Aunque las leyendas necesitan el paso del tiempo, cualquier hecho inverosímil puede alimentar lo suficiente nuestra imaginación, ante esa imperiosa necesidad de creer en cosas inexplicables que también contribuyen a edificar nuestros sueños.
Que un pelícano nade por las aguas del río San Juan a nadie asombraría, pero que en ciertos momentos del día decida acicalar sus plumas al pie de una escultura, donde se le ha visto con bastante frecuencia, da mucho que pensar.
Sobre todo porque los seres vivos, sin raciocinio, muestran gran resistencia a las transformaciones del entorno, pero esta ave en particular parece disfrutar su proximidad a la majestuosa pieza conocida como El Corazón del San Juan, y erigida por Noly Díaz, cuando decide darle forma a un proyecto anhelado durante mucho tiempo por el gran artista Agustín Drake.
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El San Juan, a pesar de los azotes de la modernidad, no ha perdido su poética. Allí conviven pescadores y deportistas en una conjunción casi perfecta con las aves, que apenas esquivan la cercanía de las embarcaciones.
En ciertas épocas del año también navegan manatíes a flor de agua, y ahora un pelícano se aproxima a una escultura quizás para competir en prestancia, o porque se siente atraído por el color rojo, o vaya usted a saber si entiende de sentimientos, esos que desde tiempos inmemoriales los poetas ubicaron en el corazón y no en el cerebro.
Es como si el ave lograra sentir que desde este órgano vital palpita el amor que ciertos hombres sienten por su entorno, ese pedacito de patria que pueden ser las márgenes de un río. Allí, donde está emplazada una pieza monumental que recoge el sentir de dos hombres por su ciudad, Dreke y Noly, y que hoy está coronada por la presencia habitual de un peculiar pelícano.