¿La cortesía pasó de moda?

Tan pronto subió la señora a la guagua, el joven se levantó del asiento que ocupaba, tomó su mano y la condujo hasta él. La escena debió resultarme lo más natural de este mundo; sin embargo, confieso que me asombró. Ha de ser por las pocas veces en que la he presenciado durante los últimos años.

La cortesía, ese valor personal del que escuchamos hablar desde muy pequeños, que se expresa de diferentes maneras, parece esfumarse día a día. Basta pasar en la mañana por una parada y observar cómo, ante la llegada de un ómnibus, la mayor parte de quienes esperan se abalanza sin cuidado de maltratar a niños, ancianos o embarazadas.

La Real Academia de la Lengua Española cataloga a este vocablo como la demostración o acto con que se manifiesta la atención, respeto o afecto que le tiene alguien a otra persona. Y aunque una definición de este tipo distingue por su poder de síntesis, yo añadiría algo: es consideración hacia nuestros semejantes, amor a los demás.  

Gestos tan sencillos como un saludo en la mañana y otro en la despedida; el agradecimiento luego de la ayuda que alguien nos brinda; el interés hacia quien nos habla, pregunta una duda o acude en busca de la prestación de un servicio; por solo mencionar algunos, armonizan la convivencia y mejoran nuestra calidad de vida. 

Dichos hábitos se remontan a tiempos antiquísimos. Así vemos cómo en El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, escrito a principios del siglo XVII, el autor Miguel de Cervantes y Saavedra pone en boca de su personaje la siguiente frase: “En las cortesías antes se ha de pecar por carta de más que de menos”.

Cada nación posee una serie de normas sociales, más o menos explícitas, que prescriben un cierto comportamiento o modo de pensar. Cuando las acciones de sus habitantes son congruentes con estas, se mantiene el equilibrio y la concordancia social.

Lo contrario sucede cuando lo que se manifiesta es la incongruencia. De ahí que presenciemos, por ejemplo, conversaciones que se tornan discusiones entre parejas, vecinos y familiares, que muchas veces llegan hasta la violencia física o verbal. Del fenómeno no escapan, incluso, individuos con alto grado escolar, lo cual demuestra que instrucción y educación no siempre van de la mano.

De poco sirve ser cultos, si las conductas que mantenemos no proporcionan esa sensación de paz que causa un efecto positivo en el entorno. Una persona cortés, sin lugar a dudas, transmite buena energía, pues trata de dar lo mejor de sí a quienes le rodean, y eso hace que al interactuar con ella nos sintamos bien.

Por ende, debemos erradicar comportamientos como vociferar a grandes distancias, interrumpir inadecuadamente conversaciones, proferir términos obscenos, violar las normas de caballerosidad, atender el teléfono móvil sin pedir permiso mientras alguien nos habla, entre otras actitudes que dejan mucho que desear.

Qué placer nos causa, entonces, ver a un joven ayudando a un anciano a cruzar la calle, cargando la pesada jaba de la vecina, o cediendo el asiento a una dama. Igual efecto provoca escuchar las palabras “gracias”, “con su permiso”, “disculpe usted”, entre otras que al oído resultan muy agradables.

Revisémonos, pues. Corrijamos de nuestro actuar todo aquello que nos afea como seres humanos. No olvidemos que la cortesía no pasa de moda; y que la vida sin ella, como dijo el Apóstol, “es más amarga que la cuasia y la retama”. 

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