
Como soy de los que siempre llegan tarde a las redes sociales, la historia me la espanté al revés. Mi amigo, qué digo amigo, mi hermano Mario Ernesto Almeida publicó un post en facebook donde afirmaba: “… antes de empezar, aclarar que me importa tres pitos lo que escriban los perfiles falsos”.
Esta sentencia venía acompañada de apenas algunas palabras que remitían a un texto anterior y exponía a aquellos usuarios fantasmas que, sin rostro ni nombre, fueron tras él y lo señalaron con un odio visceral e instintivo, como un perro que muerde al acariciarlo porque lo único que sabe es morder.
El texto al que se refería Mario, de su autoría también, se titula “Y de pronto…”. Lo busqué, lo leí y les juro que no encontré palabra mal colocada ni frase mal dicha. Aquellas letras nacieron de un amor auténtico a Fidel, escritas por las manos de un joven que, como tantos jóvenes, descubrió el 25 de noviembre de 2016 el peso real de esa historia que se nos legaba.
Cuántas preguntas pueden nacer mientras una multitud de estudiantes universitarios apenas reacciona ante “una mujer que grita consignas… como si fuese un monstruo lento y pesado… ¿Aglomerarse para qué? ¿Qué quieres demostrar? ¿Qué significa estar aquí? ¿Quién lo va a tomar en cuenta? ¿Quién lo va a entender? ¿Quién lo va a explicar? ¿El alma de quién será salvada?”.
En mi lectura no percibí duda ni flaqueza, y menos lo que afirmaba uno de esos usuarios fantasmas que categorizaba el texto como una “tibia apreciación” de lo ocurrido ese día. Todo lo contrario, vi una confianza absoluta en que el futuro dependerá completamente de cada paso seguro que demos a partir de ahora.
Ante tal responsabilidad, ¿cómo no cuestionarnos? ¿Cómo saber si estaremos a la altura de quienes nos pusieron la parada tan alta? ¿Cómo hacer que esta Revolución se parezca más a nuestro tiempo y a lo que somos? ¿Cómo resistir y vencer?
Asumo que a mí tampoco me importaron tres pitos los comentarios de los inquisidores que se lanzaron a juzgar cada palabra para reinterpretar un texto, que es en esencia fidelista, pero no pude evitar leer esto: “Si el redactor reaccionó con desgano, si solo espera su turno para irse, sí ha vendido su talento y alquilado su pluma. No ponga sus deseos en la imagen de nuestra juventud. Y, sobre todo, no use para su artículo subversivo el sagrado nombre de FIDEL”. Así, en mayúsculas, como para que pese más.
Recuerdo que aquel dichoso 25 de noviembre de 2016 me despertaron con la noticia. Yo tenía que viajar desde Cárdenas hasta mi casa y alquilé un coche de caballos de los coloniales hasta la terminal de ómnibus. El cochero lloraba desconsoladamente y a cada rato se secaba las lágrimas con un pañuelo para poder divisar la carretera. Ese día aprendí que los que admiran de verdad la obra del Comandante no necesitan escribir Fidel con mayúsculas.
El 26 de noviembre de ese mismo año, mi aula entera faltó a clases. Expropiamos unas cuantas cajas de tizas de la universidad y nos escapamos al Parque de la Libertad de Matanzas para llenar el suelo de frases de Fidel. Recuerdo que un policía se nos acercó molesto y al ver lo que hacíamos se nos unió.
Muchos de esos compañeros decidieron emigrar, otros siguen aquí pero ya no creen, y el resto nos repetimos las mismas preguntas que Mario Ernesto; no obstante, les aseguro que todos lloramos ese día, con las manos embarradas de tiza. El peso de la Revolución cayó finalmente sobre nuestras espaldas.