La Casita de Azulín

Harley es la viva imagen de la felicidad. Este pequeño con Síndrome de Down salta, corre, se ríe a carcajadas y obliga a su compañero, el actor Javier Martínez de Ozaba, a seguir tan frenético compás. A su alrededor otros niños juegan, cada uno a su ritmo, y disfrutan de la interacción con los jóvenes de El Mirón.

Se trata de La Casita de Azulín, nueva propuesta de la compañía teatral matancera encaminada a acompañar, desde el arte, a los infantes neuroatípicos (aquellos que presentan algún tipo de alteración en su neurodesarrollo, como autismo, trastorno de déficit de atención, Síndrome de Down, entre otras) y sus familias. 

La mamá de Harley, Bárbara Miret, quien participa junto a otros padres, opina que este es un lugar que se adapta a las necesidades de su hijo, más flexible que las presentaciones artísticas convencionales, con diversiones y pequeñas representaciones dramáticas hechas a su medida. 

“Encontramos muchísima receptividad en el teatro o en proyectos como Corcel de Esperanza y el taller de pintura Meñiques del Futuro, pero también nos topamos constantemente con gente de corazón muy duro. Los muchachos que trabajan aquí tienen una sensibilidad maravillosa”.

UN ESPACIO AZUL

Fotos: Ramsés Ruiz Soto

El trabajo social y altruista forma parte de la proyección ética de El Mirón, como institución cultural. Aún recientes en el recuerdo están sus presentaciones en los barrios, la Tropa Albio Paz, durante la epidemia de covid-19. 

La idea de crear este espacio inclusivo, abierto, desestructurado, que reuniera solo grupos pequeños con menos de diez participantes, para brindar una atención personalizada, les vino, según cuenta su directora Rocío Rodríguez, del estrecho vínculo con la comunidad.  

“Muchas familias con niños especiales se acercaban a la programación habitual de teatro. Desde nuestra perspectiva no estábamos haciendo lo suficiente por ellos, deseábamos crear algo donde fueran protagonistas y empezamos a buscar consejo al respecto”. 

El asesoramiento, en forma de talleres de preparación y materiales didácticos, les vino de parte de la psicóloga Regla María Martínez Álvarez y la licenciada en educación Yozhy Medina Bellot. Para la primera, cualquier esfuerzo que se realice en pro de integrar a los niños neuroatípicos tendrá una influencia muy positiva en su vida. 

La segunda, madre también de un pequeño con Trastorno del Espectro Autista (TEA), asegura que no puede imaginarse un regalo más hermoso. “El juego y la actividad social con personas que los abrazan y aceptan totalmente y la compañía de sus iguales les hacen sentir menos solos”. 

En esos intercambios se habló sobre qué herramientas propias del teatro serían de utilidad. “La capacidad de escucha, algo que desarrollan los actores en su formación, resulta fundamental porque cada niño es diferente y va a tener necesidades distintas”, refiere la propia Rocío. “Ellos pueden sentirse incómodos con la luz, un color, un ruido, y es necesario darse cuenta de esto, para reaccionar a tiempo. 

“A veces la respuesta a nuestros intentos de establecer conexión con ellos no es tan rápida, o no existe, y nos toca encontrar otras maneras. Por ejemplo, a la mayoría de los niños les gusta jugar entre ellos, pero los neuroatípicos no necesariamente establecen ese vínculo, depende de sus características y de cómo se sientan en ese momento”. 

La líder del conjunto dramático explica que se han enfocado en un proceso de permanente investigación, de manera que el conocimiento más importante surge de la práctica y de los intercambios de experiencia que organizan después de cada encuentro.

“Además de brindarles un acompañamiento dirigido, queremos aprender cómo crear una propuesta teatral para ellos. Quizás con el tiempo nos demos cuenta de que lo mejor son pequeñas historias en lugar de una puesta de 40 minutos.

“Otro objetivo, a largo plazo, radica en poder mezclarlos con el resto de nuestro público para fomentar la aceptación de la diversidad, el respeto al espacio y la libertad de los demás. Ese aprendizaje tiene que empezar desde pequeñitos, para educar mejores personas hacia el futuro”.

CRECIMIENTO PROFESIONAL Y ESPIRITUAL 

Fotos: Ramsés Ruiz Soto

Al concluir cada edición de La casita de Azulín los artistas se quedan con una mezcla de experiencias y emociones muy disímiles. A la joven actriz Yanetsis Sánchez, por ejemplo, no le gusta llamarle trabajo porque involucra demasiados sentimientos para verlo desde esa óptica.

“Ya van tres veces que hacemos el encuentro, siempre toca atender a niños diferentes y me he enamorado de cada uno de ellos. Es una labor que realizamos completamente por instinto, aprovechando lo que surge en el momento. Resulta muy difícil separar lo profesional de lo personal y no ponerle corazón”. 

Para Massiel Abreu el secreto radica justamente en acercarse a los pequeños de manera completamente desprejuiciada y dejar que ellos establezcan las reglas del intercambio.  

“Hay que estudiar, prepararse, pero más que todo, es una cuestión de empatía por esa persona a la que estás ayudando y, a la vez, ella te enseña a ser diferente, a entenderla, a mirar la vida desde otro punto de vista. Soy mamá y me pongo en el lugar de los padres que cada día se enfrentan a lo adverso, muchas veces desde su inexperiencia, pero siempre superándose, buscando lo mejor para sus hijos”.

Coincide con sus compañeros en que no es igual trabajar para el público escudado tras un personaje, con unas pautas previamente definidas, que ser ella misma adentrándose en el universo de los infantes.

“En un espectáculo de calle pasan muchas cosas y uno está preparado para enfrentar una situación inesperada, dos a los sumo, pero aquí hay que estar todo el tiempo adaptándose e improvisando sobre la marcha.   

“Al final me lleno de alegría, aunque no funcione exactamente como lo planifico antes, porque ese mismo niño, que hace un tiempo no podía ni traspasar la puerta del teatro, ahora entra, me deja tocarlo, jugar, eso es ganancia”. 

Cuenta Javier Martínez de Ozaba que en su caso fue el último en incorporarse al proyecto. “No participé directamente en la primera actividad, vine de observador y me enganchó mucho, cuando terminó le dije a Rocío: quiero estar, no puedo perderme la experiencia. “Soy feliz porque conocí a Harley, ya nos habíamos visto antes, yo como el payaso Chivirico, desde el actor, pero entrar a un espacio personal con él me emocionó mucho, es un privilegio compartir su alegría. Llegó un punto en que estábamos tan compenetrados que parecía que éramos amigos de toda la vida. Esto cambia la perspectiva que tengo de mi carrera”.

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Sobre el autor: Giselle Bello Muñoz

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