Humboldt 7, el crimen que todavía nos estremece

Humboldt 7, el crimen que todavía nos estremece

Todavía suscita indignación y congoja: hace 66 años, el 20 de abril de 1957 cayeron asesinados de manera salvaje los jóvenes revolucionarios Fructuoso Rodríguez, Juan Pedro Carbó Serviá, José Machado Rodríguez (Machadito) y Joe Westbrook, en el inmueble situado en la dirección de Humboldt 7, de la céntrica barriada de el Vedado, La Habana.

En esa masacre, perpetrada al finalizar la tarde de ese día por sicarios de la tiranía de Fulgencio Batista, morían cuatro patriotas, pertenecientes al Directorio Revolucionario, brazo armado de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) y el enclave se convirtió en un lamentable referente simbólico, inscrito por siempre en la historia de Cuba.

Se trataba de dirigentes políticos que abrazaban la acción armada para enfrentar el oprobio de la dictadura en momentos en que ya avanzaba en la Sierra Maestra, dirigida por el joven abogado Fidel Castro, la lucha guerrillera promovida por el Movimiento 26 de Julio, entidad que los líderes estudiantiles respaldaban.

Mientras abril estaba en medio de un tenso ambiente que movía fuerzas en la capital, Fructuoso, Carbó y Machadito eran combatientes clandestinos buscados con saña por los esbirros batistianos, en especial después de su participación el 13 de marzo anterior en el connotado, aunque fallido, ataque al Palacio Presidencial y la toma de la emisora Radio Reloj.

Fue el Directorio Estudiantil Revolucionario y su líder José Antonio Echeverría, quien cayera en ese día, el organizador de la audaz acción que también estremeciera hondamente a la nación. Desde ese hecho, los sobrevivientes y sus principales soldados clandestinos eran objetos de una sádica cacería por toda la capital y el país.

El más joven de los cuatro asesinados en Humboldt 7, Joe Westbrook, con apenas 20 años y menos experiencia combativa, empezaba a mostrar sus aptitudes para la lucha dando muestras de valor y confiabilidad.

Con el asesinato de José Antonio, Fructuoso Rodríguez Pérez asumió el liderazgo del Directorio Estudiantil Universitario. Los tres más fogueados e implicados, así como otros sobrevivientes, algunos de ellos heridos de gravedad y casi siempre dispersos, buscaron refugio en casas de amistades que les ofrecieron apoyo.

Sin embargo Fructuoso, Machadito y Juan Pedro pudieron mantenerse unidos, pero tuvieron que cambiar de lugar cada tres días aproximadamente, para evadir a las hienas que los perseguían.

Así fue como arribaron al apartamento 201 de Humboldt en la noche del 19 de abril, víspera del bárbaro suceso. Era propiedad de un amigo de Joe Westbrook, donde éste pernoctaba. Hasta ese momento había resultado un lugar seguro, no “quemado” o bajo sospecha. El solidario jovencito, también combatiente político, se ofreció por ello a acompañarlos.

Una miserable traición dio vuelco a las expectativas en la noche de su llegada a la residencia, cuando recibieron la visita de un supuesto revolucionario nombrado Marcos Rodríguez, muy amigo de Joe, aunque el chico ignoraba los fuertes resentimientos enconados del sujeto.

Ese sentir siniestro lo llevaría poco después a la delación. Mientras, los jóvenes perseguidos esperaban que Joe abandonara esa misma noche la casa, para refugiarse en la de otro compañero, esto no pudo cumplirse y debió regresar. Ese hecho fortuito marcó su destino.


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El delator dio la información al connotado asesino Esteban Ventura Novo, según testimonios de quienes aportaron a la investigación de los trágicos sucesos, hacia las tres de la tarde del día 20. Y la masacre que conmocionó no solo a los vecinos de Humboldt 7, sino también a todo el país, ocurrió unos 10 minutos antes de las seis de la tarde. Ningún vecino ni nadie pudo olvidar los atroces acontecimientos, confinados dentro de sus casas.

Los sicarios llegaron conducidos aparatosamente por varios patrulleros, rodearon y casi tomaron el edificio y rompieron a patadas la puerta del apartamento donde estaban los cuatro muchachos desprevenidos e inermes. Marcos les había dado la dirección exacta y conocían imágenes de los revolucionarios.

Ellos se disponían a tratar de escapar por una estrecha ventana de la cocina, al piso inferior. Fueron a dar por el ducto al apartamento de su vecina del 101, quien asustada ante su irrupción inesperada, gritó involuntariamente. Dicen que Fructuoso le dijo que no temiera por ellos, que eran los buenos.

El casi adolescente Joe se quedó con ella, sentado en su sala, simulando ser un visitante y los demás salieron. Carbó Serviá se separó de los otros dos y se dirigió hacia el elevador, adonde no pudo llegar, pues fue interceptado ante su puerta, cerca de las escaleras. Allí lo ametrallaron. En tanto, Fructuoso y Machadito corrieron al final del pasillo y por la ventana que daba al fondo se lanzaron.

La caída violenta los llevó por separado a dos estrechos pasillos, sellados por puertas de hierro con candados, al costado del edificio. Descender abruptamente una distancia de ocho metros hizo que Fructuoso yaciera inconsciente, en tanto Machadito por su parte hacía esfuerzos desesperados por levantarse, lo cual no consiguió por tener los dos tobillos quebrados. Por las rejas fueron ultimados con ráfagas de las Thompsons.

Fructuoso Rodríguez, de 24 años, era estudiante de Agronomía, accionaba al frente no solo del Directorio diezmado sino también de la FEU. Dirigía la lucha a trancas y barrancas y aun obligado por la persecución a esconderse, se mantenía a la espera de mejores condiciones para seguir combatiendo y reorganizar las fuerzas. Era un inclaudicable.

Juan Pedro Carbó Serviá, de 31 años, se había diplomado en Veterinaria, pero siguió muy vinculado a sus compañeros de ideales en los claustros estudiantiles. José Machado Rodríguez, de 24 años, estudiaba Ciencias Sociales, y al igual que los dos primeros tenía un destacado historial combativo como dirigente del Directorio. El bisoño Joe era un joven soñador y tan diáfano en sus ideales y vida como ellos.

Tras el triunfo de la Revolución, en 1964 existieron las condiciones para profundizar en las investigaciones del suceso y juzgar al delator, quien fue condenado a muerte. Lamentablemente la justicia revolucionaria no pudo llegar al monstruo Ventura Novo, quien huyó prestamente a Estados Unidos, a poco de la victoria rebelde.

Sin embargo, desde mucho antes de hacer justicia en relación con la traición, cada 20 de abril se recordaba, como hoy se hace fielmente, a los mártires y revolucionarios inmolados cruelmente en Humboldt 7. Su ejemplo de jóvenes puros, animados por los mejores sentimientos y el patriotismo, se honra con muestras de respeto y amor. Son inspiración y bandera en estos días.

(Por Marta Gómez Ferrals/ACN)

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