Miguel Ángel: el arte de la herrería

La herrería es un arte, y un digna representante de ella es Miguel Ángel García Rojas, quien refiere, además de la importancia de ese oficio.

A finales de la Edad del Bronce las tribus helénicas creyeron que Hefesto, dios del fuego y la forja, guardaba celosamente los secretos de su industria en las entrañas de la tierra. Siglos después, sus sucesores romanos legaron a la posteridad la palabra hierro, del latín ferrum, para definir uno de los oficios más respetados por los hombres desde mucho antes de conocerse gran parte de las ventajas de dicho metal. No obstante, en la actualidad se ha limitado esta actividad milenaria, aún repleta de potencialidad.

La herrería es un arte, y un digna representante de ella es Miguel Ángel García Rojas, quien refiere, además de la importancia de ese oficio, que tuvo dos razones para adentrarse en sus peculiaridades: su amor por los caballos y ver herrar a su padre cuando tenía nueve años de edad.

“Sentí la necesidad de hacerlo, y él me brindó esa posibilidad. Lo hice bien, y desde ese momento comencé a perfeccionar cuanto hacía”, manifiesta. En el patio del hogar, en la carretera de Mena, al norte cercano de la ciudad de Matanzas, se halla el taller donde además de “calzar” a los corceles criollos es capaz de hacerlo con otros tipos y razas de caballos. Al preguntarle por qué, entre tantas ocupaciones laborales, se inclinó por la herrería, responde: “Este oficio es un arte. Los andares de los caballos, sean pasos, trotes o galope, se pueden dañar cuando no se realiza una labor correcta. Cualquiera pone una herradura, pero lo difícil es ponerla bien, pues requiere de buen aprendizaje, dedicación y mucha práctica, igual a experiencia«.

Para que cualquiera de estos cuadrúpedos, sea de paseo o de carga, realice una correcta funcionalidad, requiere de extremidades fuertes y bien aplomadas. El casco de estos animales presenta características muy delicadas, que pueden dañarse si no se le practica un correcto trabajo bajo sus patas para protegerlo con los “hierros”. Entonces, ¿se puede definir al herrero como el ortopédico de los caballos? “Sí, porque la herradura debe corregir cualquier defecto que presente el animal. Los que topan y pelan la menudilla se deben herrar calzando, o sea reforzando, el implemento que se les coloca.

“Una atención parecida le ofrezco a los zambos. Los hierro de forma inversa, con el borde del implemento más grueso en la parte de afuera y fino en el interior, así el animal tiende a cerrar las extremidades al desplazarse con mayor holgura. También atiendo al rocinante corvejón, defecto conocido como sentado o recogido. Por tal motivo se aplica una herradura más gruesa en los talones y fina en el borde anterior. Esto levanta la postura del caballo, camina y realiza cualquier trabajo por fuerte que este sea, Además, se les cuida y protege como merecen.

“Es importante conocer lo imprescindible que es adoptar una postura correcta al momento de sujetar las patas de la yegua o el caballo. Esta posición garantiza la seguridad del operario y evita daños al animal. También resulta vital la limpieza del casco para evitar problemas podales en los equinos”.

Lo anterior certifica estar en presencia de un hombre que, más allá del conocimiento y consagración a la faena que realiza, ama y defiende a ultranza cuanto hace. Pero su paso por la vida lo llevó a realizar otras labores, como la de guía de jinetes, y a la vez herraba y domaba. Por ello transitó por los campismos del litoral norte de La Habana.

“Entre los 25 equinos que tenía a mi mando había 25 ponis. Cinco de ellos, llamados Palomo, Veneno, Behíque, El Ciego y Totí, parecían indomables. Invertí muchas horas de trabajo en domarlos, sobre todo porque serían utilizados por los niños. Los pacifiqué. Fueron amigos de los chiquillos”. 

