Al cierre de la primera temporada, pude ver por fin Flores de Carolina y Ajonjolí, la última puesta de Teatro de Las Estaciones, en la sala Pepe Camejo, como siempre, con un público ávido.
El juguete titipayasesco en siete pasos y 12 poemas de Dora Alonso funde a la poeta de Los payasos con la estética de Arístides Hernández (Ares). El maestro Zenén Calero le ofrece vida en lo escenográfico, lo objetual, los recursos del teatro de figuras, el vestuario y el maquillaje. En ello se concentran una serie de aspectos que demuestran la maestría de Calero Medina, la reinvención del espíritu de Dora y a la vez de Ares (en lo visual).
Asimismo, se pone de manifiesto una conjugación de especialidades, que van desde la música original de Raúl Valdés y lo coreográfico de Yadiel Durán, evidente en el trabajo vocal, corporal y gestual; en el que también influyen otras asesorías como la de Lucelsys Fernández o Yudd Favier; todos bajo la dirección de Rubén Darío Salazar.
Hay que destacar el delicado trabajo de atrezzo y de costura, que indica el rigor profesional del equipo para conseguir la propuesta del diseño.
Con dramaturgia de Salazar Taquechel, en la función que admiré actuaban María Laura Germán, como Payasa, y Javier Martínez, como Payasín. Estos personajes son doblados por otros actores, lo que también es un privilegio de Teatro de Las Estaciones, que contribuyen a la estabilidad y variedad del repertorio
La puesta descansa sobre el trabajo actoral y la imaginería poética de lo escenográfico, lo objetual y la muñequería siempre sorprendente, lírica, la animación, orgánica cada transición hacia los artilugios en los que se sustenta el espectáculo.
Quiero resaltar el quehacer de los dos actores, el vocal, los matices, las sutilezas, el encanto al decir el texto o trabajar los sonidos, la organicidad en los poemas. Es eficaz la caracterización de sus personajes, que se mueven entre la gracia, la frescura, los recursos técnicos del payaso, la poetización de cada “paso”, la precisión y limpieza de los movimientos, que están en cada parte del cuerpo y que ofrecen sutilezas en zonas que, por cercanía del público, por ser el centro durante 45 minutos de nuestro ojo crítico, están desnudos y, a la vez, habiéndonos.
María Laura demuestra su histrionismo, como una de nuestras actrices más completas. Su máscara facial, sus piernas, sus manos, toda ella dialoga con nuestra sensibilidad; no ofrece un lenguaje extraverbal virtuoso que la hace disfrutable, que expone la eficacia, la búsqueda y la madurez artística.
Flores de Carolina y Ajonjolí culmina esta primera temporada; luego regresará al escenario de la sala Pepe Camejo. Es un poema escénico, con sus siete pasos, que se inserta con la tradición española en la que el payaso y los abuelos sustentan un homenaje hermoso y muy humano, con la mixtura lírica, teatral, los recursos del payaso y los códigos de una comicidad, afín a la estética del buen espectáculo y a su origen.
Los invito a la nueva temporada.