El Sauto y la primera campanada

Proscenio:

La noche del 6 de abril de 1863 Matanzas titila como las estrellas de Neruda. Titila en las leontinas de oro de los grandes señores y en los botones de bronce del uniforme de los caleseros. Titila en las finas joyas de las damas de la alta sociedad y en la bisutería barata de las más humildes. Aquel que consiguió entradas luce sus más elegantes ropas, desde el que cuenta con una muda para cada jornada del año, incluso los bisiestos, hasta el que solo tiene dos, la de la faena y la que se pone los domingos para ir a misa. El viejo sueño de la apertura del teatro Esteban emociona a todos.

Escenografía:

Los matanceros ya se cansaron de arrastrar sillas desde su hogar hasta el lúgubre teatro Principal y en algunos casos ya están roncos por ordenárselo a sus esclavos. Ya les aburrieron las representaciones caseras con una utilería mínima y un pequeño elenco que se reducía a familiares y amigos. Además, la explotación de la caña dio buena bonanza monetaria, a la sacarosa se le sacó bastante, por lo menos antes que se acabara, y empujó a Matanzas a un auge económico y cívico.

Por ejemplo, en lo cultural se editaron alrededor de cincuenta publicaciones y se imprimieron poco más de cuatrocientos libros y folletos, incluidas las primeras obras para niños y en inglés. Las tertulias de Domingo del Monte se hicieron famosas por reunir una nueva generación de intelectuales criollos. En el acto de inauguración del Liceo Artístico y Literario de Matanzas, el 17 de febrero de 1860, se proclamó a la pequeña urbe la Atenas de Cuba. ¿Quién se imagina una Atenas, sin importar que en vez de olivo haya marabú, sin un teatro decente?

Ensayo:

El financiamiento de la obra estuvo a cargo de una junta de accionistas, conformada por figuras eminentes de la ciudad y con el apoyo del gobernador de la región, el Brigadier Pedro Esteban de Arranz, en cuyo honor se nombraría el Teatro. Por primera vez en Cuba el plano de un edificio de tal magnitud se lanza a concurso. Sin embargo, hacen dos convocatorias, porque el diseño del ganador de la primera excedía el presupuesto pactado; en la segunda, los planos se le envían al Teniente de Ingenieros Francisco de Albear Lara, el del acueducto, que se decide por el de un desconocido arquitecto y escenógrafo italiano, Daniel Dall ´Aglio.

La primera piedra, en una ceremonia simbólica porque ya los trabajos estaban bastante avanzados, la coloca entre otros, Ambrosio de la Concepción Sauto y Noda. Este farmacéutico local, oriundo de Pinar del Río, desde los primeros momentos se destacó por su compromiso con la obra. Después de la apertura quedará como director y a finales de siglo nombrarán el teatro en su honor.

Durante la fase constructiva no bastó la primera inversión: el proyecto se hundía en las aguas cenagosas de las inmediaciones del puerto, por tanto se inicia una labor de pilotaje, con los cuales se clavaron 514 estacas en total. Este gasto, además de otros contra-tiempos y contra-dinero en la ejecución vaciaron los ahorros de la empresa. Por ello, se hicieron bazares donde diferentes personalidades ofrecieron objetos de valor para su venta: Felipe Poey, José Fornaris, Gertrudis Gómez de Avellaneda.La poeta camagüeyana donó un álbum con adornos de nácar y un bello romance dedicado a Matanzas.

Aún se observa en el centro de las rejas que cubren los arcos de la entrada el año 1862. Esta fecha corresponderíaa la apertura del teatro. Aunque lo grabaron en hierro los vaivenes y, sobre todo,los “va y mal” impidieron que se cumpliera la tarea en el tiempo calculado. No es hasta un año después que se ultiman los detalles para la apertura.

¡Damas y caballeros, el espectáculo!

6 de abril de 1863. Siete y media de la noche. No cabe nadie más en la sala. No solo asisten los matanceros, sino que desde la mañana trenes provenientes de Cárdenas y La Habana trajeron a curiosos y entusiastas. El Capitán General Domingo Dulce ya ocupa un palco. El telón se abre. La banda del regimiento de Nápoles interpreta La Marcha Real. El alcalde municipal corre las cortinas que ocultaban el retrato de la Reina Isabel Segunda. Ovaciones para Isabel, Dulce y España.

El programa continúa con el canto del Himno de Gloria a Matanzas.  Luego se lleva a escena el proverbio dramático de José Jacinto Milanés, que a menos de tres cuadras de ahí se amilana ante el delirio, A buen hambre, no hay pan duro, homenaje a Miguel de Cervantes y Saavedra.

Al final, Sauto sube al escenario y le pide cordura a aquellos que aplauden sin cordura por la emoción. Agradece la presencia del público y en especial del Capitán General y, como un buen súbdito, del retrato de la reina. Por último pide “un gran viva”, un “viva” para Matanzas, un “viva” para el teatro, un “viva” para que Matanzas viva en su Teatro.

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