Cultura del esfuerzo vs. positividad tóxica

¿Quién no se ha topado con uno de esos cartelitos “superchulos”, de colores pastel y dibujitos kwaii, que recogen mensajes como: “Si tienes un sueño, cógelo y no lo sueltes”, “Cambia y el mundo cambiará contigo” o “Tú haces la diferencia”?

En principio puede parecer que son sentencias motivadoras para colocarlas en un lugar bien visible: la oficina, el gimnasio, la taza del desayuno, e impulsarnos en la obtención de nuestras metas, cualesquiera que estas sean. 

Detrás de esas frases empalagosas y un tanto huecas, muchas veces se esconde la positividad tóxica: una actitud rígida que desconoce las diferencias entre personas y conduce a pensar que todo depende de los sacrificios que estamos dispuestos a hacer en pro de lograr algo. Y no, no es así. Por supuesto, un resultado loable dependerá en buena medida de cuánto tesón se ponga en su consecución, pero no es el único factor a tener en cuenta.

Claramente, al hijo del médico le será más fácil convertirse en profesional de la salud que al del obrero. No hablo de que haga fraude en los exámenes usando las “influencias” de papá, sino de algo tan sencillo como que, ante una duda, pueda preguntar en casa o disponga de bibliografía actualizada y de primera mano.

Las probabilidades de que usted se convierta en campeón olímpico de natación son mucho más altas si mide 1,90, que si está por debajo de la estatura promedio; no se trata de suposiciones, sino de estadísticas.

Conocemos como punto de partida el hecho de que las dificultades y el consecuente esfuerzo necesario para alcanzar el éxito social no son los mismos para todos. Mujeres, hombres, personas con buena forma física, discapacitados, capitalinos, gente del “interior”, y un largo etcétera, avanzan desde situaciones dispares.

¿Significa esto que las ventajas están mal o son moralmente reprobables?, pues en su mayoría no, pero debemos evitar juzgarnos y juzgar a los demás solo por el rasero del afán. La cuna, la suerte o las capacidades innatas también juegan su papel y en ocasiones son definitorias. 

¿Por qué ha proliferado tanto la positividad tóxica en los últimos tiempos? Porque vende; hace crecer una industria de productos tan “cuquis” como inútiles, de oradores, coaches motivacionales, de libros de autoayuda con páginas al estilo de “No estás mejor porque no luchas lo suficiente y no te lo mereces”. Se ha demostrado que el contenido en redes sociales se comparte más y tiene mejores indicadores si derrocha actitud positiva y colorines.

Por otro lado, a primera vista puede parecer reconfortante la idea de que todo depende de nosotros mismos, que podemos cambiar el curso de los acontecimientos a base de voluntad; pero, por más que cueste admitirlo, ni “todo es posible” ni “el cielo es el límite”. 

La proyección de objetivos debe ir de la mano del sentido práctico, del autoconocimiento de nuestras potencialidades y limitaciones. Cuando alcanzamos una meta pequeña, nos impulsamos a pasar a la siguiente. 

En contraste, un deseo frustrado, acompañado de sobreexigencia y estrés, puede ocasionar depresión, ansiedad, dinamitar la salud mental y, a la larga, incapacitarnos para la felicidad de una vida plena.

Aunque resulte seductora, la idea del hombre (o la mujer) hecho a sí mismo choca diametralmente con una verdadera cultura del esfuerzo, donde cada logro, grande o diminuto, no es una competencia contra el resto de la humanidad, sino un paso más de crecimiento personal. 

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Sobre el autor: Giselle Bello Muñoz

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