El bufanderismo: debate epistemológico en dos actos y un intermezzo

Primer acto 

Los teóricos más cabezones, esos a los que ya no les quedan pestañas, desde hace décadas debaten sobre qué es la cultura. Cada uno ha ofrecido su propia idea, pero como son tan cabezones no logran ponerse de acuerdo entre sí. Entonces se imprimen más y más artículos científicos, como si quisieran envolver el mundo con hojas de revistas especializadas. No obstante, un cubano solucionó tan intensos intercambios epistemológicos, cuando dijo: “No se fajen más, la cultura, caballeros, es una bufanda”. 

Después de tal afirmación, todos hicieron mutis en el foro, porque hay una verdad tan absoluta como que la Tierra es una palangana. Resulta que cualquier idea que se exprese con una de estas prendas al cuello es más cierta y más bella. A raíz de dichas declaraciones se fundó un movimiento: el “bufanderismo”. 

Aquellos que se unieron a esta contracultura, normalmente poseen señas de identidad bastante visibles, además de la bufanda por supuesto. Son lectores acérrimos de toda frase motivacional un poco rebuscada que ronde la Internet, y que al compartirla en un estado de WhatsApp los haga parecer más profundos. 

Te quieren advertir para que no te dejes engañar fácilmente por lo superficial de la existencia humana. Ellos van más adentro, como cuando tocas con la punta de la cuchara el fondo de la taza de café para revolver el azúcar. “Necesitas crisis existenciales, bro, aunque sean ficticias, para entender la grandeza de la vida”. 

Dominan la creencia de que con el talento se nace y, por tanto, no precisan versarse en una manifestación artística para ser creadores. Puedes escribir poesía sin leer poesía. La belleza está en el aire, solo debes saber agarrarla por las alas. Baudelaire se compró un IPhone, y Frida Khalo un Samsung. 

Te tomas una selfie mientras fumas absorto, eres el pensador de Rodin que compra cigarros mentolados a menudeo, y le colocas un filtro en blanco y negro. Si existe otra verdad irrevocable, como que las bufandas exacerban lo artístico, es que con un filtro en blanco y negro toda foto gana en “interesantez” y genialidad. Por último, escribes en el post algo así como “Al final somos eso: humo”. Man Ray, señores, está dentro de un paquetico de Toqui sabor a uva.

Intermezzo   

En Cuba no existe el invierno. Tenemos máximo dos o tres días de frío, en que nos esforzamos hasta lo imposible para airear abrigos y suéteres que el resto del año están abandonados en Narnia, esa parte del closet que nunca miramos y en la que fácilmente pudiera haber una puerta a un reino gélido de fantasía épica. Utilizar una bufanda en este país, en la mayoría de los casos, resulta tan paradójico como venderles hielo a los esquimales. 

Segundo acto  

El bufanderismo, llamado así por la dicotomía de la bufanda tropical, hace referencia en el habla popular a aquellos que perciben el arte y la cultura como una moda. Jean-Paul Sartre, el filósofo francés, afamado entre los que pasean por este movimiento —sobre todo por sus relaciones poliamorosas con Simone de Beauvoir, más que por su obra—, escribiría que “la existencia precede a la esencia”. Para mí se define mejor al versionar esta máxima: “la apariencia precede a la esencia”.

Quienes lo practican, en muchas ocasiones, de tanto dejarse llevar por la apariencia caen en la pedantería. Son esos que de repente te comentan las últimas cinco películas que vieron, y adjuntan una crítica de tres cuartillas, en momentos en que se conversa sobre los deseos de comer buñuelos el fin de año o se hace un chiste verde a media voz.

Quizás en el antiguo Egipto hubo alguien que utilizaba un pañuelo de lino enrollado al cuello y, mientras los esclavos construían las pirámides, escribía en un papiro “Al final somos eso: humo”. En sí, el término del que hablamos puede ser tan viejo como el hombre; mas, en la actualidad se pueden reconocer varios fenómenos que median en su conformación. 

Entre ellos se encuentran la industria del entretenimiento y su manía de vender la simple artesanía como arte elevado, y la promoción de culturas underground falsas como la hipster. También interviene la colonización, que ya no solo nos hace asumir el canon occidental como el único viable para escapar de la barbarie, sino que ahora se apropia de los signos y costumbres de minorías, aunque las escinda de sus raíces; y nos lo vende como algo exótico, y lo exótico es cool

Uno de los ejemplos más fehacientes de ello es la simbología relacionada con los atrapasueños, perteneciente a los aborígenes norteamericanos, que de un significado místico ha pasado a uno, por lo general, simplemente estético.  

Todos tenemos derechos a expresarnos, y qué manera más hermosa de hacerlo que a través del arte. Consumir productos comunicativos de calidad —cine, música, artes plásticas, etc.— que vayan más allá del puro y duro entretenimiento acrecienta la sensibilidad, tan necesitada en el contexto mercantilizado de hoy. Sin embargo, cuando el acercamiento a dichas manifestaciones, ya sea como receptor o como creador, se realiza desde la superficialidad, donde lo importante es aparentar y no ser, entonces solo resta una pobre versión de las mismas.

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