Adán Rodríguez Falcón: la necesidad de hacer teatro

Adán Rodríguez Falcón

El diseñador Adán Rodríguez Falcón acaba de recibir el Premio Brene por la obra de toda una vida, máximo galardón que otorga la Sección de Artes Escénicas de la filial matancera de la Uneac. Fotos: Ramsés Ruiz Soto.

Antes de 1992, el diseñador escénico Adán Rodríguez Falcón sabía muy poco de teatro. A duras penas recuerda que, cuando estudiaba en la Escuela Nacional de Arte, fue a ver una obra del grupo Buscón, nada más.

Algo así no existía en el lugar en el que nació en 1968, un “campito” más para dentro de La Palma de Gómez, cerca de Cantarrana y El Cacao. En su primera infancia solo había muchos ríos y cañadas, una casita rural, la felicidad de las cosas simples y un niño que inventaba historias en las que él era siempre el protagonista.

Sus referentes iniciales en el arte los encontró en los juguetitos de palo que le hacían su padre y su abuelo: “una yuntica de bueyes, un caballito de penca de coco, un carretoncito, un aradito. Tenían cierta ingenuidad pero, igualmente, había algo creativo en ellos”.  

Adán Rodríguez Falcón
Adán Rodríguez Falcón

Luego vino la mudanza a Triunvirato y la llegada a una escuela “modelo” en un pueblo icónico para el movimiento de cooperativas y campesinos durante los primeros años de la Revolución. 

“En los cortes evaluativos cogía casi siempre 10 puntos, que era el máximo, y los profesores me regalaban libros de colorear y lápices. Pintaba y buscaba la manera de combinar los tonos, mezclar el rojo con el amarillo y lograr mi naranja. Allí empecé también en el círculo de interés de plástica”.

Así, entre las sobrecamas de yute teñidas por su mamá y los libros de un tío que era poeta improvisador, se le fue colando el bichito de la creación que lo llevaría primero a cursar el nivel medio en la ciudad de Matanzas y luego a la Escuela Nacional de Arte (ENA) en la especialidad de pintura.

“Cuando me gradué, me mandaron a Colón, como servicio social debía dar clases en una formadora de maestros. Al tiempo me aburrí de la educación porque no era lo mío, fui a buscar trabajo a la Galería Provincial pero no había plaza y ellos mismos me orientaron que averiguara en el Consejo de las Artes Escénicas”.

El encuentro de ese día marcaría su devenir profesional para siempre: conoció al director Albio Paz, quien necesitaba un nuevo diseñador pues Rolando Estévez acababa de abandonar El Mirón Cubano.

“Entré al grupo en el 92 sin saber nada, a aprender en la práctica. En la escuela había dado diseño gráfico como asignatura, tenía los conocimientos de composición, de imagen, pero en temas de vestuario y todos sus detalles era completamente ignorante”.

Adán Rodríguez Falcón

Para su primera obra, Pasos Callejeros, buscó el consejo y la ayuda de las costureras. Ellas le instruyeron sobre tiros, bocamangas, sisas y anchos, cómo tomar las medidas y lograr que funcionaran sobre los cuerpos aquellos trajes de payaso concebidos por él. 

Se superó con creces. Su segundo trabajo, De la extraña y anacrónica aventura de Don Quijote de la Mancha en una ínsula del Caribe, constituye un referente en el ámbito del teatro de calle hecho en Cuba. 

“Esa pieza surgió de una conversación con Albio, en su casa. Él tenía cierto parecido físico con el personaje del Quijote, yo se lo sugerí y me respondió: ‘quisiera hacerlo, pero si tú me diseñas un vestuario que me guste’. Lo escribió como una aventura, adaptando un cuento de Onelio Jorge Cardoso, El canto de la cigarra, y visualmente está resuelto de una manera muy ingenua, muy campesina, porque esa es su atmósfera”.