Tras abandonar la sala de su hogar nos dirigimos al taller, acompañados de Liuba Elayne González Tápanes, su esposa, y el fruto de esta unión: Odanis, estudiante de Derecho, y la pequeña Camila. 

Dentro del chispeante horno estaba el metal expuesto, luego devendría herradura. Toma un color rojizo al calor de las brasas producidas por el carbón de piedra. El aire es insuflado por un pequeño motor, adaptado por el ingenio del protagonista de este escrito, cuyo mandil de cuero pulido brilla como espejo debido a la cercana llama.

La herrería es un arte, y un digna representante de ella es Miguel Ángel García Rojas, quien refiere, además de la importancia de ese oficio.
La herrería es un arte, y un digna representante de ella es Miguel Ángel García Rojas.

OTRAS BATALLAS DEL GUERRERO

Durante años, la reducida área sirve de mudo testigo a la laboriosidad de este innovador, quien, con  habilidad, es capaz de convertir pedazos de hierro y níquel –materia prima en desecho– en artículos útiles para monteros y la agricultura. Ejemplos, frenos, bozales, puntas de arados, aguijones, espuelas, etc.

“Estos dos últimos implementos no pueden ser de cualquier metal, porque provocan graves daños a la salud de vacunos y equinos. Debe utilizarse el último de los citados metales o bronce, no oxidantes. Debe tenerse mucho cuidado en ello”.

Graduado de soldador-pailero en el politécnico Ernest Thaelmann (1989), de esta ciudad, entre sus pasatiempos se halla la práctica del rodeo, con preferencia por la monta de toros, modalidad que le dejó secuelas en el rostro. “Una vez recibí un cabezazo de uno llamado Coronel. Poco faltó para que el tabique nasal me lo situara debajo de la oreja izquierda, e hirió la frente. Otro parecido actuó de dentista: me sacó cuatro dientes superiores de una vez. Curioso: todo fue en prácticas, jamás en competencias”.

Pero ahí no concluyeron sus adversidades. La peor de ella ocurrió en 1997. Ocasión en que el motor le patinó sobre la línea del tren de Hershey que pasaba por el paradero de Mena. Perdió su pierna izquierda, espacio que ahora ocupa una prótesis. Accidente que no le impide hacer ejercicios, y de ahí su corpulencia física a los 50 años de edad.

“Y aunque la mala suerte suele llegar de forma consecutiva y fortuita, en mi caso, en el 2015, pensé que puede ser cíclica. Volví a ser víctima de otra tragedia. En una moto impacté contra un jeep Land Rover en la esquina de Ayllón y Manzano, en la ciudad. El vehículo no respetó la señal de parar, y sufrí un politraumatismo craneano. La tuve difícil, incluso fracturas. Pero aquí estoy. Me escapé de la ‘pelona’ una vez más”, expresa con jocosidad el voluntarioso campesino.

Queda pensativo, pienso agotado el cuestionario, pero no es así. Explica la razón de su silencio.

“Y aunque los tiempos cambian, no quiero que esta profesión desaparezca de nuestros campos. Es muy útil a pesar del desarrollo tecnológico, porque constituimos un país agrícola, escaso de recursos, combustibles, donde la tracción animal tiene un papel primordial, y el caballo sirve para monta, arar, trasladar las cosechas, como atracción recreativa y turística es muy útil, y necesita de nosotros.

“Considero que, en la medida que se pueda, pueda abrirse un centro para la enseñanza de nuestro oficio, como fragua de jóvenes con conocimiento de herreros y fundidores para fabricar espuelas, aguijones y demás artículos de nuestro medio. El guajiro trabaja y disfruta de este arte. Formemos artistas que ahora y en el mañana no dejen morir este oficio”. 

Antes de la despedida le pregunto si en su hogar se cumple el viejo refrán: en casa del herrero, cuchillo de palo. Sonríe, y es su compañera la que muestra la prueba de que, en este caso, queda sin efecto lo que muchos lectores y el escribidor quieren saber. 

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