Nostalgias de un mochilero: Playita de Cajobabo

Nostalgias de un mochilero: Playita de Cajobabo

La guagua se detuvo en una explanada ubicada a orillas de la carretera. El asentamiento que allí se erige no se corresponde con la dimensión que el lugar ocupa en la historia de esta nación. Es que del municipio de Imías apenas logro conservar algún recuerdo vívido que me haya calado adentro. Las casitas eran tan insignificantes que podías olvidarlas al voltear la espalda, por lo que a diez años de aquella aventura no culpo a mi memoria de que no logre conservar al menos un vestigio del poblado, si es que existe. 

Aunque no recuerdo tampoco algunos de los rostros que allí conocí, sí puedo rememorar la emoción del viaje, y el efecto que causaron en mí aquellos paisajes áridos de Imías que me hicieron revivir las imágenes de algunos libros de Geografía de mis tiempos de secundaria, donde me mostraban que algunas parte de Cuba eran desérticas. Pero nada se compara con ver con tus propios ojos los grandes cactus y el suelo estéril por las largas ausencias de lluvia.

Imágenes tomadas en el 2015 durante una visita al lugar. Fotos: Del autor.

Pero el momento que más recuerdo es el instante en que la guagua se detiene y desciendo los escalones de la puerta como un bólido buscando “La Playa”. Quizás por eso mi mente no aprisionó nada más de aquel momento estremecedor cuando visité Playita de Cajobabo, justo el lugar por donde desembarcó Martí junto a Gómez, para reiniciar las luchas independentistas.

Creo, o me construí ese recuerdo a mi antojo, que al saltar pronuncié aquella frase que tanto repetí para mis adentros durante el viaje: “ la luna asoma, roja, bajo una nube. Arribamos a una playa de piedra… Salto… Dicha grande…” y mientras avanzaba por aquellas orillas de arena oscura y pedregosa la recitaba nuevamente. En casa conservo una de las piedras que tomé en mi mano aquel día, conservando la esperanza remota de que quizás sobre ella se sostuvieron los pasos de Martí. 

Sensación similar me embargó mientras avanzaba rumbo al obelisco, apoyándome en  las tantas rocas gigantes que surgen desde el mar creando una especie de muralla infranqueable justo en la propia orilla. “Por aquí también caminó el Apóstol, apoyándose en estas rocas”.

Aún hoy me pregunto cómo aquel bote logró desembarcar entre aquellos obstáculos sin estrellarse. Sobre todo en una noche oscura y de tormenta. “Una misión imposible”, me dije mientras avanzaba con cierta dificultad sin llevar un morral con municiones u otros pertrechos, como sí lo llevaban aquellos expedicionarios.  

Un cielo muy azul, tan azul como el mar que desfallecía en la orilla; esos fueron los testigos de mi visita. Cuando miraba al entorno me detuve en el inmenso farallón que nacía perpendicular, justo como si la naturaleza lo hubiera dispuesto allí para construir un inmenso memorial con losas de mármo,l donde se advirtiera a quien se llegue hasta tan desolado paraje que por esa porción de Cuba desembarcó el hombre más ilustre de esta tierra.

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Sobre el autor: Arnaldo Mirabal Hernández

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