Madre hay una sola, y padre… ¡también!

Cuando le descubres te quedas sin palabras, da igual si no lo deseaste lo suficiente (al menos no al principio),  si no llegó en “el momento perfecto”, o si apenas te sentías preparado para recibirle. Delante de su silueta te vuelves vulnerable y empequeñeces.

Tu vientre no fue su cuna nueve lunas, tu cuerpo no se deformó esperando su llegada, ni danzaste con dos corazones al mismo tiempo. Pero le esperaste con ansías para mostrarle el mundo.

No necesitas la conexión de cordón umbilical para saberte importante y parte de su vida. Basta que un pequeño puño abrace a tu dedo, para quedar rendido ante el verdadero amor.

De ti provienen la mitad de sus genes, y así lo descubres tras unos ojos que simulan los tuyos, un gesto que escapa, una palabra que imita, o ese carácter gruñón que nadie pone en duda de dónde procede.

Poco a poco te enorgulleces de esa mini versión de ti, perfectible como toda obra, de ahí que tu crianza  sea imprescindible en la formación de su temple. Tu ejemplo será el faro que le guíe hasta en las más oscuras y tempestuosas noches.   

Tu rol no es simple ¡nadie lo ha dicho!  En ocasiones serás el confidente y otras, al que le toquen los regaños más fuertes, sí, porque “¡deje que llegue tu papá…!”. Una que otra vez tendrás que dictar sentencias, cuando solo quieres y buscas abrazos.

Tras fricciones hogareñas y rupturas, casi siempre te tocará partir y ver crecer desde la distancia. Lo que no minimiza tus responsabilidades, ni te exime de esa obligación ganada desde el momento en que germinaste su semilla.

No todos desempeñan con dignidad su papel. Algunos corren ante la noticias, o se pierden en el trayecto. Más tú no seas así, no de los que se alejan, de los que se escudan tras pretextos y evaden funciones.

Sé de los que moldean su estirpe y labran su camino, de los que le ayudan a construir sueños y alcanzar metas. De los que, si fuese necesario, asumen todos los roles y son padres, con mayúsculas.

No, no eres reemplazable. Si madre hay solo una, padre también. Al igual que ella, eres horcón y sostén, pilar de vida y embajador de amor. Eres pieza importante e indispensable en la vida de tus hijos. Nunca lo olvides, papá.  

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