Caudales de un Humedal: El coronel mambí que no tiró un solo tiro

Por estos días, cuando meditaba sobre qué escribir para esta sección, llegó a mí un manuscrito de la mano del amigo Francisco Medina Tejera que consideré un elixir para los jóvenes de estos tiempos, los que no han conocido de primera mano sobre la rica historia de nuestra bella Isla y en particular del gran humedal; es por eso quise que pudieran conocer sobre los sacrificios pasados que el hombre tuvo que hacer para librarse del yugo colonial que sofocaba a la familia cubana. El título pudiera generar hasta cierta frialdad si no se va más allá de las palabras para conocer el fascinante mensaje que encierra. Espero puedan valorar la importancia de conocer sobre nuestros antepasados y su papel en el fortalecimiento de los valores más intrínsecos de los cubanos.

Mucho se ha hablado de las adversidades que tuvo que enfrentar el hombre en los pantanos de la Ciénaga de Zapata, así como las bondades que por otra parte hizo a muchas familias recurrir a estos sitios aparentemente inhabitables. El tema a tratar en el presente artículo abarcará estas dos aristas, al adentrarles en la historia de la Gran Guerra o la “Guerra Necesaria”, como la llamó el más universal de todos los cubanos, y la valía de un hombre que defendió los intereses colectivos por encima de cualquier beneficio personal: el coronel del Ejército Libertador Doctor Enrique Sáez Bringuier.

Corría el año 1871 cuando bajo el destierro de sus padres por la colonia, nació en Cayo Hueso este cubano que a duro bregar de la familia y aprovechando la paz del Zanjón volvió a sus orígenes para traer luz a los suyos. Con apenas 24 años no tembló ante el llamado de su Patria y siendo apenas un muchacho recién graduado de la carrera de medicina, emprendió su travesía hacia Cienfuegos para alistarse a las filas mambisas. Por aquellos años las penurias de la guerra deben haber calado profundamente en su alma noble para asumir las altas responsabilidades encomendadas, referidas a la creación de hospitales permanentes en la ciénaga, aun cuando no poseía conocimiento alguno sobre las características del lugar. Así, bajo el grado de Comandante Médico de Primera Clase llegó a este humedal y su primer encuentro lo sostuvo con nada más y nada menos que el caudillo Matagaz, bandolero devenido redentor de nuestras libertades. De este encuentro les dejo un extracto del relato hecho por su protagonista:

-“Iba yo en mi burro (…), Me guiaba un práctico. A la cintura llevaba el revolver que me regaló Fermín Valdés Domínguez. Un revolver que nunca usé en la guerra, porque lo confieso, yo no soy un veterano. Yo no tiré un tiro. No hubiera podido soportar en la vida la angustia de haber matado a un hombre. Aunque fuera mi enemigo. (…) Todavía tengo el revólver con las balas que me entregaron en la guerra.

-En la marcha (…)al doblar una vereda, en un altonazo, vi a un mulato gigantesco que me miraba fijamente(..) Cuando me presenté le dije: Usted es Matagaz.

-Sí, me respondió, ¿y usted el médico que me mandan, no?

-Sí coronel, vengo a ayudarlo y a ayudar a los suyos.

-Bueno apéese y empiece por mí (…) Cuando lo ausculté, tomándole el pulso sentí que la fiebre consumía a aquel gigante. Para curarlo era necesario una dosis peligrosa de arsénico.

-Esto, le dije sacando unas píldoras que desleía en agua en su jícara que me alargó, es veneno en grandes dosis. Me acordé entonces de su habitual desconfianza y para inspirarle seguridad tomé la jícara en la mano y fui a tomar diciéndole:

-Mire coronel, esta dosis es la primera y quiero probarla para saber sus efectos. Una mano gigantesca aprisionó la mía y dijo:

-No médico, usted no necesita hacer eso. Yo sé quiénes son los que envenenan y de un sorbo se tomó la jícara…”

Esa misma noche el médico por orden del líder dormiría a su lado, algo vedado para todos hasta unos 30 metros a la redonda.

La Ciénaga era como pocos lugares de la isla, un sitio seguro para los heridos y enfermos mambises. El joven médico fundó tres hospitales (San Blas, Júcaro y Santo Tomás) en los que curó a 286 mambises, 140 de ellos intervenidos quirúrgicamente entre los que contaron 40 oficiales o jefes. 

Me cuenta el amigo Francisco que en el Centro de Veteranos de Cárdenas se encuentra muchísima información de este patriota, sobre todo anécdotas sobre su misión en la Ciénaga de Zapata, en la que hasta con un serrucho de carpintero en mano amputó una extremidad a un soldado mambí y cuando  todos, ante la presencia de españoles en los contornos de un hospital, tenían intención de huir, con voz tranquila  expresó: “si abandonamos a este cubano se muere. Si vienen los españoles y nos matan qué vamos a hacer. Nos matarán cumpliendo con nuestro deber. Señores adelante”. Y la operación continuó.

(Por: Lic. Yoandy Bonachea Luis)

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