En días recientes (24 de marzo) se cumplió el aniversario número 64 de la fundación del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic), primera entidad en el ámbito cultural creada por la Revolución.
El Icaic nació enarbolando dos objetivos fundamentales: promover un cine nacional y, además, formar un nuevo público. En todos estos años, ambos indicadores se han cumplido, a pesar de las limitaciones que impone el bloqueo norteamericano y cuánto incide en la adquisición de modernas tecnologías, de diversos insumos, muy necesarios para la realización cinematográfica.
En cuanto a la formación de un nuevo espectador, se verifica ello en la creación de espacios televisivos especializados, que promocionan un cine diferente al que se se venía proyectando en las salas del país antes de 1959, siendo alguna de esas cinematografías parcial o totalmente desconocidas para los cubanos.
Entre quienes nos enseñaron a comprender más y mejor el producto fílmico se hallan los nombres, entre otros, de Rolando Pérez Betancourt -recientemente fallecido- quien desde su Séptima Puerta nos mostró los interiores de cada propuesta, con un lenguaje diáfano, directo. Además, agradecíamos, desde las Tandas del Domingo, las presencias de Mario Rodríguez Alemán y José Antonio González, así como de Antonio Mazón Robau, quien nos hacía guiños desde la Toma 1 de su programa; y, por su parte, Enrique Colina también analizaba temáticas y técnicas.
Todos ellos contribuyeron a apertrecharnos de conocimientos cinematográficos. Hoy en día, además de los programas que dejó grabados Pérez Betancourt, disfrutamos los lunes de cada semana de Solo la verdad, con Jorge Legañoa.
Es decir, la promoción de un cine nacional se llevó a efecto de manera inmediata después del triunfo revolucionario. La documentalística cubrió un amplio espectro de nuestro panorama social, político y cultural, debido a la sagaz labor de Santiago Álvarez.
Así quedaron para la historia momentos destacados del acontecer nacional: el éxodo de los enemigos del proceso, juicios a los esbirros, las nacionalizaciones, las labores desplegadas en diversos sectores, los cortes de caña, la lucha en el Escambray, el ataque mercenario por Playa Girón, sucesos plasmados en el Noticiero Icaic Latinoamericano, rubricado por el citado Santiago Álvarez.
Además, en el cine de ficción comenzaron a escucharse con admiración los nombres de Tomás Guitérrez Alea y Humberto Solás, entre otros, quienes fomentaron una propuesta nacional, en respuesta a la influencia del cine norteamericano.
Así aparecieron en cartelera los títulos Historias de la Revolución (1960), El joven rebelde (1962), Ciclón (1963), Now (1965), Manuela (1966), Hanoi, Martes 13 (1967).
Era tan amplia la presencia del cine hollywoodense en nuestro país, que de los 521 estrenos del año 1956 (no se incluyen en ese monto los re-estrenos), un total de 265 sumaban los títulos procedentes de EE.UU., cantidad integrada por 43 oestes, 47 dramas, 40 comedias, 39 policíacos, 11 musicales, igual cifra de temas biográficos, 5 bélicos, 4 históricos, 7 suspenses y 26 aventuras. El resto se distribuía entre temas científicos, fantásticos, terror, documentales y dibujo animado.
Esos datos los tomamos de una Guía Cinematográfica -en su segunda aparición- editada por el Centro Católico de Orientación Cinematográfica, que contiene, además de una brevísima reseña sobre los títulos que aborda, una crítica artística y una evaluación moral en la que se definía qué tipo de público y las respectivas edades de grupos etarios que se les permitía visualizar o no determinado título.
Claro que con la nueva audiencia que se fue creando también se cambió el concepto de edades límites para visualizar un filme.
Para completar el cometido propuesto desde su nacimiento, los espectadores cubanos pudimos apreciar, después de 1959, mucho más cine, de las más diversas latitudes: Japón, con el dueto infalible de Akira Kurosawa y Toshiro Mifune; pero también las producciones búlgaras, húngaras, alemanas, suecas, rusas, chinas, checas, eslovacas.
México siempre disfrutó de una buena presencia en las salas oscuras cubanas (78); a ello contribuía, además, el elevado grado de analfabetismo imperante en Cuba antes de 1959, por lo que ese público de entonces asistía a los cines para entender mejor los argumentos de los filmes. Igual ocurría con las producciones argentinas y españolas.
También Cuba, en coproducción con México, llevó a las pantallas de 1956 los títulos No me olvides nunca, melodrama de Juan J. Ortega, con las actuaciones de Luis Aguilar, Rosita Fornés, Armando Bianchi y Mario Martínez Casado; El sindicato del crimen o La antesala de la muerte, del género gangsteril, dirigida por Juan Orol; El tesoro de Isla de Pinos, aventura basada en un episodio de la obra Ángeles de la Calle, de la autoría de Félix B. Caignet; la comedia Tropicana, de Juan J. Ortega; y el melodrama Y si ella volviera, de Vicente Orona. Mediocres son las calificaciones que recibieron las 5 obras, según el criterio de los especialistas de la mencionada Guía Cinematográfica.
Sin embargo, en la ardua labor por fomentar y hacer crecer un cine nacional, numerosos títulos han recibido el aplauso y la admiración del público cubano, tales como Lucía (1968), Memorias del subdesarrollo (ídem), El brigadista (1977), así como Las 12 sillas, La bella del Alhambra, Fresa y chocolate (nominada al Premio Oscar, en 1994).
Por tanto, podemos afirmar categóricamente que las dos razones básicas enarboladas por el Icaic fueron cumplidas con creces, y los diferentes grupos etarios que hemos disfrutado de sus propuestas, en cada respectivo momento histórico, sentimos orgullo y pasión por nuestro cine y, algo no menos importante, conocemos más de él y aprendimos a valorar las obras de arte.
Gracias, Icaic.
(Por Fernando Valdés Fré)