Tenemos que invertir en la aldea

Bautizado como Vía Sur Los Peregrinos, el Bar-Cafetería-Restaurante es fruto del empeño de Henry, quien rescató un antiguo bar del poblado de Alacranes.

El taxi del equipo de prensa paró en el Consejo Popular de Alacranes. Las fuertes lluvias me habían quitado ya las esperanzas de encontrar una cafetería abierta. Pero en una de las vueltas nos topamos con un Centro de Elaboración de Alimentos que aún ofertaba comida a las familias, para que pudieran apertrecharse ante el arribo inminente del huracán Ian.

Los trabajadores cocinaban, con carbón y a oscuras, un caldo de viandas que sirviera de complemento para el arroz y el picadillo. Frente al centro la fila de personas con capas y sombrillas crecía, y el dependiente doblaba la marcha. “¿Dónde puedo comprar café?”, pregunté al administrador que apenas tenía tiempo para atendernos. “Entra ahí al final del pasillo, es un local nuestro que le arrendamos a un particular”.

Bautizado como Vía Sur Los Peregrinos, el Bar-Cafetería-Restaurante lucía como una cantina antigua; mas, la madera de la barra y de las mesas olía a nueva. Tras el mostrador, un cuarentón fregaba un vaso al estilo de las películas del oeste, pero con una camisa sencilla y un pitusa desgastado. “Ponme un café”, dije y acto seguido dejé los cinco pesos, mientras continuaba mi bosquejo. “Guarda el dinero, hoy el café para el que entre mojado es gratis”, respondió. 

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Agradecí el regalo, pero la nevera Westinghouse con cubierta de madera detrás de él acaparó mi atención y no pude contener mi curiosidad: “¿De qué año es?”. “De la década del 50; le cambié algunas piezas y conseguí que funcionara”, contestó el dependiente, quien se presentó como Herny García Hernández, dueño del local. Luego agregó que la caja registradora clásica, que a primera vista parecía un adorno, también era funcional, y remató todo con el típico “clank” al abrirla y la pregunta: “¿Usted es periodista?”.

Henry me contó que en su juventud trabajó en el hotel Meliá Cohíba, en La Habana; pero al final decidió regresar con su familia a su pueblo natal. Su padre, Henry García Gonzáles, fue durante muchos años el historiador de Alacranes, y desde pequeño aprendió a amar cada piedra levantada sobre aquellas tierras. Por eso, a su regreso, se empeñó en recuperar el antiguo bar del pueblo, convertido en almacén de carbón. Una inversión de 300 000 pesos logró que el lugar resaltara ante la falta de mantenimiento del resto de la construcción de la cual forma parte.

“El acuerdo con Gastronomía es que yo oferto una serie de productos a precios topados, como pizzas, panes y refrescos, el resto es a oferta y demanda; pero aun así trato de llevar suave a la gente, que son mis vecinos, mis amigos de siempre. Al final, la ayuda es mutua porque muchos de mis proveedores me garantizan plazos cómodos para pagar”.

El resto de los clientes del bar, que antes me miraban con cierta timidez, comenzaron a pararse de sus asientos para reforzar las palabras de Henry. “Por aquí no había ninguna opción buena para pasar el rato, por eso hay que cuidar esto”. El dueño me aclaró que no todo ha salido viento en popa. Los lentos trámites burocráticos casi provocan que dejara el proyecto y recientemente fue víctima de un robo en su almacén, que lo obligó a contratar un custodio cuando todavía su balance económico sigue en números rojos.

“Periodista, pero voy a echar p’alante, y pienso arrendar también el espacio que tengo aquí al lado para montar un reservado; yo voy a seguir soñando”. Aquellas palabras de Henry parecían destinadas a sí mismo, para darse fuerzas. En el Consejo Popular de Alacranes, a seis kilómetros al suroeste de Unión de Reyes, un lugar que cualquier citadino ubicaría “en la mitad de la nada”, un hombre con otras posibilidades tomó los ahorros de su vida y apostó todo por su tierra.

El taxi comenzó a pitar, el descanso había terminado y yo apuraba los últimos apuntes en mi libreta. El fotógrafo que viajaba con nosotros me ganó unos segundos al decidir tomarle algunas fotos. Nos despedimos de Henry y sus clientes, que ahora se apilaban alrededor de la barra. Justo antes de salir del bar, uno que se  encontraba en la primera mesa, que de seguro llevaba un buen rato con ganas de sumarse a la conversación, me regaló el título y las palabras finales de esta crónica: “Tenemos que invertir en la aldea, porque si no lo hacemos nosotros, ¿quién lo va a hacer?”.

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Sobre el autor: Boris Luis Alonso Pérez

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