Ficha técnica:
Título original: Heojil kyolshim
Año: 2022
Nacionalidad: Corea del Sur
Dirección: Park Chan-wook
Guión: Jeong Seo-Gyeong, Park Chan-wook
Reparto: Tang Wei, Park Hae-iI, Park Yong-woo, Yoo Seung-mok, Lee Jung-hun, Seo Hyun-woo, Park Jung-min
Duración: 138 minutos
No revelamos nada nuevo con señalar, Decision to Leave mediante, que la puesta en escena de Park Chan-wook es de las más depuradas y complejas en el cine actual; salvo, quizás, apuntar que consiste en distribuir los objetos y ‘‘limpiar’’ el plano tal cual se hace con la superficie de la mesa donde comen juntos el detective Jang Hae-jun (Park Hae-il) y la letalmente bella Seo-Rae (Tang Wei), con precisión en la colocación de cada elemento en un lugar preciso y en exclusiva función de que nada se interponga a nada: todo debe caber en el espacio del que se dispone.
Tan bien distribuye lo que filma, incluso encuadrando para soberbios paneos, que sus imágenes se vuelven irrealmente perfectas, límpidas y ordenadas en su dimensión interna. Da la sensación de que el espectador podría acabar reflejado en la pantalla, prácticamente ver su propia figura insertada junto a los personajes, sobre todo por la nitidez visual alcanzada hasta en emplazamientos de compleja filmación, y por la ambición de trastocar temporal y espacialmente los sucesos: si el detective medita sobre la posible culpabilidad de Seo-Rae, de pronto aparece en el mismo escenario donde se nos muestra lo que supuestamente ha hecho ella, en una arriesgada posición de narrador omnisciente que Chan-wook defiende desde el principio y que, confunda o no, sienta igual de bien a la personalidad de la película tanto como a la suya propia en calidad de autor.
La escalada de Jang a la cima siniestra, en simultaneidad con la previamente realizada por Seo-Rae e inmediatamente después con el asesinato imaginado, parece el ejemplo de más eminente factura en este tipo de dualidad explicativa que muchas veces prescinde del montaje entre planos, llegando a insertar en solo uno la presencia en un mismo lugar de esas personas que a él asistieron en momentos diferentes. Lo curioso es que el resultado no parece construirse sobre una estructura de continuos retornos al origen de los hechos; por el contrario, la narrativa avanza acompasada a ritmo de pesquisas y de sutil, elegante, irreversible enamoramiento, dentro de un ejercicio de ritmo y suspense constantes, con la siempre agradecida presencia del humor que tan malentendida está, lamentablemente, para muchos cineastas talentosos en la creación de atmósferas tensas, en detrimento de los cuales se alza Chan-wook como alumno aventajado de Hitchcock a la hora de entender y aplicar los matices de ironía necesarios con que se oxigena y se disipa de solemnidad hasta el más dramático de los planteamientos.
Los saltos de eje, presentes cuando el protagonista sube una escalera y se detiene para volverse en diálogo con su compañero, o durante la vigilancia con prismáticos que ejerce sobre la joven china, permiten apreciar una voluntad de no editar a la habitual usanza, obteniendo quizás lo que apenas ha logrado Scorsese: la principal vanguardia de montaje cinematográfico en tiempos posteriores a la Nueva Ola. La fotografía, sin dudas impresionante, está resaltada dentro de encuadres objetivos o miradas subjetivas; ni la paisajística ni los elementos de por sí vistosos destacan como un agregado a pretensión alguna de acaparar ópticamente un aplauso casi seguro.
Ya que hablamos de Hitchcock, desde la reformulación de su imperecedera Vértigo (1958) en la magnífica Obsesión (1976, Brian de Palma), no había vuelto a existir hasta Decision to Leave otra recuperación tan buena y audaz, a la vez que innovadora, de la obra maestra donde James Stewart era seducido por la etérea morbosidad de Kim Novak; conforman las tres una especie de seguimiento a la atracción fatal, a la degradación por amor y a la expresión poética del thriller fatalista. Cada una conduce a pensar que el cine no puede llegar más lejos y, sin embargo, ocurre lo contrario con la siguiente; en el caso que nos ocupa, el coreano persiste en potenciar los hallazgos técnicos, muy a su forma, en un film propenso a que cometamos el craso error de valorarlo visualmente ante todo, cuando un discurso de tórrida pasión y desafiante psicología está presente en la parte verbal. Asimismo, abundan momentos de brillantez visual mucho más discretos que los concernientes a las montañas y al mar (brillante la cita de Confucio y el uso de la misma al final de la película), o a la premonitoria persecución por los tejados, y son de esos momentos que enaltecen cualquier película gracias a su habilidad y sencillez: por ejemplo, cuando Jang, a solas con la sospechosa en un contexto de creciente afinidad entre ambos, hace ademán de quitarse el cinturón y, contrario al pensamiento cómplice que despierta su gesto en nosotros, su única intención era incorporar la pistola a su cadera.
Además del citado clásico hitchcockiano, la odisea de este insomne e inseguro detective pertenece por derecho propio a la estirpe de similares relaciones entre un investigador y la mujer que todo parece indicar que es culpable de un crimen, siempre haciéndole dudar al primero acerca de su profesionalidad: la germinal Laura (1944, Otto Preminger), con policía atraído por el cuadro de una mujer muerta; la cautivante Melodía de seducción (1989, Harold Becker), con Pacino y Ellen Barkin devorándose más allá de la duda; o la impecable Instinto básico (1992, Paul Verhoeven), gozada neo-noir sin ataduras; todas ellas liberadoras y entretenidas, historias capaces de crear la ilusión de que la estrella femenina es fiable cuando tantos motivos de recelo existen dispersos en las páginas de esos guiones de hierro.
En escasas oportunidades la apatía presente en una pareja protagónica, incluso tan bien interpretada como la de Hae-il y Wei, logra transmutarse en interés continuo de la audiencia, generalmente alerta ante las vueltas de tuerca insospechadas de esta clase de misterios en los que, dicho sea, ninguna solución de problema investigativo importa más que aquella de naturaleza sentimental, moral o psicológica. Tampoco hay concesiones de mapeo argumental, pues el enigma en sí resulta menos esencial, como diría el maestro de la novela negra Raymond Chandler, que la aceituna en un Martini.
Lo que realmente llama la atención es el rumbo de sentimientos a seguir sin que, por desgracia, podamos interceder. Y mucho menos hay concesiones de conciencia: se trata de un duro relato, trazado desde el comienzo con la perceptible intervención del destino inevitable, hasta ese desgarrador final entre las olas.
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