Si eres mujer y te acercas a los 30 (o pasas de ellos), con o sin pareja, seguro te sonará familiar este título. Es probable que quienes leen estas letras hayan perdido la cuenta de cuántas veces a lo largo de la vida han respondido a esta pregunta, incluso, a las mismas personas.
Porque si aún no tienes hijos, aunque pienses tenerlos o tu decisión simplemente es no ser madre, entonces te sales del molde tradicional donde permanece para muchos la maternidad, y llega esa etapa en la que pareciera que si no asumes estas exigencias “para tu edad”, algo estás haciendo mal y no es así.
No cumplir con estas expectativas sociales o reminiscencias patriarcales nos coloca en una posición donde casi todos se sienten con el derecho a opinar o debatir; en especial si eres mujer, no nos engañemos. Responder a esa interrogante demanda paciencia, genera incomodidad, incluso hace que se aprendan respuestas automáticas y elocuentes para evitar confrontaciones; algo que no siempre se logra, pues, para quienes solo esperan de las mujeres el ideal de la esposa o la madre como proyecto de vida exitoso, posponer el matrimonio, la maternidad o prescindir de estos resulta inconcebible.
Sin embargo, este hecho, acentuado en una sociedad plagada de machismo como la nuestra, evidencia la urgente necesidad de transformar tales presupuestos en torno a un tema tan sensible como la maternidad, un proceso que no puede verse como la realización personal de toda fémina, ni como ese proceso romántico de sacrificio que nos han enseñado.
Que no todas lo incluyan en su proyecto de vida, no porque carezcan de pareja o porque no puedan, sencillamente por elección, algo debería decirnos. Debería ser motivo suficiente para reservarnos opiniones y juicios sobre decisiones que no nos competen y sobre las cuales no hay nada que aportar. “¿De verdad no vas a tener hijos?”, además de machista, es otra de las preguntas de contraataque en estas conversaciones, en las que lamentablemente se perpetúa la idea de que un hombre sin hijos sigue siendo un hombre, pero una mujer sin estos todavía luce para muchos como la imagen de la frustración o el fracaso.
Otras aristas rodean el asunto, entre ellas la maternidad edulcorada, despojada de dudas, miedos o frustraciones, un modelo fuertemente acentuado en la literatura, los audiovisuales o promovido, incluso, por figuras públicas, desde patrones estereotipados. Por no hablar de otras corrientes fundamentalistas que defienden el curso de un embarazo a toda costa o de la dosis de culpa y de juicio “moral” que reciben las que optan por el aborto.
Tomar conciencia de estos estereotipos que pueden ir desde considerar egoístas o inmaduras a las mujeres que aplazan o apartan la maternidad de sus proyectos de vidas pasa en principio por una educación que no los reproduzca, comenzando por la familia y la escuela.
Radica, esencialmente, en no cuestionar o arrogarse el derecho a opinar sobre elecciones que no nos conciernen, por entender las diferencias, por aceptar que no todos tienen que cumplir con las expectativas sociales y sobre todo por el respeto. Pensemos mejor la próxima vez que se nos ocurra preguntar o sugerir que la maternidad es cuestión de entusiasmo.