“¿Oye, hoy tampoco vas al trabajo?”, dice escudriñándome de arriba abajo. “¿Estás enferma? ¿De vacaciones?” Ya casi no le van quedando opciones y sonrío bajito mientras respondo que estoy laborando a distancia.
“Niña, ¿y te pagan lo mismo?» Contesto sí con la cabeza y ella esboza una mueca en señal de dudas. Aunque cada vez que se asoma por mi ventana me ve plantada ante la computadora, teléfono en mano, transcribiendo entrevistas, revisando las redes sociales o estudiando sobre algún tema, piensa que desde casa no trabajamos igual.
Es cierto, son muchas las veces que me observa mientras atiendo al mensajero, al cobrador de corriente y otras tantas desde el pasillo tendiendo la ropa o poniendo los frijoles. Sin embargo, no son menos en las que va a dormir y estoy ahí junto al monitor, escribiendo…
Mi vecina no entiende que, si bien ando en chancletas, chor y un poco despeinada, estoy haciendo lo mismo que si estuviera en la Editora. Como otros, no comprende que en este régimen el tiempo es distribuido como más factible le sea al trabajador en función de sus necesidades y las de su empleador.
Ella no confía en el trabajo a distancia, y peor aún, son muchos los recelosos ante la posibilidad de ejercerlo.
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De esa “sospecha” son hijas, en gran medida, las bajas cifras que indican el escaso aprovechamiento de esta modalidad. En Matanzas, a mediados del 2022, en plena coyuntura energética, tan solo 7 mil 775 personas optaban por esta alternativa, según estadísticas reveladas en el periódico Trabajadores.
Aun cuando se conocen las ventajas en cuanto ahorro de recursos materiales, como la transportación y la energía eléctrica, y en muchas entidades existen cargos cuyas tareas o funciones pueden realizarse sin necesidad de la presencia física en su puesto habitual de forma permanente, esta modalidad es poco aplicada.
Muchos directivos siguen creyendo el mito de que por no estar en la oficina se trabaja menos, idea enraizada en ellos; consideran fundamental para la evaluación del desempeño la presencialidad y no los resultados.
A juicio personal, también creo que falta seriedad para determinar los cargos factibles de acogerse a esta forma, así como el necesario empuje sindical para motivar su extensión y aprovechamiento en más centros.
Si bien desde hace casi tres años el trabajo a distancia ha estado presente en la agenda pública, mediática y gubernamental cubana, no ha ido acompañado de una política integral para su fomento, ni de la creación de condiciones imprescindibles para su práctica, entre ellas avanzar en la conectividad de muchos trabajadores que con medios propios pudieran laborar desde sus hogares.
Por otra parte, es urgente desarrollar estudios para establecer parámetros para medir resultados y el rendimiento acorde a las actividades desarrolladas y capacitar a los encargados de controlar y evaluar lo pactado.
El primer paso para avanzar en este sentido es cambiar la mentalidad de muchos directivos y decisores, eslabón esencial a la hora de instaurar en los centros este modelo. En un país donde los recursos son cada día más limitados, aprovechar cualquier potencialidad que permita ahorrar debe ser prioridad para las administraciones.