Manchar los blumers como sudar la ropa (I)

Zona Violeta: Manchar los blumers como sudar la ropa

“Mi tema se siente infernal. Le rocío agua, cepillo partes de él, lo froto con toallas, lo entalco, añado lubricante. Le echo combustible y allá va mi tema, mi tema de actualidad, mi tema polémico, mi tema amplio, mi tema cojeante, mi tema miope, mi tema con problemas de espalda, mi tema de mal comportamiento, mi tema vulgar, mi tema escandaloso (…)” 

Margaret Atwood (1992)

Bajito bajito, como si de un crimen se tratara… hablan las abuelas, las madres, las hermanas o las amigas de las adolescentes, asegurándose de que sus palabras no las expongan a los oídos de los otros: los abuelos, los padres, los niños de la casa o los varones en pubertad de la escuela. El “tema candente”, como la escritora canadiense Margaret Atwood llama a las cosas del cuerpo femenino. 

Pero no solo abordan el “tema” excediendo los límites de la gravedad. También deben asegurarse de tratarlo al margen de la sociedad –masculina, vale aclarar–, para que no inspire asco o enojo algo tan natural, y no quede rastro de su paso por muebles íntimos del hogar como el sanitario. 

Aunque menstruar es como sudar, aun cuando se trata de algo involuntario y vital, todavía resulta una realidad incómoda. 

Toallas higiénicas, tampones, jabones, protectores diarios y fármacos se promocionan a lo largo del mundo en función de la “higiene femenina” más que por salud menstrual. Todavía es tan natural y “solemne” que los hombres orinen detrás de cualquier árbol o andamio, como lo es de prudente que las mujeres se aseguren de andar limpias en los días de menstruación.   

Naturalizar un hecho como la regla, atenta contra la representación dominante que le adjudica los valores de algo sucio y denigrante desprendido por el cuerpo. 

En la cultura patriarcal aparece asentado el “síndrome de la mancha”; una joven o mujer adulta no puede andar durante cinco días como promedio sin la presión social de que la sangre corra por sus bragas hasta la prenda de vestir externa. 

Por otra parte, después de una mujer, solo un novio o esposo podría avizorarle una mancha en la pendiente del pantalón o falda, porque se interpretaría como descortés, o como un suceso que no corresponde alertar a ellos. 

La construcción de la feminidad esencializa todavía a las mujeres en la biología de su útero y hormonas, en la medida que se entienden todavía sus procesos corporales como ocultables o vergonzosos. 

Pero otro hecho también debe ser cuestionado. Durante la menstruación, los juicios de una mujer pueden llegar a ser infravalorados bajo el argumento machista y en apariencia racional de la “histeria”. 

Cuando descubres el origen etimológico del término “histéricas”, te adentras en un juego de palabras, algo así como llamar a la mitad de la humanidad “utéricas”. “Hysteron” es el término griego que le da origen y equivale a “útero”. 

La que fuera eliminada como diagnóstico médico desde 1952 por la Asociación Americana de Psiquiatría (A.P.A), ha devenido forma invariable de justificar, en la materialidad de los cuerpos, expresiones emocionales femeninas propias del síndrome premenstrual. Los tratamientos de la histeria y la menstruación a lo largo de la historia remiten a un cruce de caminos. 

Por muchos años se consideró como origen de la histeria la frustración sexual femenina, pero nada se hacía para promover una sexualidad gratificante y plena. Incluso, el procedimiento seguido con las pacientes diagnosticadas durante el siglo XIX y parte del XX eran los llamados masajes pélvicos, siempre en un ambiente hermético y con mediación masculina. 

En nuestros días el equivalente a este fenómeno es la interpretación popular de los días menstruales. Los cambios psíquicos y emocionales que –sin ser la generalidad– acompañan el proceso hormonal, no se interpretan como resultado de acumulados sociales y domésticos. En cambio, se las acusa de perturbar la tranquilidad y el sosiego masculino, se las acusa de “histéricas” por mostrarse dolientes, disgustadas, cansadas y tristes.

Pero no solo esto; los “úteros histéricos” también venden y, en países como Colombia durante el 2007, se han publicitado fármacos que como Buscapina Fem cambian las llamadas “caras de cólico”. A esto llamamos políticas de la menstruación, la influencia que ejercen entidades médicas, religiosas, culturales, mediáticas, en el modo de vivir el hecho biológico desde su materialidad física hasta la psiquis. 

Maydi Bayona, feminista cubana, posee un modo particular de abordar esta problemática. Los periodos menstruales y sus dolencias, de acuerdo con la filósofa, no serán naturalizados en tanto prevalezca “la desarmonización de los cuerpos con la Luna”. Es decir, hasta que no reconciliemos la realidad femenina con el entorno, porque psiquis-cuerpo-ambiente social resultan inseparables.

Las feministas posicionaron una vez y para siempre un logos universal: “lo personal es político”. Esto significa, por un lado, que los cuerpos y emociones se encuentran controlados por distintas formas de poder; y por el otro, que evocar las causas íntimas representa un factor decisivo de la emancipación de la mujer. 

Hablar de la menstruación, el embarazo, la lactancia, la menopausia, y otros elementos, es un paso importante para transformar el orden de comportamientos, valores y actitudes antinaturales que se espera de todas; es un derecho. 

(Por Laura Vichot Borrego)


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