Con El gato y la golondrina (1996) se consolida una manera de hacer que, si bien parte de las influencias de dos grandes del diseño escénico matancero como Rolando Estévez Jordán y Zenén Calero Medina, crece hasta alcanzar vuelo propio. 

“Estévez era un genio, dominaba todo. En cierto sentido, soy seguidor de su estética porque lo mío siempre ha sido trabajar con lo natural, lo del campo, y él usaba mucho el yute, el lienzo, la madera. Por su parte, Zenén es una escuela, aunque a primera vista parezca que no se relaciona con las cosas que hago. Creo que tengo las texturas de uno y la manera de usar el color del otro. Es en El gato…, donde logro por primera vez esa síntesis completa, mi forma de ver las cosas”.

En cada puesta en escena Adán tuvo que subirse también al escenario, una experiencia que nunca imaginó para sí.  

“El director era una persona muy inteligente, sabía lo que quería: un diseñador-actor o un actor que hiciera diseño porque podía llevarlo en las giras para montar la obra, reparar los muñecos, hacer de todo desde el punto de vista escenográfico y, además, interpretar un personaje.

“Por supuesto, sentía mucho miedo pero lo fui dejando por el camino. Me permitía interactuar con mi trabajo desde otro ángulo, no había quién me hiciera un cuento, cuando alguno de los compañeros me decía: ‘es que pesa mucho, es que no funciona’ (los títeres, el vestuario) yo les explicaba e incluso podía mostrarles la forma de lograrlo”.

Si Albio creó la estética callejera del Mirón, Adán arropó ese concepto, lo dotó de su identidad visual a ojos del espectador con títulos como Juan Candela, Balada del marino, El viejo y el mar, La pamplinera o La palangana vieja

A la par, su repertorio de sala se amplió a partir del 2005, año en que inició una fructífera colaboración con el grupo Rita Montaner, de la Capital, invitado por su entonces diseñador, Jesús Ruíz.

Entre el espectáculo que se hace en interiores y el de exteriores, refiere que el segundo le resulta más difícil porque “en la calle compiten una gran cantidad de elementos: sonido, luces, sombras, un perro que pasa, todo se mezcla y tienes que adaptarte a las circunstancias, a veces un lugar te ayuda con la escenografía y otro te la hunde”.

Su último proyecto en colaboración con la Casa de la Memoria Escénica, el Museo de Esculturas en Madera de la Dramaturgia Cubana, lo situó ante un nuevo reto, el de esculpir, técnica que hasta ese momento no había desarrollado a fondo.

“Me ayuda mucho todo el tiempo que estuve haciendo teatro porque los muñecos son tridimensionales, aunque no están hechos de madera sino de poliespuma atrezado.  La primera de la exhibición, El Quijote, se asemeja a una gran marioneta, poniéndole hilos y articulaciones se podría incluso animar. 

“Por otro lado, lo mío no es igual que lo que puede crear, por ejemplo, el Lolo (se refiere al escultor Osmany Betancourt); hay un tema de base, el texto dramático como tal, y a partir de ahí concibo una idea, quiero transmitir algo más y trato de ponerle un poquito de teatralidad”.

Desde su finca en Guanábana, rodeado de naturaleza, su mayor fuente de inspiración, Adán Rodríguez Falcón continúa soñando piezas: “hasta que lleguen al techo y no quepa una más”.  Aunque asegura que no es de los que hacen planes, sabe que le gustaría volver a hacer teatro en el futuro. 

“Tengo pensadas montones de cosas, las veo ahí, claritas, pero es difícil encontrar los actores y que después te respondan. No soy director, no me interesa hacer un monólogo sino la visualidad de los espectáculos. Sería muy bueno retomar, a mi manera, alguna de las cosas que hice con Albio o con Pancho (Francisco Rodríguez Cabrera). Más que quererlo, lo necesito”.


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Sobre el autor: Giselle Bello Muñoz

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