Un juego de semifinales y la esperanza pasada por agua

Encargado de custodiar la pantalla en el parque de la libertad mira el juego la mayor parte del tiempo en solitario debido a las fuertes aguas

Ayer se jugó la semifinal del Clásico y parecía que la ciudad quería limpiarse a sí misma. Llovió mucho.  El ruido de la gente que sufría el partido, porque sí, se sufrió, lo amortiguaba el repiqueteo del aguacero en el asfalto. Gritos pasados por agua. Malas palabras pasadas por agua. Rezos pasados por agua. La esperanza pasada por agua.

Calzada que pasa justo detrás del Palmar de Junco. Minutos antes de comenzar el juego.

Al principio del primer inning el Team Asere llenó las bases y María Elena, desde su sillón juntaba las manos como para armar una plegaria. El hijo, sentado en una butaca a su lado, le decía que eso era demasiado para un primer inning, “Nunca es demasiado”, le respondía, “Nunca es demasiado” mientras abría los brazos como si le pidiera a la lluvia un milagro. 

Dos jóvenes miran el juego muy tensos en el barrio de Pueblo Nuevo. EEUU acababa de conectar jonrón con uno en base y se iba arriba por una.

Ella es maestra de reiki, la práctica espiritual que cree que con las manos puedes canalizar las energías del cuerpo, como si las energías fueran lluvia y el cuerpo las calles que la arrastra hacia el mar. Yo observo cómo sus manos suben y bajan, se unen y se separan y pienso si su gesticulación no tendrá otra lectura, una seña secreta para enviar hacia su televisor gris y culón, fe y suerte. 

La señora del barrio de Pueblo Nuevo. Primera entrada del juego. Cuba gana por una.

Al final los cubanos logran solo anotar una carrera. Tres jugadores se quedan en base. “Imagínate esa gente son de grandes ligas”, comenta su hijo, “Nosotros también”, le contesta ríspida. En un pequeño portarretrato, como los que se usan para poner la fotos de quince de las niñas de la casa o el recuerdo del primer añito del nieto hay un cartel con una frase motivacional “Ser feliz no es un destino, es una forma de vivir”. 

Señora del barrio de Pueblo Nuevo mira el juego emocionada justo en la primera entrada cuando Cuba llenaba las bases y anotaba carrera.

En ese momento cuando el Team Asere gana por una carrera María Elena es feliz. Probablemente, al final del partido, aunque con la derrota a cuestas, aún lo será, aunque se pregunte a dónde fue toda esa energía que canalizó hacia su televisor gris y culón.

Jóvenes del barrio de Pueblo Nuevo.

En un pequeño garaje una pareja montó una pizzería. A esa hora las siete y cuarto de la noche terminan los pedidos del días, pizzas familiares quizás pedidas por gente que para no perderse el Clásico preocupados por si los frijoles se ablandan o no prefieren pedir comida a domicilio.

Jóvenes en la calle del Medio esperan mientras ocurre un apagón en Vigía para poder seguir mirando el juego.

 

Adentro del local hay una mesa metálica donde la muchacha arma las masas de pizza. En un costado, se encuentra el horno que llena la habitación de un calor como de guarida y encima de un estante está el pequeño radio donde ambos escuchan el partido. Cuando Estados Unidos da su primer homerun con un hombre en base y el juego se pone dos por uno, ella golpea la mesa y la harina salta como chispazos de polvo blanco.

Jóvenes en calle del Medio esperan que pase el apagón para continuar mirando el juego.

En otra casa, dos muchachones observan el partido. Delante de sus asientos en los que  hay un banquito en el que colocaron los platos sucios de la comida, como si no quisieran llevarlos al fregadero para no perderse la mínima jugada. El más delgado de los dos confiesa que lo suyo es el fútbol y que unió clásico con clásico, Real Madrid contra Barcelona, Cuba contra Estados Unidos. 

Esquina de Medio y Jovellanos.

