Raúl Aguiar: “Quise contar lo que realmente vivía”

Escritor Raúl Aguiar Álvarez

El escritor Raúl Aguiar Álvarez es una de esas personas que se niegan a madurar, en el mejor sentido de la palabra. Reniega de todo cliché posible que defina a un autor reconocido y se presenta como lo que es, un friki que ama la literatura, el rock, la trova, el alcohol y la vida.

Licenciado en Geografía por la Universidad de la Habana, ha centrado su labor en la creación literaria y en educar a las nuevas generaciones como profesor del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso.

Ganador del Concurso “David” en 1984, del Premio Luis Rogelio Nogueras en 1993, del Pinos Nuevos y el Premio Abril en 1994, y del Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar en 2003 con su cuento “Figuras”.

La primera vez que le pedí una entrevista todavía intentaba mantener la postura de profesor y le dio largas al asunto. Finalmente logré armarle una encerrona aquí en Matanzas en la Peña Literaria Los Grafómanos, micrófono mediante, delante de un modesto público de frikis que apenas conocían a quién tenían delante.

—¿Cuándo fue que descubriste tu pasión por el rock? ¿Cómo te volviste friki?

—En mis tiempos de secundaria todavía no se le decía así, sino hippies. Por aquel entonces yo con 13 años fui captado por los profesores, junto a otros estudiantes, para vigilar a esos compañeros que escuchaban música extraña y tenían actitudes poco revolucionarias, tú sabes: cosas de la época.

“Lo cierto es que nada más al asistir a la primera fiesta quedé prendado de aquello, era la primera vez que escuchaba bandas como Aguas Claras, Lez Zeppelin y Tierras Raras. Imagínate tú, esos sonidos eran algo diferente por completo a lo que yo estaba acostumbrado.

“Cuando me llamaron para que diera el parte, simplemente dije que eran gente buena, que solo les gustaba compartir su música y pasarla bien. Ese día los profesores entendieron que yo no servía para sus propósitos, y asumí que pertenecía a ese grupo de marginados mal vistos.

“A partir de ahí empecé a ir con regularidad a esas fiestas y hasta el sol de hoy no he dejado de hacerlo”.

—¿Cómo te surge la necesidad de representar a los frikis cubanos en la literatura?

—Yo leía muchos libros, periódicos y revistas de producción nacional; y una de las cuestiones que más me llamaban la atención era que la juventud cubana estaba representada como un bloque monolítico en el que todos actuábamos y pensábamos igual.

“Aquellos textos no mostraban mi realidad, eran construcciones muy superficiales. Entonces, me surge esa necesidad de darle voz a mi generación, a mi grupo social y un poco a mí también. Quise contar lo que yo realmente vivía y sentía.

“Mi primera novela fue La hora fantasma, ganadora del Premio David. El escrito original era mucho más loco del que se publicó al final. En ella presento un mundo donde la realidad era similar a estar bajo el efecto que provocan las drogas, y cuyas personas al drogarse alucinaban con el mundo real.

“Para poder publicarlo tuve que sacarle toda la parte de los estupefacientes y dejarlo más bien en un tono subjetivo. Una novela de 350 páginas se quedó en apenas 200, una barbaridad. Aun así, estuvo cinco años engavetada hasta que al fin vio la luz”.

—Muchos de mis amigos lectores lo conocen por su novela La Estrella Bocarriba. Háblenos sobre la concepción de este libro y lo que significa para la cultura alternativa en Cuba.

—Me he enfrentado a dos generaciones de frikis cubanos. Los más cercanos a la mía consideran que mi mejor libro es La hora fantasma. Sin embargo, los más cercanos a tu generación (tengo 26 años) me dicen que el libro que más los representa es precisamente La estrella bocarriba, que publiqué en el 2003.

“En La hora fantasma veo ese libro transgresor que rompió, o al menos intentó romper, los esquemas. Fue una obra que demostró que la juventud cubana era mucho más compleja.

La estrella bocarriba ya contiene otro lenguaje, más poético; donde un grupo de frikis quieren construir un país dentro de otro país con sus propias leyes y rituales. También como que fui colando todo lo que había aprendido sobre literatura en aquellos años, y quedó un texto mucho más maduro, que me costó cuatro años escribir.

“Lo más curioso sobre este libro es que viví la experiencia de inventar algo que luego se volviera realidad. Creé un código de símbolos mediante el cual los personajes de la novela se comunicaban a espalda de sus padres, para que estos no se enteraran de lo que decían.

“Al cabo de los años me encuentro con que varios de mis lectores frikis habían decodificado mi código y lo usaban para comunicarse en las escuelas. Incluso me contaron que hacían chivos con mis símbolos para fijarse en los exámenes, y hasta me busqué problemas por eso.

“Otros grupos de frikis empezaron a imitar los rituales del libro y un poco a seguir las leyes que yo establecía. Fue muy interesante poder contemplar cómo mi obra calaba en esta comunidad, que se sentía representada en mis personajes y mis historias”.

—Sabemos que has sido maestro de varias generaciones de escritores, así que puedes respondernos con conocimiento de causa. ¿Qué crees de la literatura que escriben actualmente los jóvenes cubanos?

—Había una caricatura en una revista cubana, no recuerdo bien en cuál, donde ponían a dos viejos en pleno año 2000 viendo un videoclip de The Beatles en la televisión cubana, y uno le decía al otro: “Oye, qué bien suena este grupito nuevo”.

“Este chiste refleja a grandes rasgos eso que vivió mi generación y que no están viviendo los jóvenes de hoy. Los textos que escriben son diversos; se mezclan géneros, se emplea mucho la fusión de realidad con ficción, y no hay límites a la hora de hablar de prostitutas, drogadictos, tarros y demás.

“Pueden narrar lo que viven sin olvidar sus orígenes, incursionar en el humor, el erotismo, en cualquier subgénero de la ciencia ficción, y luego probar con la novela negra; esto les aporta como escritores y los hace crecer.

“Ahora mismo el mercado literario cubano, por llamarlo de alguna manera, está plagado de historias sobre frikis, drogas y sexo, y no digo que esté mal, pero, aunque me cueste reconocerlo, se han vuelto lugares comunes en las historias que contamos. La clave está en darles personalidad, en encontrar eso que las vuelve únicas.

“Y ya, se acabó, que he dado mucha muela por hoy”.


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Sobre el autor: Boris Luis Alonso Pérez

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