Almanaques, relojes de arena, smartwatches, cronómetros. Todo ello lo inventó el hombre para no ir sin rumbo en la hojarasca de los días. Cercenamos el tiempo y lo convertimos en segundos, horas, días, meses.
Entonces podemos decir que la garantía de un freezer son dos años y se celebran las Bodas de Plata y lloramos a nuestros muertos en días señalados, porque hay días puñales que duelen aun más adentro.
También por esa manía de organizar, amontonar, calcular los tiempos, de darle sentidos proféticos y sentimentales, es que cuando llega el gélido diciembre y sabemos que el año acaba toca volver atrás.
Tienes 365 días que repasar, como detectives que buscan una pista de quién o qué fue el culpable de todo lo feo, o aquellos que se sientan frente a la computadora o álbumes de fotos, porque la nostalgia amelcocha y revive.
Este 2022 por fin recuperamos los rostros. Los dos años de pandemia nos enseñaron lo peligroso que es estar encerrado con uno mismo y de cuánta gente hay sin miedo a lo invisible y de cúan duro puede ser golpeado un país cuando el dolor juega a la ruleta rusa.
El último agosto estalla en la memoria y regresa el terror y la tristeza cuando en la esquina de la ciudad de Matanzas contemplamos la Base de Supertanqueros arder. El último agosto sabe a humo, pero también nos enseñó que, como el humo, la voluntad de los hombres (bomberos, rescatistas, choferes, paramédicos) es inapresable. Al poder destructor de la naturaleza —el fuego que convierte la goma en plastilina— se le escapa entre los dedos cuando intenta someterla.
Asimismo, trastabillamos con la economía, la nacional y la doméstica; pero entre tropezones, lámparas recargables, mosquiteros, carretilleros, colas que como la serpiente se mordían su propia cola, pudimos llegar al final.
Viene el 2023. Alcemos la copa, aunque sea metafórica, y brindemos por todo lo bueno que vendrá. ¡Feliz fin de año! Suerte y luz para todos.