Por su parte, el más robusto, asegura que lo de él es la pelota, que siempre lo ha sido y siempre lo será. Hay hombre en base y viene la oportunidad de igualar el marcador e incluso de irse por arriba. Él palmea los brazos del sillón como para darle fuerzas al bateador, como para darse ánimos a sí mismo. En tres y dos el cubano da un foul, uno de esos que no sabes si picará buena o no. “Vamos, vamos, vamos”, le grita él al pantalla plana colgado en la pared. Él viste un pulóver negro que en el pecho dice Just do it (solo hazlo) y tal vez eso pensaría en ese momento, “asere, solo hazlo”. Al final no lo hizo, le cogieron out. 

Taberna de La Vigía.

En una vieja vivienda colonial el techo gotea y hay palanganas y cachivaches por toda la sala para que el piso no se moje. Dos señores acomodaron sus sillas en los espacios vacíos de palanganas para observar el juego. No hablan, solo analizan las imágenes que salen del televisor. 

Taberna de la Vigía cuando el partido marchaba ya 7 a 2.

La antena del mismo, la cinta negra por todos archiconocida, la sostiene el retrato familiar de una boda de hace cuarenta años atrás, donde un hombre con un bigotito de pelusa sonríe al lado de una muchachita con esos peinados donde el pelo se redondea con rolos. Por esos enlaces freakys de la mente, uno se pregunta cómo se vivía la pelota en aquellos momentos, cuarenta años atrás, cómo se vivía el béisbol. En ese entonces Cuba era un nombre y una dignidad. En los últimos tiempos, después de certámenes desastrosos habíamos traspapelado un poco eso, el nombre y la dignidad. 

 Bar del hotel Louvre.

No obstante, en este clásico, aquello que pensábamos guardado en las gavetas de oscuras instituciones, como cuando se nos olvida el carnet de identidad, en una oficina de trámites, reapareció al igual que cuando nos percatamos que se nos quedó regresamos al rato, corriendo y con la lengua afuera, a la oficina y nos damos cuenta que dejamos el carnet ahí. Estaba extraviado, no perdido. 

En la taberna de la Vigía, un sitio para ahogar las penas donde mejor se ahogan si estás para eso, en el fondo de una botella de cerveza o de Habana Club Silver Dry, se reunieron aquellos que no le cogieron miedo a la lluvia. Fueron con sus parejas, con sus aseres, con sus hermanos de la calle. El alcohol afloja el alma y la gente anda con el alma a flor de piel. La gente grita y dice malas palabras y reza, pero como son muchos y con mucha alma afuera la lluvia no los amortigua.  

Trabajadores pasan frente al hotel Velasco protegiéndose del agua mientras se difunde el partido en el parque de la libertad.

El gobierno colocó una pantalla para trasmitir el partido en el Parque de la Libertad, en el mismísimo corazón de la ciudad; sin embargo, la lluvia espantó a los transeúntes. Delante de ella, incluso cuando más perpendicular era el aguacero, cuando se anunciaban los raíles de punta, había un señor inamovible. Las gotas se deslizan por su capota y arman charcos a sus costados, grandes charcos, pero él continúa ahí, como si no hubiera otro sitio donde estar, como si la mujer, el hijo y el árbol pudieran esperar. Cuba pierde, pero no importa; la comida se enfría en la mesa del comedor, pero no importa; la vida se va a alguna parte, pero no importa. 

Familia mira el juego en una casa de Pueblo Nuevo mientras se filtra con las lluvias el agua desde el techo.

El juego termina; sin embargo, la esperanza pasada por agua, por agua de lluvia, queda. Además se mantiene eso que no puedes quebrar por mucho pico y pala y pesimismo que des, la reminiscencia de un sueño y la idea que vendrán tiempos mejores, que esto solo es el principio de algo grande. Solo falta escribir, ¡muchas gracias Team Asere!. (Fotos: Julio César García )

Interior de casa en Pueblo Nuevo.

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1 Comment

  1. Guille:
    Deslicé este comentario en otro medio, que por considerar atinado reproduzco aquí:
    Muchas felicidades a nuestros peloteros, cubanos, sin importar, que defendieron las cuatro letras con la Vergüenza, cuando no hay otro recurso, como nos enseñó Agramonte.
    Como expresó nuestro gran amigo y cofundador de NEMO, el ingeniero José (Pepe) Oro, Cuba perdió un juego de pelota, pero se estableció una leyenda.

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