El Cinematógrafo: Almas en pena de Inisherin

Ficha técnica:

Título original: The Banshees of Inisherin

Año: 2022

Nacionalidad: Reino Unido

Dirección: Martin McDonagh

Guión: Martin McDonagh

Fotografía: Ben Davis

Música: Carter Burwell

Reparto: Colin Farrell, Brendan Gleeson, Kerry Condon, Barry Keoghan, Pat Shortt

Duración: 114 minutos

Silencio, quietud, serenidad, por causa de esta película parecen palabras tan difíciles de materializar en una verde llanura céltica como en cualquier otra parte del mundo. Las personas, al contrario que el paisaje y la época, no parecen variar en sus actitudes de inevitable colisión; de ahí las referencias finales a la guerra desarrollada a escasa distancia del centro de acción argumental, marcadas por la conformidad de saber que la convivencia consiste en alternar períodos de entendimiento con períodos de enfrentamiento, incluso en el terreno a priori inalterable de quienes se aprecian y aman.

Más allá de la temática costumbrista irlandesa, Almas en pena de Inisherin siempre será el reverso de la vibrante y vitalista El hombre tranquilo (1952, John Ford), pero no como Río sin retorno de Preminger seguirá siendo la contraparte conservadora de la liberal La Reina de África de Huston, o lo tardío del Robin y Marian de Lester se opondrá a la frescura de Las aventuras de Robin Hood de Keighley y Curtiz: la película de McDonagh se aleja de forma siniestra y radical de su modelo de partida, mucho más que estos otros ejemplos de recuperación de escenarios ya aposentados en la memoria del público, sin dejar por ello de repetir virtudes que hacen grande al cine, lo filme quien lo filme, como la originalidad, el valor o la sabiduría de puesta en escena.

Se trata de un film pesimista, que enternece a la par que maravilla, que divierte a la par que acongoja, como el logrado contraste entre interiores penumbrosos y exteriores luminosos. No es uno de esos intentos de obtener respuestas mediante la cámara; por el contrario, el autor parece muy seguro de qué certezas aportar a la audiencia, y todas parten de la negación de las alegrías habituales en los personajes, del descubrimiento de puntos de vista que no habían adoptado antes, por lo que la sensación transmitida es que la trama equivale a la resaca siguiente a una noche de juerga entre los John Wayne y Victor McLaglen de Innisfree, localidad de ensueño cuyo nombre parece replicado aquí sin disimular demasiado.

Almas en pena de Inisherin versa sobre una isla de las costas de Irlanda donde los vivos aparentan menos vida que los muertos, donde se habla con tanta sencillez que se acaba diciendo las mayores verdades con suma inocencia y la sola pretensión de profundidad discursiva desentona hasta con el paisaje, como cuando Colm (inmenso Gleeson) habla de Mozart o cuando Pádraic (el mejor Farrell) enumera las tres cosas que más odia de Inisherin y no alcanza a concebir una frase ingeniosa con la que culminar su frenesí. Es una historia de personas sencillas, tanto así que la sola negación por parte de Colm de continuar su amistad con Pádraic desencadena la noticia más relevante del momento en las inmediaciones.

La motivación de esta ruptura, nada menos que el deseo de Colm de poseer tiempo en soledad y componer melodías para violín con las cuales escapar del hastío –¿qué esperaba, como le objetan, siendo inisheriniano?–, acompaña una aguda reflexión sobre lo difícil que resulta perseguir una ambición y salir de la zona de confort que nos ha arropado hasta el momento como seres humanos, lo cual experimenta también el espléndido y necesario personaje Siobhán (Kerry Condon), quien deja de establecer los principales parámetros de coherencia en la función para embarcarse en busca de trabajo fuera de su terruño.

Debido a la inquietud que generan escenas reposadas y hasta del más bucólico costumbrismo, a la naturalidad con que recoge detalles sórdidos y a la presencia de Colin Farrell y Barry Keoghan, al final de este relato pudiéramos esperar que aparezcaA Yorgos Lanthimos Film, por su estilo tan parecido, salvo el humor dispuesto en dosis abundantes, al que posee el autor de El sacrificio de un ciervo sagrado (2017). Palabras mayores para McDonagh, desenvuelto con aplomo y convicción a una altura colindante con la de Lanthimos, quizás el medidor ideal actual para los cineastas de la conmoción, de la perturbación originada a raíz de lo que nos hacen ver.

Como película sobre la amistad, la actitud de Pádraic contradice con soterrado egoísmo a la del personaje que interpretaba Ben Affleck en El indomable Will Hunting de Van Sant: esta vez, el mediocre exige a su amigo permanecer en el área de la mediocridad, sin entender ni instar al otro en su viaje de autodescubrimiento y crecimiento individual. No obstante, por más que podamos entender lo cargante de esas conversaciones diarias entre Pádraic y Colm, si algo nos pone de parte del primero, que es el más lerdo, simplón y conformista de ambos, es la interpretación magistral que ofrece Farrell para suerte de quienes hemos creído ver en él a uno de los intérpretes más sólidos del cine reciente.

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