro del mundo del metal.

Afirman quienes le conocen que nadie interpreta a Bob Dylan como él. Su rostro se ve maltratado por el alcohol, pero siempre ha sido así, y al parecer a nadie molesta. Se suma a la espontánea reunión y sus coterráneos se sienten en la obligación de protegerlo y contenerle los impulsos cuando se sobrepasa.

Escenas como estas seguramente se tornarán cotidianas en la ciudad, por estos días, bajo los influjos del Atenas Rock. Más que desenfreno, reinará la camaradería y las buenas vibras de los amantes de un género que consigue convocar a cientos de personas de todo el país, quienes lograrán pasarla bien, a pesar de las incomprensiones.

Lea también: Atenas Rock vuelve otra vez a Matanzas

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Sobre el autor: Arnaldo Mirabal Hernández

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