«Pareciera que la vida se detiene para concentrarse en ese pedazo de país. El Parque de la Fraternidad vacío confirma lo inusitado del momento. Es una herida abierta el Saratoga. Tras las cintas, se agolpa todavía la multitud, pero ya no frenética como horas antes, sino afligida. La gente apenas conversa. Es un día triste».
Estas líneas se escribieron en las primeras horas de la tarde del 6 de mayo del año pasado, y todavía dañan.
Aquel viernes, una explosión sacudió el Hotel Saratoga, en pleno corazón de La Habana, y la Isla se sumió entera en un dolor desconcertado y hondo.
Fueron jornadas de expectación colectiva; el trabajo de las fuerzas de Rescate y Salvamento, sin apenas descansar, era seguido por toda la nación, con el alma en vilo, esperando que de entre el amasijo de piedras, hierros, madera… surgiera la vida, retadora de desgracias.
Más allá de los iniciales sobrevivientes, no fue posible en los días sucesivos arrebatarle al interior desgajado del edificio ningún cuerpo que respirase. Pero con el ahínco de quienes resguardan la esperanza como una cuestión de honor, no se paró de trabajar hasta que no fueron hallados los restos del último entre los desaparecidos.
En la tragedia, 47 personas perdieron la vida, entre trabajadores de la instalación, y quienes caminaban por las inmediaciones; de las pérdidas, las de las niñas y los niños aún son demasiado duras.
Si algo demostró el Saratoga, nombre que siempre estremecerá, es que Cuba –que ha debido superar muchos golpes antes de ese accidente, y después– se une en la adversidad, tal como le corresponde a una Patria que es «comunidad de intereses, unidad de tradiciones, unidad de fines, fusión dulcísima y consoladora de amores y esperanzas».
En las horas amargas, han surgido de la entraña del pueblo los brazos que forcejean con el peligro, las venas que dan de su sangre, las manos que preparan y brindan alimentos, los conocimientos que sanan, la dirección que organiza, explica, pone el rostro.
La solidaridad ha sido sostén para quienes han perdido a un ser querido, que es perderlo todo; para quienes quedaron lesionados o sin hogar. La solidaridad ha sido muralla contra la maldad que se solaza ante cualquier pesar que hiera a la nación. La solidaridad ha sido fuerza, porque define lo que la Isla, que es su gente, ha sido y quiere ser.
A un año de la explosión del Hotel Saratoga quedan el respeto de un país para las víctimas y sus familias; la certeza de que es imprescindible aprender de esa experiencia y de su investigación, para prevenir riesgos, para garantizar prácticas muy seguras en todas las instalaciones; el agradecimiento a los hombres y mujeres que rescatan y salvan con maestría y temeridad.
Queda, en fin, la certeza de que no hay alivio como la bondad y el valor compartidos por quienes se sienten parte de una misma tierra.
(Por: Yeilén Delgado Calvo/Foto: Juvenal Balán)