Carmen, alumna martiana y maestra de infantes

Carmen Díaz González dedicó más de cuatro décadas al magisterio, a enseñar a los pequeños. A su hogar acuden estudiantes a quienes ayuda.

La afinidad hacia los niños nace desde que se entiende lo que ellos significan en el presente y para el futuro. Por ello, Carmen Díaz González dedicó más de cuatro décadas al magisterio, a enseñar a los más pequeños, a quienes en la actualidad, pese a tener problemas visuales y otras dificultades físicas que la obligaron a jubilarse, dedica espacios de su vida para ayudarlos a fijar y asimilar conocimientos. A su hogar acuden, los recibe y ayuda.

Sentada en su portal, en la comunidad rural Corral Nuevo, al oeste de la ciudad de Matanzas, pasa gratos momentos contando pasajes vividos como pedagoga, dialogando con su hermana Iraida, la más cercana de la familia, y los vecinos, sobre la cotidianidad.

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“Le ofrecí un orden porque es imposible pensar sin que acudan a mi mente tantos años (42) dedicados a la docencia y, sobre todo, a los más pequeños de preescolar, primero y segundo grados. ¿Qué puede haber más lindo y emocionante en un maestro que escuchar, por vez primera, leer a sus alumnos? Me emociono mucho cuando pienso en ese instante”.

Tercera de los siete hijos de Romelia María y Juan de la Cruz, de procedencia humilde, estudió hasta quinto grado en la escuela Julio Ruffin Hoyos, de su localidad natal, y el sexto en la Antonio Berdayes Núñez, en el reparto La Playa de la capital provincial.

Junto a Carmen, Iraida, hermana inseparable para todos los quehaceres de la vida.

“Transitaba por el primer año en la secundaria básica Héroes del Moncada –actualmente primaria Mártires del Corynthia– cuando pasé a la Escuela Militar Camilo Cienfuegos, cuya sede era entonces el área de la actual Universidad de Matanzas. Estaba feliz debido a que lograba mi sueño: estudiar para convertirme en maestra, brindar esa luz de enseñanza, la obra de infinito amor que señalara nuestro José Martí. Inmenso el orgullo de ser por siempre, una de sus discípulas”.

Un momentáneo silencio, aprovechado por Carmen para ordenar las ideas, también permite que un sinsonte brinde su canto potente y melodioso desde un cercano árbol de mango. El aire frío que bate sobre el portal de la vivienda casi obliga al apremiante diálogo, por lo que la “profe”, como cariñosamente la llaman sus allegados, reanuda la conversación.

“El último año de la carrera lo realicé en la Escuela Pedagógica René Fraga Moreno, donde me gradué. Por cierto, seis meses antes de obtener el título tuve a mi primera y única hija, Deivy, el 23 de enero de 1976. Asumimos su llegada en familia, e incluso en el aula la profesora me permitía atenderla.

“La maternidad no constituyó un estorbo para la docencia, asistí a seminarios y preparación metodológica en general con mi pequeña, así como a todo cuanto se relacionara con la escuela Mártires del Corynthia, donde estuve con los grados de primero a cuarto, ciclo inicial de la enseñanza, hasta 1990, fecha en la que me trasladé para la Ruffin Hoyos hasta que me jubilé. En esta condición estuve poco más de un mes, pues me reincorporé al llamado del Ministerio de Educación, debido a la falta de maestros.

“Ya entonces padecía algunos síntomas de quebrantamiento de la salud, pero más que lo físico, me dolía el alma, no podía dejar alumnos sin docencia. Un aula vacía es como una persona sin corazón. Era dejarla morir, y peor, traicionar ese amor que siento por mis alumnos, por la pedagogía. Sobre todo los de primer grado, nivel de mi preferencia. ¿Cómo decir que amo a nuestro Héroe Nacional José Martí si no cumplo su legado, continuado por Fidel y tantos maestros que nos enseñaron el camino? Solo la imposibilidad física me separó de la escuela, pero no de la enseñanza, a ella me dedicaré hasta el último aliento”.

A sus pupilos no solo condujo por Matemática, Español e Historia, sino también por el sendero del amor a la Patria al participar con ellos en conmemoraciones históricas, además de asambleas del Poder Popular, fechas relacionadas con la Anap, FMC, CDR, Asociación de Combatientes y otras.

Pero Carmen no acudía a los lugares solo a escuchar y aprender. Tiene cualidades de poeta y repentista; en cada lugar visitado, sus alumnos mostraban esta virtud campesina al recitar versos como estos: “Quiero mucho a mi maestra, es buena, dulce y cariñosa, que con sus frases airosas, nos brinda ternura y amor. Enseña con devoción, mil palabras y oraciones, y siempre se las compone, para darnos bellas lecciones”.  

Quiso la foto escoltada por su hermana Iraida, por ser inseparables, y porque su ayuda le es indispensable en cada momento. “Es mi todo, mis ojos y apoyo, aunque no faltan los vecinos, como tampoco el saludo y deseos de bienestar de quienes fueron mis alumnos. Es el más bello recuerdo y reconocimiento. Quisiera que muchos de estos jóvenes sigan el ejemplo de nuestra profesión, que la trabajen con idéntico calor y motivación”.

La maestra queda en casa, pero nos llevamos muy dentro la impresión sobre una mujer colmada de esta riqueza otorgada por una bella faena: la de cultivar un jardín único, sostén de la Patria, compuesto por niñas y niños preparados. Como dijera el Héroe de Dos Ríos: “Ellos, los niños, solo requieren el abono fundamental de sus mayores, la enseñanza. Quienes los cultiven serán, como ellos, inmensamente ricos de alma y espíritu”.

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